Entre los cambios de velocidad en la agenda, y lo acumulativo extremo de cuanto “dato” informativo aparece en lo que va de mes, fuera del seguimiento de lo evidente (que en comparación con jornadas anteriores, sorprende el grado de movilidad de los procesos y operaciones en la opinión general, sobre lo que se mueve hoy en día contra Venezuela), algunas moralejas se pueden ir extrayendo de lo que vamos aprendiendo estos días.
Ahora que nadie puede esquivar que Venezuela, quiérase o no, es el centro de gravitación global desde prácticamente cualquier punto de vista, frente a la evidencia también en el fondo se pueden desentrañar algunas fábulas tal vez menos explícitas, o más difíciles de nombrar de buenas a primera, pero que, sin lugar a dudas, también están ahí.
Van aquí algunas.
Lo dicho hace casi un año: las formas habituales de la política (exterior) han muerto, definitivamente. Y en su lugar atestiguamos el simulacro, vía marcapasos mediático, de un lote de procedimientos que apenas alcanzan a darle algo de cobertura a la urgencia de otorgarle contexto político y fondo “humanitario” a una vulgar maniobra de fuerza.
La disposición del escenario es la misma que pudiera encontrarse en la estructura de un riáliti show: representación de realidad tangible en desarrollo bajo la apariencia de un “tiempo real”, lo que incluiría la habilitación por las vías que sean (legales, mediáticas, militares); un pacto de verosimilitud entre el consumo global 2.0 que se enuncia desde la producción ejecutiva del propio evento televisivo; la fabricación de situaciones que deben promocionarse como “tomados de la realidad misma”, y que, mezcladas las tres, sean capaces de movilizar los resortes emotivos de la razón sumisa, en este caso, hacia un objetivo “político” determinado.
No en balde el retablo del golpe comenzó con la autoanunciación de Guaidó el 23 de enero, y su viabilización “institucional” la inauguró un tuit presidencial, desde la Casa Blanca.
Pero la mayor constatación de que se trata de una violenta operación de cambio de régimen y no un conjunto de peripecias y virajes de un elenco pre-seleccionado, no proviene exclusivamente de ese andamiaje de superficie sino de otro elemento, sintomático, por cierto, de los operadores principales del golpe: el error de cálculo político puro y duro.
La presunción de que los llamados que se dieron la semana del 23 de enero eran suficientes para producir un “efecto dominó” (la frase preferida de Iván Duque después de “cerco diplomático”) que haría que lealtad y soberanía político-militar migraran del susto y de forma automática al paragobierno de Guaidó sin mayor esfuerzo que lo que pudieran decir Pence, Rubio, Bolton y Pompeo.
El hecho de que toda una representación de realidad (la creación de un “gobierno” que emerge de la nada jurídica) vaya a contrapelo de la realidad misma (la existencia tangible de un gobierno real y de unas condiciones concretas y específicas que minan la solidez de la hipertrofia narrativa en curso) es suficiente para que se produzca la disonancia sobre el ecosistema informativo que, a casi un mes del inicio de esta jornada, más allá de declaraciones y frases prefabricadas, siga operando desde el vacío.
La raíz del problema de fondo podemos encontrarla en la matriz ideológica y doctrinaria de quienes administran hoy en día las palancas de la política exterior gringa: los neocon. Los mismos que, asumiendo la facultad de “crear realidades” (a diferencia del resto de la humanidad de a pie), la misma red de fanáticos ideológicos que crearon las “armas de destrucción” masiva, y que, sin experiencia militar alguna, concebían que la “liberación de Irak” era una “cuestión de meses”, puesto que la población iraquí recibiría a las tropas de la “coalición” con los brazos abiertos.
Pero si marzo de 2003 fue la tragedia, enero-febrero de 2019 sería la farsa. Esto no puede traducirse de ninguna forma como un chiste sin efecto que necesita ser explicado, sino como la degeneración dialéctica de un envión de violencia franca mal vestida de superficialidades: el golpe de Estado más frívolo de la historia.
Moraleja: no das un golpe de Estado para no darlo. Si no pudiste controlar los canales técnicos, lo que es, en esencia, la vía por donde se ejecuta un cambio de gobierno con o sin el uso de los recursos de la fuerza (pensando como Curzio Malaparte), y si luego del primer movimiento no pudiste otorgarle dirección al impulso y contenido político (más control de al menos algunos sectores críticos del Estado, pensando como Edward Luttwak), ¿qué queda?
Tal vez esto confirmaría cierto grado de confusión, si atendemos que en un primer momento todo se movía con una velocidad pasmosa, para de repente ralentizarse al infeliz goteo de estos días pre “desembarco humanitario” en la frontera tachirense.
Pero no todo es risa y chascarrillo: mientras nos seguimos adentrando en territorio inédito (no podemos pensar este episodio de la guerra en función del anterior) y ya queda constatado no que el emperador siquiera esté desnudo (sino que cuenta con una sastrería deficiente en el mejor de los casos), dos caminos, pudiéramos creer, se abren: el de muerte de la iniciativa por estancamiento o el de la violencia desnuda.
“Nuestras élites agotaron el fraude. La fuerza es lo único que les queda”, escribió Chris Hedges parafraseando a George Orwell, y esta observación es buena síntesis de lo dicho hasta ahora. También lo es para subrayar la urgencia sobre controlar el capítulo Venezuela. Y la centralidad de Venezuela tanto para la política exterior estadounidense como la nación que le va a dar medida al futuro de las relaciones internacionales en el planeta.
Reiteremos: que el primer golpe riáliti de la historia dependa tanto del discurso espasmódico con el que, tuit a tuit, Bolton y Rubio pretenden forzar el cambio de régimen a punta de ciberbullying, lo que hace detrás de la mueca es acentuar el grado de peligrosidad y destrucción mediante el cual podría desembocar, sobre todo al agotarse aquello que llaman “las narrativas”.
Aquí no podemos olvidar que además de los motivos pesados en lo geopolítico, y en lo histórico, respecto a la memoria de la intervención contra Venezuela va muy por encima de los poderes formales establecidos (la presidencia estadounidense y el aparato legislativo), también se pueden desentrañar motivos pedestres, certificando aún más la demencia neocon para que algunos funcionarios puedan reivindicarse con el protagonista del riáliti (Trump y su presidencia a la The Apprentice) para no perder sus puestos de trabajo tras una mala jornada.
Ya días antes del 23E, Bolton fue hasta humillado en su última visita a Turquía y Pompeo tampoco es que tuvo una gira exitosa por los países de la Península Arábiga. Tratándose de un gobierno con más de 120 defecciones y despidos de cuadros de alto perfil, dentro de esa lógica burocratista, para ambos funcionarios una remoción de contrato constituye una amenaza existencial.
Aquí también pudiéramos encontrar otra trama subyacente a la agenda del cambio de régimen, por más que Venezuela haya sido por tanto tiempo el motivo de los desvelos de Marco Rubio. Así operen motivos e intereses superiores, lo que le da contorno y modo de abordaje el caso venezolano, es tarea del lobby anticastrista cubano-venezolano del sur de la Florida.
Ante el desastre en el Medio Oriente, según ese cálculo, la “troika de la tiranía” en la escueta estructura mental de un Bolton pareciera verse como el propio objetivo blando (soft target) que una vez realizado en agenda pudiera volver a congraciar a los dos personajes. Es una especulación.
Una lógica que iría algo así como que ya estando la República Bolivariana de Venezuela suficientemente desgastada y golpeada por tantos años de sanciones, guerra híbrida y violencia, basta con un empujón para cerrar esa historia, y, con las mismas, caída Venezuela, hacer lo propio con Cuba y Nicaragua.
Y conforme avancen los días y se extienda el tremedal político que ha puesto al borde al orden internacional, la urgente necesidad de una salida rápida y desesperada se avizora en el panorama, y en este punto la frontera colombo-venezolana vendría a convertirse en un personaje principal en toda ley. Está claro.
Ya atestiguamos el tanteo fake de niños siendo secuestrados/reclutados/desaparecidos (sin noticia exacta ni nombre alguno) como para ir aumentando las apuestas y el nivel de atención directa del propio Trump. Del punch de este recurso se pueden encontrar diversos precedentes, pero tenemos uno muy a la mano en el mundo post-kardashian en el que vivimos, ahora bajo la Administración Trump.
Dos veces (en abril de 2017 y en abril de 2018), desde la llegada de la actual administración al poder, Siria fue bombardeada, digamos, de forma abierta y oficial por los Estados Unidos y los gobiernos de maletín que los acompañó. En ambos casos, el cómo se llegó hasta el punto para movilizar a un renuente Trump está ampliamente documentado.
En ambos casos, cómo no, fueron necesarios un descomunal despliegue de fake news y fabricación de circunstancias sobre el terreno (valga decir, sobre suelo controlado en ambos casos por Al-Qaeda y demás filiaciones) para producir esa “realidad”, ese manto de verosimilitud y sentimentalismo que permitiera instalar el consenso de su necesidad y urgencia, revestido, como en el caso venezolano, como un asunto “moral”, independientemente de lo que diga la legislación internacional.
De los dos casos, el primero, el de 2017, arroja una pista tragicómicamente narrada en el libro-compendio de chismes Fire & Fury: inside the Trump White House de Michael Wolff (capítulo 14, “The Situation Room”). Su hija Ivanka y Dina Powell fueron las que finalmente, tras días en los que se encontraba renuente a actuar, le enseña los videos que se escenificaron en Khan Sheijun.
Luego de una presentación llevada al nivel más básico pero contundente posible, Trump reaccionó facilitando una muy esperada respuesta a la creciente presión dentro del establishment gringo que, como en Venezuela, no resultó contradictorio el dejar de lado la tenacidad de la contienda para estar de acuerdo en la necesidad de “hacer algo”.
En rueda de prensa, el presidente respondió ante la interrogante de si iba a actuar, respondiendo afirmativamente puesto que Bashar al-Assad “es un carnicero”, perpetrando un ataque que dejaba en ese estado a tantos “beautiful babies“.
(El cómo los llamados Cascos Blancos lograron “producir” esas escenas poco tuvo que ver con gas sarín y sí con cualquier otra intoxicación a la carta que tuvieran a la mano para darle consistencia a la especie del ataque; lo importante, en esta descripción, va de cómo fue que lograron la tan ansiada reacción del presidente.)
Ante un panorama en Venezuela que, por más que no deje de avanzar casi de forma improvisada (la ausencia de Plan B reseñada por el Washington Post) haya perdido el fuelle inicial, una salida desesperada bajo este formato comienza a ser algo tangible. Ya no digamos cínico y brutal.
Pero, al igual que en Idlib en 2017 bajo el control de las variaciones de Al-Qaeda y el rosario de facciones yijadistas restantes, del lado colombiano de la frontera tienen control absoluto de todo lo necesario sobre el terreno: la escenografía, los operadores a todo nivel, los actores y, en este caso, en el país de los falsos positivos y bajo el gobierno más redomado de su historia, un (elaborado) golpe de efecto de estas dimensiones esta semana pre-desembarco humanitario se vuelve algo peligrosamente plausible.
Habida cuenta de que, por todo lo que hemos visto, Trump pareciera no tener la misma renuencia que tenía respecto a Siria en 2017.
El punto es que, más allá de ser esto una posibilidad declarada y concreta, el modus operandi, el esténcil sobre el cual se actúa, ya existe. Ya han logrado que, fuera de cualquier marco analítico convencional, una decisión de este calado sea tomada en base a una conmoción inmediatista que precipite acciones de este estilo.
Desde ese lado del río Táchira cuentan con todos los implementos en la caja de herramientas para una operación de bandera falsa que fabrique el urgidísimo punto de inflexión.
Uno prefiere, sin lugar a dudas, apostar para perder en este caso. Sin embargo, al estar el país lidiando con lo peor de la condición humana, y amén de intentos anteriores aquí y en cualquier otro foco crítico del globo, una acción como esta no puede descartarse de antemano.
Moraleja: si sospechas que este grupo de poder está desesperado, es porque lo está. Y la salida de emergencia pudiera tener esa mezcla fatal de precipitación de todo, un intencionado alto grado de destrucción y estremecimiento, y una potente carga de estupidez.
William Serafino de forma acertada se formula la pregunta sobre si en el caso Venezuela se juegan las elecciones presidenciales gringas de 2020. Ampliando un poco más el espectro, Greg Grandin apunta que, además de todo lo que estamos viendo en estos tiempos dementes, la derecha utiliza a nuestro país para reorganizar la política interna. En ambos casos, se sostiene la misma premisa: en última instancia, quien controle la política exterior controla al Imperio, y no al revés.
En el centro, vale repetir una vez más, de esta disputa en lo geopolítico, está la primacía del petrodólar. “Es crucial el comprender que en la actual precariedad internacional tiene su raíz en los problemas económicos estadounidenses. Ese es el factor clave que vincula todas las demás tensiones y conflictos aparentemente disparatados [en el mundo]. Venezuela es otra demostración de un problema estructural amplio centrado en el colapso del capitalismo estadounidense”, apuntó Finian Cunningham hace un par de semanas. Y para buscar constatación de lo dicho sobrarían los ejemplos, pero no el espacio en esta nota.
En cuestiones de forma, pareciera que esto también le daría una explicación a la velocidad y el aumento de tensión contra el país. La aparición de Guaidó en el centro, para no perder lo frívolo del panorama, fue su “alineación de los astros”, como dijera un miembro del gabinete de Marco Rubio al Miami Herald.
Pero así como Bolton y Pompeo pudieran encontrar amenazada su permanencia en el gabinete Trump de haber una nueva chapuza en el panorama, la planta más pesada de los poderes puros y duros sí pudiera estar entendiendo la verdadera urgencia de alinear a Venezuela y cerrar el espacio hemisférico para insuflarle un nuevo electroshock al petrodólar, y crear, por ejemplo, como algunos señalan, una suerte de cartel petrolero hemisférico que le haga la competencia a la propia OPEP, tratando de generar capacidad de maniobra extorsiva frente al ascenso de la opción euroasiática y el orden multipolar.
Pero así como se pudiera entreleer que los distintos grupos de poder que hacen de los Estados Unidos un interlocutor esquizofrénico sienten esa amenaza, no es forzado imaginar que también está sintiendo sus propios límites, pensemos entonces, por un momento y a partir de ese filtro, en la casi exactitud del discurso del vicepresidente Pence con el comunicado de Nancy Pelosi a propósito de Venezuela, a pesar de en lo doméstico estar, según se narra todos los días, totalmente y casi irreconciliablemente enfrentados en todo lo demás.
La multi-crisis estadounidense también se expresa en su propia incapacidad de reinvención, como señaló proféticamente Chalmers Johnson casi dos décadas antes del hoy en día. Es, también, la premisa esencial de El taller del imperio: Latinoamérica, los Estados Unidos y el ascenso del nuevo imperialismo(2007) de Greg Grandin: a lo largo de toda su historia, los Estados Unidos se han valido de América Latina para salvarse a sí mismos.
De la combinación de estas dos ideas, se hace aún más comprensible la aparición de Elliot Abrams como enviado especial del Departamento de Estado para Venezuela sobre el panorama: la urgencia (alguien con el currículo que termine de hacer de una buena vez el trabajo) y la parálisis de la propia imaginación política del poder gringo hoy.
Lo sabemos: Abrams cobró notoriedad inicialmente por el papel que desempeñó como encargado de “derechos humanos” para el Departamento de Estado en la Administración Reagan (tal vez sólo John Negroponte le rivalizaría en la dimensión sanguinaria de su papel en Centroamérica). Las masacres y genocidios en Guatemala, El Salvador y Nicaragua fueron el pistoletazo de partida de la nueva faceta del Imperio, con su respectivo (y muy dañino) reflejo en la propia sociedad norteamericana.
Las técnicas de contrainsurgencia y de brutal socavamiento interno, con sus múltiples redes y capas de apoyo logístico desde lo financiero hasta la implantación de una legitimidad política, que encontraron ahí su prototipo, luego se emplearon contra Yugoslavia y después contra el Medio Oriente (piénsese en los grupos de exterminio a la salvadoreña en los primeros años de la guerra contra Siria) que ahora se devuelve con el mismo grado de descaro y franqueza sobre el hemisferio.
La compulsión de retornar a la idea de “patio trasero” absoluto para una nueva ronda de experimentación, a costa de todo lo humanamente vivo, en el laboratorio latinoamericano, y en Venezuela, su punto focal más intenso hoy en día, como al inicio de esta “aventura” lo fueron Guatemala, El Salvador y Nicaragua. Ahí donde nació.
“Todo se está desarrollando ahora mismo, en tiempo real. Los mismos actores, los mismos trucos, la misma preocupación patentemente hipócrita por los pobres hambrientos. Y los medios estadounidenses lo están despojando de todo su contexto esencial, presentando a estos operadores radicales del cambio de régimen como humanitarios que se rasgan las vestiduras”, resumía Adam Johnson, a propósito de la cobertura que los principales medios mainstream le dan a Venezuela.
Visto así, lo de Abrams tal vez no es una demostración muscular solamente (como lo fue el bombardeo e invasión a Panamá en diciembre del 89), sino el síntoma malsano de un ciclo de episodios que se cierra ahora con esta última “aventura” imperial.
Moraleja: Venezuela sí representa, entonces, una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad de los Estados Unidos. Pero no en términos militares. Y tampoco para “los Estados Unidos”, como para la maquinaria plutocrática que controla todo el sistema gringo y lo empata con el resto del sistema arterial corporativo que respira petrodólares, y que sin eso, se muere.
(Tomado de Misión Verdad)
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