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Un Titán inmenso: Antonio Maceo y Grajales

Publicado el 14 junio 2018 en Noticias,Historia

«Quien intente apoderarse de Cuba recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre, si no perece en la lucha». Antonio Maceo

Antonio Maceo Grajales (1845-1896), jefe de elevado prestigio y Mayor General del Ejército Liberador, fue un combatiente feroz por la independencia de Cuba, considerado un maestro en el empleo de la táctica militar. Se cree que se involucró en más de 800 combates, debido a lo cual recibió 26 heridas de guerra, la mayoría en la contienda emancipadora de 1868.

Pero, ¿qué hace que un hombre se involucre en una guerra tan feroz, que le provocara tantos sinsabores, y que nunca pudo ver terminada?
A todos los hombres de grandeza inigualable los une un sentimiento en común: ver a su patria libre, sin ningún yugo que la oprima o que explote a sus iguales. Definitivamente, Antonio Maceo era uno de esos hombres.

Si Cuba ahora es independiente y soberana, se lo debe a valientes patriotas que nunca aceptaron la rendición o el abandono de la lucha, como el Titán de Bronce. Su madre, Mariana Grajales, lo educó con implacable disciplina, y su padre Marcos Maceo le enseñó el manejo de las armas. Entre los dos, y apoyados por la situación que se vivía en aquella época, forjaron la personalidad inquebrantable de Antonio, al igual que la de sus 12 hermanos.

Es poco lo que se pueda decir de uno de los principales jefes militares de las guerras independentistas en la Isla. Las historias son disímiles y cualquiera de ellas pueden reflejar mejor su personalidad que las palabras de elogio que hoy podamos decir.

El Mayor General Antonio Maceo, representante de la postura más radical y revolucionaria de los cubanos que luchaban por la independencia, tras conocer el pacto firmado por sus iguales (Pacto del Zanjón) se llenó de indignación y protagonizó un hecho que quedó plasmado en la historia de Cuba.

Ese repudiado convenio de paz recogió las bases para poner fin a la Guerra de los Diez Años (1868-1878), y fue suscrito por una parte de los dirigentes políticos y militares cubanos de entonces, sin que se garantizara el cumplimiento de ninguno de los dos principales objetivos de la contienda: alcanzar la independencia de la nación cubana y eliminar la esclavitud.

En un lugar que se conocía como Mangos de Baraguá, se entrevistó con Arsenio Martínez Campos, teniente general del Ejército Español, y se negó rotundamente a firmar aquel pacto, que consideraba no solucionaba los problemas del país y ni siquiera le otorgaba su libertad. Ese hecho fue conocido por la historia como la Protesta de Baraguá.

Fidel Castro dijo de Maceo: «en el momento en que aquella lucha de diez años iba a terminar, surge aquella figura, surge el espíritu y la conciencia revolucionaria radicalizada, simbolizada en ese instante en la persona de Antonio Maceo».

Además, junto al Generalísimo Máximo Gómez (1836-1905), otra de las grandes figuras que protagonizaron las guerras por la independencia, llevó a cabo la invasión de Oriente a Occidente de la Isla, con la cual pretendían poner a todo el país en pie de guerra. Este hecho fue caracterizado como una increíble proeza militar.
El destacado intelectual y comunista cubano Armando Hart diría de Maceo que no fue solamente un gran talento militar, sino, también, un hombre de honor, de insaciable curiosidad por la cultura, de amplísima visión humanista y de estrechos vínculos con el pueblo explotado del que era su más genuino representante en el Ejército Mambí. Además, un guerrero de modales cultivados en el hacer y en el decir; al que hasta sus enemigos se vieron obligados a reconocer como un caballero.

Otra de las historias que demuestran la astucia de este jefe militar fue una sucedida en 1896 en Vuelta Abajo, en la actual provincia occidental de Pinar del Río.

El combate inició en las cercanías del ingenio San Jacinto y continuó en las lomas del Rubí. Tres columnas del enemigo llegaron como refuerzo y una cuarta tropezó con la avanzada del Titán por el camino de la Lechuza. A pesar de que pudo hacerles frente, la escasez de municiones lo colocó en una difícil situación.

Al notar que su enemigo avanzaba sin encontrar mucha hostilidad, escogió a seis de sus ayudantes y salió del campamento. En un punto del recorrido, los siete insurrectos tropezaron con la columna enemiga a una distancia de 30 o 40 metros.

Entonces Maceo y los seis combatientes quedaron inesperadamente frente a los españoles, detuvieron sus caballos e hicieron fuego. Luego de algunos minutos, decidieron retroceder rápidamente por un estrecho sendero entre la manigua, pero al avanzar, se percataron de que tenían cerrado el paso por una alta y fuerte alambrada.

Solo el corcel del Mayor General sería capaz de saltar. Sus compañeros rogaron a su jefe que escapara, mientras ellos detenían el fuego enemigo. Sin embargo, el audaz guerrero usó una estrategia que desconcertó por completo a los españoles.

Un hombre del coraje y la astucia de Antonio Maceo siempre encontraba alguna salida ante las situaciones aparentemente difíciles. Al verse encerrado, volvió por el camino dirigiéndose directamente hacia el enemigo, que estaba a punto de penetrar en aquel trillo.

Los jinetes españoles no podían sospechar el por qué del súbito retroceso de los mambises y, al escuchar la voz de ¡Al machete!, creyeron que detrás de aquellos hombres venía un escuadrón. El enemigo vaciló en lo que debían hacer y ese golpe sicológico salvó la vida del Titán de Bronce y de sus ayudantes.

Sin embargo, los españoles no fueron el único adversario que se debía combatir. Maceo previno sobre la «ayuda» que podía ofrecer Estados Unidos contra el ejército colonial español.

Sobre esto, escribió al Coronel mambí Federico Pérez Carbó el 14 de junio de 1896: «De España jamás esperé nada, siempre nos ha despreciado, y sería indigno que se pensase en otra cosa. La libertad se conquista con el filo del machete, no se pide; mendigar derechos es propio de cobardes incapaces de ejercitarlos. Tampoco espero nada de los (norte) americanos; todo debemos fiarlo a nuestros esfuerzos; mejor es subir o caer sin su ayuda que contraer deudas de gratitud con un vecino tan poderoso (…)».

Su vida fue una epopeya que todo cubano debe conocer. Una vida de sentimientos diversos entre los que se pueden mencionar el independentismo y su temperamento temerario; pero, sobre todo, su fuerza y voluntad de ver un mundo libre en el que todos fueran iguales.

(Tomado de Granma [1])


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