El Ballet Nacional de Cuba arriba, para orgullo de todos, a sus siete décadas de gloriosa brega, acontecimiento que marca un hito no solamente en el ámbito de nuestra danza escénica, sino también en la historia de nuestra cultura nacional. Ha sido y es, como bien lo definiera Juan Marinello, «más que una suma de excelencia y una escuela singular, la voz de una fuerza popular sin reposo». Esa fuerza popular encontró su voz en el sentir y el hacer de la tríada Alonso –Alicia, Fernando y Alberto–, que desde mediados de la década de los años 30 del pasado siglo, tuvieron la audacia de traspasar los marcos elitistas de la Escuela de Ballet de la Sociedad de Pro Arte Musical de La Habana e irse al extranjero en búsqueda de una sólida formación artístico-técnica, que les permitiera convertirse en valiosos bailarines profesionales.
Y así lo hicieron: Alberto, en los ballets rusos de Montecarlo y del Coronel de Basil, y Alicia y Fernando en diversas escuelas y compañías de Estados Unidos, como la School of American Ballet, el Ballet Caravan y el Ballet Theater de New York. Pero lo que les otorgó la alta estatura que hoy ostentan en la historia de la danza escénica cubana, más allá de la gloria y el éxito que obtuvieron, fue la inclaudicable visión fundacional y de futuro que nunca los abandonó.
En fecha tan temprana como el 10 de junio de 1947, Alicia, ya colocada en el alto sitial de Prima Ballerina de una de las compañías más respetadas en el mundo y proclamada como «la más grande Giselle contemporánea», declaraba, ansiosa y triste al periódico Redención, órgano nacional de la Milicia Martiana Nacional, en una entrevista que le hiciera Ángela Grau, fiel colaboradora de los Alonso desde sus tiempos de dirigente de la feu: «Es una vergüenza que en Cuba ningún Gobierno se ocupe de proteger el Arte, el Ballet, los cubanos tenemos condiciones excepcionales para el baile, lo hemos demostrado. Hay bailarines que pueden considerarse profesionales, pero que hastiados de esperar una oportunidad para darse a conocer, para hacerse profesionales, abandonan el baile después de haberle dedicado lo mejor de sus ardores juveniles (…) ¿Es que no interesa a nuestros Gobiernos, y a los cubanos en general, que nuestra Patria gane prestigio ante el mundo?». Tenía ella también la amarga experiencia de haber sentido la hostilidad y la incomprensión de los voceros de la seudocultura elitista de entonces por haberse atrevido a bailar una rumba columbia en puntas y centralizar Antes del alba, ballet que llevó por primera vez a la escena la cruda realidad de los sectores desprotegidos y humillados de la sociedad nuestra de entonces. Ese intento de veracidad y cubanía, fruto de los empeños del coreógrafo Alberto Alonso, el compositor Hilario González, el libretista Francisco Martínez Allende y el pintor Carlos Enríquez, fue el aldabonazo decisivo que los llevó a luchar sin vacilación por un ballet genuinamente cubano.
Poco tiempo después, el jueves 28 de octubre de 1948, los Alonso junto a un grupo de entusiastas colaboradores, nacionales y extranjeros (de un total de 40 miembros, solamente 16 eran cubanos), iniciaron la histórica tarea de crear en nuestro país un movimiento danzario nacional, que sacara esta manifestación artística del marco exclusivo en que se había desarrollado hasta entonces, para convertirlo en una expresión genuinamente cubana y popular.
Su bregar en el duro periodo que medió entre su fundación y 1956, fecha en que se produjo su enfrentamiento con la dictadura batistiana, que intentó convertirlo en agente propagandístico de su sanguinario régimen, fue merecedor de la admiración y el respeto de todos los cubanos, por lo preclaro de sus objetivos y la valentía con que sus fundadores supieron enfrentar las incomprensiones y las agresiones de los desgobiernos de la época. A pesar de ello, el novel conjunto logró desarrollar tres vertientes fundamentales de trabajo, que incluyeron el campo de la creación coreográfica, el pedagógico y la divulgación masiva del ballet.
Desde su debut, la primera compañía profesional de ballet en la historia de la nación mostró su gran preocupación por enriquecer la cultura danzaria de los cubanos, tarea que cumplió exitosamente al desarrollar una amplia línea coreográfica en la que figuraron las más importantes obras del ballet de acción del siglo xviii y de la gran tradición romántico-clásica del siglo xix, y el estímulo a un movimiento de creación contemporánea, que incluyó las más diversas temáticas.
Hito en ese periodo fue la creación, en 1950, de la Academia de Ballet Alicia Alonso, encargada de formar la primera generación de bailarines profesionales cubanos y servir de laboratorio pedagógico al fenómeno artístico de la hoy mundialmente reconocida escuela cubana de ballet.
En cuanto a su trabajo divulgativo, las numerosas funciones públicas, con entrada libre o a muy bajos precios, en espacios abiertos de la capital y en el interior del país, muy especialmente las realizadas en el Stadium Universitario, donde contaron con el apoyo decidido de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), hicieron posible que la semilla del ballet fuera plantada en los más disímiles ámbitos de la Isla. Como sabiamente sentenciara Alicia en su histórica Carta Pública al testaferro del llamado Instituto Nacional de Cultura en 1956, el ballet ya no podía morir porque lo habían plantado en el seno del pueblo.
El triunfo revolucionario de 1959 abrió una nueva etapa, donde el ballet cubano pudo alcanzar sus grandes aspiraciones históricas. La Ley 812 del Gobierno Revolucionario, firmada por el Comandante en Jefe Fidel Castro, garantizó definitivamente la existencia de la compañía y le brindó todo el apoyo material y espiritual para realizar su labor. En estos 70 años de labor continuada que ahora celebramos, el Ballet Nacional de Cuba ha logrado ocupar un alto sitial en la cultura nacional y en el movimiento danzario internacional, como máximo exponente de una nueva escuela.
Un total de 209 giras, que han incluido actuaciones en 62 países de los cinco continentes, presentaciones en más de cien pueblos y ciudades de la Isla: la creación de un vasto y versátil repertorio de 758 títulos, la mayoría de ellos con carácter de estrenos mundiales, ha sido un fructífero empeño al que la compañía ha vinculado a los más prestigiosos compositores, diseñadores, teatristas y técnicos de la escena del país; charlas, conferencias y espectáculos didácticos en centros laborales, planteles estudiantiles y unidades militares desde Mantua a Maisí; programas radiales y televisivos, ediciones de libros y publicaciones especializadas, decenas de galardones obtenidos en eventos competitivos del más alto fuste en Europa, Asia, y América; más de un millar de distinciones de carácter cultural, social y político, tanto nacionales como extranjeros y el reconocimiento entusiasta de la crítica mundial, avalan su saldo creador.
El pasado 19 de junio, el Estado cubano, mediante la Resolución número 31 del Ministerio de Cultura, decidió declarar al Ballet Nacional de Cuba Patrimonio Cultural de la Nación, gesto que simbólicamente puede valorarse como la reivindicación por la Revolución a los tristes reclamos que Alicia hiciera 71 años atrás. Ante la grandeza de la obra creadora de la compañía, el mundo la reconoce como el fruto del talento de todo un pueblo, de la inquebrantable fe de un grupo de forjadores y de una sabia política artística que, como una vez le augurara el sabio Don Fernando Ortiz, ha sabido valorar la herencia del pasado, cumplimentar los deberes de su tiempo y los reclamos no menos imperiosos del futuro.
(Tomado de Granma)
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