Los cambios, no tan sutiles ni progresivos, en el ámbito musical, son un tema que la mayoría acepta o aplica esa habilidad de adaptación que hizo que durante millones de años el hombre no construyera una casa porque bastaba con la caverna. Un tiempo atrás, un amigo me enseñó un videoclip de trap: Cuatro Babys. En esa primera oída, entorpecida por la jerga sucia y el spanglish, solo entendí que eran las tribulaciones de un hombre con cuatro amantes, que se resolvían solo con proezas en la cama.
Al preguntar qué era, alguien me lo explicó con esa fórmula mágica que convoca al fin de la individualidad a favor de la pluralidad: «Eso se usa». La moda, sin escrúpulos, mató la duda. En un primer momento, pensé en el trap como un reguetón sin eufemismos, un agotamiento en la búsqueda e invención de palabras para hablar sobre el acto sexual: un lenguaje más que desnudo, encuero. Sin embargo, va más allá.
El trap es una subcategoría del rap, originario del sur de Los Estados Unidos, que mezcla hip-hop con música electrónica y se caracteriza melódicamente por sus arreglos densos y sombríos, y por la preponderancia de los efectos sonoros sobre las notas musicales. Las letras se identifican por su contenido sexual y violento explícito. Sus primeros intérpretes, vendedores de drogas, hablaban acerca de sus vivencias y ambiente, armas de fuego, estupefacientes, mujeres-búcaros. De ahí deriva el nombre trap que en el habla callejera estadounidense hace referencia al sitio donde se comercializan las drogas.
En América Latina, el movimiento surge desde principios de siglo, pero solo en los últimos años adquiere magnitud con cantantes como Bad Bunny, Ozuna o Bryant Myers. En Cuba, aunque un poco tardío, el fenómeno irrumpió con gran fuerza. Desde el cuerpo principal, el paquete, por las cabezas de hidra, celulares, computadoras personales; sin subterfugios se propagó por la piel no tan rígida del Caimán.
Es preocupante su capacidad para abarcar varias generaciones, desde niños, hasta jóvenes y adultos. ¿Qué aprehenderán los primeros? ¿Qué moraleja recibirán de estas fábulas de semen y balas? La zorra ametralló al cuervo con una AK-47. Aún más ridículo resulta que una mujer cante esos estribillos —después de años de liberación y lucha por sus derechos— que la vuelven un objeto, una máquina tragamonedas, que funciona solo si introduces la cantidad necesaria.
Más allá de un consumo individual, algunos para compartir este regalo de un mercado cada día más decadente y globalizador, usan bafles portátiles que pasean por las calles como coches para bebés. El combate entre bandas o carteles que narran algunas de estas canciones se mueve hacia otro campo de batalla, el espacio sonoro público…
Algunos defensores del género argumentan que este refleja desde lo semántico hasta lo estético la cotidianidad de los barrios pobres latinoamericanos; sin embargo, en Cuba esta cotidianidad no se desenvuelve de la misma manera o no existe. Cuando el reguetón a nivel internacional opta por discursos, aún banales, pero más ligeros y menos agresivos, el trap representa un retroceso. Mientras este fenómeno sea una tendencia, casi imposible de detener, dos acciones serían necesarias: contraponernos a su reproducción indiscriminada y «rezar» porque, como toda moda, sea fugaz.
(Tomado de Granma)
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