«Verás, Galileo, ya no es que me moleste tanto la humedad de estas tumbas, ni los escolares con sus visitas de clase de Historia, lo que me molesta es esta banda de dementes». «Ni me digas, Cristóbal, tanto batallar con los cazaherejes para nada. Yo que tenía ya mi monumento en la historia… para andar todavía oyendo estas cosas».
Así se puede imaginar, en una estampa rulfiana, la conversación de Galileo y Colón en estos días en que nos toca presenciar cómo hay gente que afirma que la Tierra es plana… Sí, como leyó, gente que cree que la Tierra, en realidad, anda un poco chata, no tiene curvas.
El pasado enero estas personas, que son miles, anunciaron que se lanzarían a una expedición de crucero para demostrar que podían dar con el límite horizontal de la Tierra.
«Esto se nos está yendo de las manos, Galileo. Lo veía venir»…
Pues sí, los «tierraplanistas» son una especie de movimiento cultural que ha ido pasando de un chiste de redes sociales a llegar a asustar a la comunidad científica.
Sus argumentos principales son que todo lo que conocemos, como evidencia de la redondez de la Tierra, no es más que una enorme conspiración de gobiernos y organismos como la NASA.
A partir de esa concepción, desarrollan una apologética que intenta responder cada una de las preguntas lógicas que llegan desde el lado científico.
¿Cómo la gente no se cae cuando llega al supuesto borde del planeta?, responde a BBC James McIntyre, de la Flat Earth Society. «Un examen somero del mapa de la Tierra plana explica la razón: el Polo Norte está en el centro, y Antártida, en el borde de toda la circunferencia. La circunnavegación es viajar en un círculo muy ancho por la superficie de la Tierra».
Pero… ¿cómo se explican los cientos de imágenes satelitales, videos en vivo desde la Estación Espacial Internacional, fotos de los viajes espaciales que muestran la circunferencia terrestre, aviones y barcos que se pierden en el horizonte?
Según estos aficionados a la seudociencia, cada foto, video o captura satelital forma parte de un enorme rompecabezas de ilusiones armadas y manipuladas para que el mundo siga creyendo que el planeta es redondo, cuando en realidad, afirman, es un disco plano con profundidad.
De cualquier manera, podríamos seguir con preguntas tan obvias como, ¿por qué los eclipses cubren la superficie lunar y no dejan solo una sombra de disco?, ¿por qué desde un avión se puede ver la circunferencia terrestre en el horizonte?, ¿por qué nadie en el enorme entramado de conspiradores gubernamentales nunca ha desviado información?, ¿qué ganan todos los Gobiernos con hacernos creer en la redondez de la Tierra? Y la mayor parte de las veces la gente se cansa de discutir a un nivel casi recreativo.
Lo curioso de este «movimiento» es que, por el revuelo que sigue causando desde internet —donde rato a rato se anuncia que una figura pública como la rapera B.O.B. o el basquetbolista Kyrie Irving se adscriben a sus filas—, vamos comprendiendo que es necesario leerlo entre líneas para pulsarlo como fenómeno cultural y saber qué tiene que decirnos.
Christine Garwood, autora de Tierra Plana: la historia de una idea infame ha explicado que es un mito común pensar que todos, desde la Antigüedad hasta el oscurantismo medieval creían que la Tierra era plana, y únicamente se desengañaron cuando Cristóbal Colón logró llegar a América sin precipitarse por «los bordes del mundo».
«Ninguna persona educada en la historia de la civilización occidental desde el siglo III en adelante creía que la Tierra era plana», afirmó en 1997 el historiador Jeffrey Burton Russell.
Históricamente, la idea del «tierraplanismo», afirman los especialistas, surge con fuerza en el siglo XIX y, verdadera ironía, de manos de la comunidad científica racionalista de la época. Se piensa que esta creó la idea de que los creyentes eran «tierraplanistas» para desacreditar su imagen, y se terminó por aceptar que, de hecho, la inmensa mayoría de los religiosos afirmaba que la Tierra era plana. Hasta que en efecto, muchos comenzaron a asumir la idea.
En la actualidad hay varias corrientes seudocientíficas. Pero lo que tienen en común todas, tanto quienes creen que Michelle Obama es un extraterrestre reptiloide, como quienes defienden que los Iluminati gobiernan el mundo, es que pertenecen a lo que los sociólogos llaman la era de la posverdad: cuando un desarrollo acelerado de los medios digitales convive con una pérdida de valor del concepto de lo verdadero.
Por otra parte, la sicología social tiene mucho que aportar, y afirma que estos fenómenos son más viejos que Matusalén y sus cuatro gatos.
Justamente este es uno entre cientos de fenómenos a lo largo de la historia que tienen que ver con necesidades humanas eternas.
En pocas palabras, es válido resaltar que los seres humanos necesitamos explicarnos nuestros porqués, y a la vez nos gusta que esos porqués sean precisos y exactos, y de paso, que nos hagan sentir en comunidad y especiales. Asimismo, las investigaciones recientes demuestran que quienes se sienten solitarios y marginados tienden a creer más en conspiraciones.
Detrás de este tipo de motivaciones se hallan numerosos movimientos culturales y religiosos, más allá de ser coherentes con ciertas lógicas.
No hay que olvidar, además, que si ese entendimiento del mundo propicia algún negocio lucrativo detrás, tendrá siempre impulsores.
En las conferencias organizadas por los «tierraplanistas» no faltan empresas como Fecore, que financia expediciones supuestamente para comprobar los confines terrestres.
Lo interesante es que el dinero para esos viajes, informa RT, sale de los donantes suscritos a su página web, y los precios oscilan entre los 25 dólares por mes hasta los 125 por semestre. Pero el precio del pasaje para las expediciones alcanza nada menos que los 6 000 dólares, sin contar artículos como vestimenta especial y otros enseres muy atractivos para los contribuyentes dispuestos a viajar a la Antártida.
Así que parece que en esto de la «chatitud» terrestre hay mucho en juego, desde nuestros miedos más antiguos, hasta el aburrimiento y los negocios más lucrativos.
(Con información de Juventud Rebelde)
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