El hecho es visible en varios elementos: uno, las amplias posibilidades e interés de ellas para la educación universitaria, y segundo, el menor ingreso de los hombres.
La situación, más allá de estas rápidas conclusiones, remite a una serie de cuestionamientos asociados a la generización de los estudios superiores, y que pocas veces son objeto de investigaciones en el contexto nacional.
¿Por qué acceden más mujeres que hombres a las universidades cubanas?
¿Cuán homogénea resulta esta entrada según los perfiles y carreras? ¿Existen condicionantes sociales, familiares o escolares para que las mujeres y los hombres decidan su profesión?
El porcentaje de mujeres que se gradúan en la universidad se ha incrementado hasta llegar a constituir el 65% del total de graduados en la actualidad. Esto, de cara a la realidad de hegemonía machista y discriminación que viven muchos países de América Latina, evidentemente es un logro.
Sin embargo, no solo vale la comparación en este sentido. Hay que mirar hacia adentro en busca de sexismos ocultos que no solo repercuten en la cantidad de muchachas universitarias, sino en los pocos hombres (con respecto al por ciento femenino), que escogen este nivel, y en aquellos que desechan la oportunidad poseyendo las capacidades.
El desmontaje de la cultura patriarcal en el país, abordado desde 1959 como una voluntad política, se ha centrado principalmente en las mujeres, figuras desfavorecidas en cuanto al acceso a la educación.
Pero el cambio cultural no puede acontecer si los propios hombres no modifican sus posturas androcéntricas; y para esto, las entidades e instituciones encargadas de promulgar y materializar la equidad de género deben incluirlos y hacerlos centro de sus acciones.
Mientras a las mujeres las educan con mayor rigor y disciplina para los estudios, el propio entramado social demanda hombres que inviten a salir a las muchachas, que tempranamente aporten ingresos al núcleo hogareño y de «mantenidos» pasen a proveedores. En dependencia de las capacidades intelectuales, del interés particular y de las condiciones económicas de base, los varones estarán más o menos entregados a los estudios universitarios.
Sobre estas distinciones acordes con el género, Succel Pardini, del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (Cips), reconoce que la forma de crianza de las niñas, menos permisiva que la de los varones, las enfoca más en ingresar y terminar la universidad. En este hecho subyacen patrones y estereotipos asociados con la manera en que las familias y otras agencias socializadoras intervienen en la preparación de los seres humanos.
«Desde el triunfo de la Revolución las políticas enfocadas en la educación hicieron hincapié en incorporar a las mujeres en el mundo laboral y en la educación superior», explica Pardini.
«Esto generó que muchas mujeres se graduaran de la enseñanza superior. Ahora, ¿por qué han superado en número a los hombres? pues no se ha trabajado, con la fuerza que lleva, en librarlos de esa carga de proveedores de la casa. Esto los conduce a una rápida incorporación al mundo laboral, mientras ellas continúan estudiando».
De ellos se espera el papel más activo en cuanto a la temprana inserción a la vida laboral y asumir retos como los que impone la dualidad de roles: estudiante y trabajador. Y si hace unas décadas costaba encontrar «un trabajito» a la par del contexto estudiantil, hoy la realidad pinta diferente.
Con la apertura por cuenta propia y la posibilidad de pluriempleo para los estudiantes, muchos abandonan sus proyectos universitarios. No todos los jóvenes sobreviven a las jornadas de estudio y trabajo; optando casi siempre por este último.
Pero estos no son más que conocimientos empíricos, pues las investigaciones sobre este desnivel de la matrícula en cuanto al género, aún escasean en el mundo académico nacional.
Otra de las muestras del sexismo en cuanto a la incorporación a la universidad está dada por la selección de la carrera. La orientación profesional, que debe preparar a los estudiantes para elegir una profesión de acuerdo con sus capacidades e intereses personales, la mayoría de las veces reproduce los clichés de lo que debe ser «femenino» y «masculino» en cuestión de futuro laboral.
En la Isla la educación tiene carácter mixto, por lo cual no existe una separación evidente entre los perfiles para ellas y ellos. Pese a esto, existen carreras casi exclusivas de mujeres y otras de hombres.
Una investigación reciente de la matrícula de la Universidad de La Habana arrojó que Psicología contaba con un 83,7% de muchachas y Física con un 81,4% de muchachos. Estos datos reafirman la inclinación (supuestamente natural) de ellas hacia las Ciencias Sociales y Humanísticas, y de ellos por las Exactas y las Técnicas.
Y todo recae en el proceso de orientación laboral, colmado de ausencias y lagunas en su funcionamiento. El método de explicar lo mismo a alumnas y alumnos no sostiene la educación igualitaria, porque la brecha entre las construcciones femeninas y masculinas ya es muy amplia.
Cada estudiante llega al proceso docente con su propia carga de estereotipos, conceptos sexistas y constructos culturales de género, de ahí que la labor del profesorado no debe mostrar un discurso de espaldas a estos prejuicios, sino atacarlos con ejemplos válidos y particulares.
Por supuesto, esta estrategia requiere un esfuerzo extra de los docentes, en tanto deben despegarse de los mensajes aprobados para las clases como libros de textos, materiales audiovisuales, bibliografía…, y presentar una búsqueda más enfocada en la equidad de género; que exprese que mujeres y hombres pueden hacer lo que quieran y sean capaces.
(Tomado de Alma Mater)
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