Para disfrutar Cuba en la etapa veraniega necesitamos ―entre muchas otras cosas― una red de transporte público sólida y eficiente, que pueda asumir el movimiento casi masivo que generan los meses de julio y agosto. Imposible resulta disfrutar de algo, al menos a plenitud, cuando el acto primario de trasladarse de un lugar a otro resulta, cuando menos, un calvario.
La dirección de transporte en todos sus niveles ha trabajado durante años para mejorar la situación en una capital donde conviven alrededor de 2 millones de personas. Los frutos de esas acciones parecen concretarse durante 10 meses del año, pero llega julio y agosto para evidenciar una penosa realidad que a ratos ―por autocompasión o esperanza― tratamos de obviar: hasta ahora nada ha podido aliviar la problemática del transporte público. Ese es un mal que arrastramos desde hace décadas.
En los 62 días que duran las vacaciones, volvemos a revivir aquellas imágenes de un pasado que no se olvida: paradas inundadas, esperas de más de dos horas, gente colgando de las puertas por tal de no perder el ómnibus. No hay horario pico o tiempo de paz, porque en estos días La Habana es un hervidero.
En varias ocasiones los directivos de la Dirección General de Transporte de La Habana han afirmado a Trabajadores que la prioridad “es hacer sostenible el sistema de transportación pública de pasajeros”. Algo esencial si se tiene en cuenta que en el país es insostenible para la mayoría de las personas el uso diario de los taxis (ni siquiera una vez al día).
A ello se une la imposibilidad de la mayoría de la población de comprar carros de cualquier tipo, e incluso motos, dado el costo desmesurado de esos vehículos. Si a eso le sumamos que las bicicletas son un recuerdo de subdesarrollo extremo en el imaginario popular y que las condiciones para que estas circulen en la ciudad no son las óptimas, a los cubanos de a pie nos queda prácticamente una opción: la guagua.
“Esta es la última vez que venimos por este año”, le decía, quizás con cierto remordimiento y hasta dolor, una madre a su hija mientras esperaba la 69 en una de las paradas cercanas al Zoológico de 26. El viaje desde Baracoa hasta Plaza de la Revolución y viceversa, no solo es demasiado largo, sino también demasiado difícil, y uno a veces pierde la voluntad, porque en definitiva, no es el transporte el único problema que hay que sortear.
La cercanía de septiembre anuncia el regreso a una “normalidad” que, sin sostener siquiera la calificación de regular, es a todas luces un escenario mucho mejor que el que hemos visto, casi a diario, durante estos dos meses de etapa estival. Ojalá que las realidades para el próximo verano, en lo que respecta al transporte público, sean menos decepcionantes. Tal vez así, la niña de Baracoa vaya más de una vez al Zoológico.
(Tomado de Trabajadores)
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