Por: Luis Hernández Serrano
Aquel día en que una digna representación de los jóvenes cubanos intentaron llegar hasta la guarida del tirano Batista con sus armas en la mano, y en que el líder estudiantil José Antonio Echeverría cayó combatiendo, convencido de que el dictador había sido ajusticiado, estuvo lleno de heroísmos no tan conocidos.
Por ejemplo, apenas se sabe que uno de aquellos jóvenes revolucionarios, Armando Pérez Pintó, cumplió la misión dada por el Directorio Revolucionario de controlar con antelación la ruta seguida por el tirano para llegar todos los días al Palacio Presidencial.
Este chequeo se inició el 19 de febrero de 1957 y duró en total 22 días, lo que dio paso al inicio del acuartelamiento de todos los que participarían en el asalto, en la acción de Radio Reloj y en las operaciones de apoyo previstas.
Luego de la rigurosa vigilancia, se supo que los encargados de cuidar a Batista iban y venían por los mismos lugares, sin desviarse ni una sola pulgada.
Y cuando salía de la fortaleza mayor del país, entonces Columbia, desde una casa en 41 y 42, en Marianao, la familia de Manolo Reyes le decía por teléfono a Pérez Pintó la hora exacta en que pasaba por allí. Y tan pronto se aproximaba a una velocidad normal al Palacio, dos ancianas, Carmita Martínez y Eulalia «Lala» Puerto, también por teléfono, hacían lo mismo.
Colaboraron también en el chequeo el camionero Fernando Pita, pinareño de origen, y los habaneros Francisco Martín y Jesús Cordero.
Pero solo Pérez Pintó sabía que se iba a asaltar el Palacio. Algunos días este hombre, nacido en Nueva Paz, se paraba «como un bobo» frente a la Iglesia del Ángel y medía el tiempo que Batista siempre empleaba en llegar. Nadie sospechó nunca de su aparente bobería.
Y si el tirano se quedaba a dormir en Palacio, lo que no siempre ocurría, se sabía, porque ponían unas vallas en la calle Colón para que las guaguas no pasaran y no perturbaran su sueño. Todo eso lo avisaba Pérez Pintó por un teléfono especial para reportar la hora exacta en que el dictador estaba allí.
Semanas después del 13 de marzo, Armando tuvo que abandonar el país y en el obligado exilio lo sorprendió el triunfo del 1ro. de Enero de 1959.
¡Y qué coincidencia en una fecha como esta! ¡Qué ironía del destino! José Antonio Echeverría murió a un costado de aquella edificación conocida como La Casa del Reloj, segundos después de haber tomado, arma en mano, la emisora Radio Reloj.
Y qué doble dolor no poder «golpear arriba», buena o mala táctica del comando de más de 50 hombres, la inmensa mayoría jóvenes, que aquel «día cero» asaltaron el Palacio Presidencial en busca del gran culpable de la tragedia cubana, el dictador Fulgencio Batista.
En esta precisa fecha, los integrantes del equipo de Cirugía de la Sala Fortín, del hospital Calixto García, todos estudiantes, estaban de guardia cuando llegaron los primeros heridos de la acción comando.
El doctor Justo Piñeiro Fernández —actual profesor consultante de Cirugía y especialista de Segundo Grado en esa rama, en el hospital Joaquín Albarrán— contó en su momento cómo intentaron rescatar el cuerpo de José Antonio Echeverría.
Cuando llegaron los primeros heridos de bala, ellos los atendieron inmediatamente. Y en cuanto supieron que el Presidente de la FEU estaba tirado en el suelo luego del enfrentamiento a tiros con una perseguidora o carro patrullero de la policía batistiana, a un costado de la Universidad, acordaron ir a rescatarlo.
En una ambulancia interna del Calixto, con un chofer de apellido Flores, partieron hacia el lugar Ramón Casanova Arbola, Vicente Osorio Acosta, otro estudiante de Medicina y el mismo doctor Piñeiro.
Bajaron por el costado de la Universidad hasta J, doblaron a la izquierda y tomaron por 27, hasta la calle L. Doblaron allí y a la altura del hotel Colina, los policías de varios patrulleros que llegaron en ese instante les impidieron materializar su empeño de levantarlo del suelo y ponerlo en la ambulancia. Solo pudieron acercarse un poco y ver que estaba acribillado a balazos en un charco de sangre.
Y con amenazas a punta de pistola, todos ellos fueron obligados a retirarse del lugar sin poder verificar si le quedaba un hálito de vida para auxiliarlo como se merecía, pero les gritaron que estaba bien muerto y así se quedaba allí.
El profesor Justo en aquel momento era alumno «cateto» o «arete» de Cirugía, como se les llamaba entonces a los de tercer año. Fue el estudiante Tirso Urdanivia quien lo atrajo al Directorio Revolucionario, y por eso él fue uno de los gestores del intento de rescate de José Antonio.
(Tomado de Juventud Rebelde)
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