«Daño colateral» es una frase que se usa para hacer alusión a las pérdidas de civiles en conflictos bélicos. La frase es irónica, repulsiva, pura justificante para el horror que se vive en la guerra. Otras veces se reduce solo a números, que quedan grabados en informes y que luego se olvidarán para apuntar nuevas cifras.
Es probable que la crueldad de los conflictos bélicos que viven muchas regiones del mundo en la actualidad, nos parezca improbable por lejana a la realidad que se vive en Cuba. Pero existen lugares donde los llamados daños colaterales son vidas, vidas de infantes.
En la actualidad, se han intensificado las luchas armadas en zonas donde habita la población civil, amenazada en numerosas ocasiones por grupos terroristas o guerras civiles.
También llama la atención la persecución hacia religiones minoritarias, donde los feligreses son hostigados con el objetivo de extinguirlos. Tenemos el ejemplo de los musulmanes rohinyás, quienes están siendo asesinados y perseguidos.
Dentro de esta brutal barrida los niños son separados de sus padres, violados, mutilados y los sobrevivientes encuentran refugio en otras naciones donde viven en penosas condiciones.
Sin embargo, no solo los infantes rohinyás sufren estas injusticias. En Irak, el autodenominado Estado Islámico comenzó una cruzada para acabar con los practicantes de otras creencias diferentes al islam, trayendo como una de las consecuencias el uso de las muchachas yazidíes en la esclavitud sexual.
En Siria también se hace peligrar la vida y desarrollo de los infantes debido a las acciones armadas de grupos terroristas que causan miles de bajas, y la destrucción de viviendas, centros de salud, educación y otros valores patrimoniales.
Contribuyen a esta letal situación, los bombardeos de la aviación estadounidense que, en nombre de una coalición, han sido los ejecutores de los llamados daños colaterales cuando a diario masacran a niños y mayores en su afán por destruir al ejército sirio.
Todo esto deriva en un desplazamiento de las familias y falta de acceso a los servicios básicos, muchas veces inalcanzables por las mismas contiendas, donde una ciudad es un campo de batalla peligroso.
Según el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, son seis las violaciones más graves contra los niños en zonas de guerra: asesinato y mutilación, reclutamiento y uso de niños por parte de grupos armados, ataques a escuelas y hospitales, violencia sexual, secuestro y bloqueo a la ayuda humanitaria.
Por otro lado, con el paso de los años y la «sofisticación» de la guerra, las armas utilizadas en los conflictos son letales y no muestran piedad.
Un ejemplo de ello son las minas terrestres o bombas de racimo, causantes de cientos de miles de mutilaciones en la población civil, y generalmente utilizadas también contra las escuelas o los hospitales.
Recientemente la Unicef (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia) señalaba para el diario El Periódico, de la mano del director de Programas de Emergencia, Manuel Fontaine, que los ataques contra los menores, quienessufren las consecuencias directas de la guerra, alcanzaron «proporciones alarmantes» el pasado año. Según Fontaine, «en Sudán del Sur, al menos 19 000 niños han sido alistados en grupos armados desde que se inició el conflicto hace cuatro años, y en Somalia, solo este año, se han registrado más de 1 740 casos de reclutamiento infantil para fines bélicos».
A estos hechos hay que sumar el alistamiento de jóvenes para organizaciones terroristas, donde pierden toda identidad para llegar a cometer atroces violaciones de los derechos humanos.
También este fenómeno llega hasta las niñas, quienes representan el nuevo atractivo para los grupos armados, y son obligadas a convertirse en esposas de los terroristas o a cometer actos innombrables.
Podemos agregar además la pérdida cultural, de identidad, que sufren los pequeños que a causa de las consecuencias de los conflictos se ven desplazados de sus hogares en busca de un establecimiento seguro, muchas veces en otros países.
Al llegar a un nuevo sitio comienza otra de las tragedias que marcan la estabilidad emocional de los infantes, ya que muchos deben trabajar aun sin tener la edad requerida. Pero el trabajo por necesidad no es solo algo que ocurre en regiones a las que se ven precisados a emigrar, sino que la guerra los obliga en su propia casa, al dejarlos huérfanos y forzósamente dueños de sus destinos.
Todos estos datos y cifras, llevan invariablemente a repensar el mundo que nos ha tocado vivir, del que somos parte activa y fuerza movilizadora, transformadora. El llamado tendría que ser a salir del estupor, del asombro y la pena que puede provocar tal situación y poner manos en el asunto para que tantas vidas marcadas por la desgracia logren recuperar el tiempo perdido y sanar sus heridas.
(Con información de Granma)
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