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Ho Chi Minh: la forja de un líder

Ho Chi Minh.

Por: María Victoria Valdés Rodda

Solía sentarse a meditar a la orilla del estanque de agua dulce colmado de peces a los que alimentaba con migajas de pan. Desde ese lugar Ho Chi Minh ideó inteligentes procedimientos de dirección, muchas veces trasmitidos a sus colaboradores partidistas allí mismo, al aire libre. Puede que, en medio de sus obligaciones como presidente, sus reflexiones también estuvieran salpicadas por memorias de su itinerante y fascinante vida.

Y puede que guardara con afecto el recuerdo de Georges Auguste Escoffier, el Emperador de los Cocineros, quien lo empleó en Londres, en 1913, en el Hotel Carlton, primero como ayudante de cocina para luego ascenderlo a patissier (pastelero, puesto esencial en la repostería francesa). La leyenda refiere que el Tío Ho habría tenido un futuro prometedor en el gremio de la culinaria; su empleador le auguraba condición de hombre rico, pero los planes de Nguyen Sinh Cung (su verdadero nombre), dotado de una enorme sensibilidad humana, eran muy diferentes.

Como ilustración el siguiente episodio:

Una tarde ambos tuvieron un altercado muy fuerte, porque el joven vietnamita reciclaba la comida dejada por los comensales. A la reprimenda del maestro cocinero manifestó pesar por el hambre de los pobres; no era un sentimiento abstracto, sino uno real, ya que algunos mendigos en los alrededores de la instalación le pedían sustento. También lo aguijoneaban las lejanas estampas de las aldeas vietnamitas, plagadas de masas hambrientas.

Cuatro años después, en 1917, se despidió de Escoffier, convencido de su empeño contra el colonialismo, al cual le conocía las ínfulas por haber vivido ya en París, a donde retornó para, igual que José Martí en Nueva York, profundizar sus conocimientos sobre las entrañas del monstruo y poder derrotarlo. Premonitoria coincidencia desde sus similares fechas patrias: un 19 de mayo uno halló la muerte en 1895, el otro nació en 1890.

Honrarlo mediante el trabajo

Ho Chi Minh, presidente de la República Democrática de Vietnam, en Hanoi en 1955. Foto: vovworld.vn

“Sólo cuando la raíz es firme, el árbol puede vivir mucho tiempo y la victoria tiene como raíz al pueblo”. “¿Que crimen he cometido? Me sigo preguntando. El crimen de seguir devoto a mi pueblo”. En estos versos se repite un sustantivo fundamental sumamente ligado a la suprema convicción de un hombre-poeta, de un hombre-combatiente, entregado de lleno a la liberación.

Ho Chi Minh aprovechó los años de encierro para escribir 120 poemas y su Diario de la cárcel. Pero estas piezas no son meras obras de literatura; en ellas esbozó los diferentes caminos de la ardua lucha, la cual nunca eludió precisamente porque su pueblo lo necesitaba.

Ganó la Batalla de Dien Bien Phu contra Francia, en 1954, y aunque no consiguió presenciar la estrepitosa salida yanqui de Saigón, en 1975, hoy esa ciudad lleva su nombre. A pesar de haber muerto el 2 de septiembre de 1969, hace 50 años, el Tío Ho es el guía, el símbolo y la bandera de la resistencia nacional en Vietnam. Incluso, en estos tiempos, convoca a los fabulosos progresos de la nación, cuando este 2019 el producto interno bruto (PIB) asciende a 6.8 por ciento.

Grandes saltos hacia adelante ha dado el país de sus desvelos. Su visión sobre lo inevitable se ha cumplido: “Un Vietnam cien veces más hermoso”. Según importantes empresas calificadoras internacionales la economía vietnamita es una de las 10 de mayor expansión del planeta y lo seguirá siendo en los próximos años.

Laboriosidad, paciencia y empeño le caracteriza, unido a que las adecuadas estrategias de perfeccionamiento del proceso de reestructuración económica, de la estabilidad social y política, así como crecientes inversiones extranjeras directas, más la activación de nuevos tratados de libre comercio, han coadyuvado a ese vislumbrado bienestar.

El símbolo

Ho Chi Minh murió el 2 de septiembre de 1969 y Fidel Castro solo pudo visitar Vietnam cuatro años después. El Comandante en Jefe ante la mesa alrededor de la cual se reunían Ho Chi Minh y sus compañeros. Foto: PL.

Los mosquitos, la intermitente lluvia, el calor húmedo y las serpientes fueron obstáculos naturales encubiertos en las informaciones dadas a las tropas yanquis antes de partir. Sus generalotes estaban convencidos de que, por tener armas más sofisticadas, podían ganarles a los vietnamitas. ¿Qué cálculos fallaron?

John F. Kennedy promovió en 1963 un golpe militar de los grupos reaccionarios en el sur de Vietnam, mientras que la CIA se encargó de asesinar al presidente Ngo Dinh Diem para poner en su lugar una Junta Militar, lo suficientemente despiadada, que impidiera la libre determinación de los sudvietnamitas, quienes, en referendo, debían decidir si querían unirse o no a la República Democrática de Vietnam, en el norte, dirigida por Ho Chi Minh.

Un año después, en 1964, el mandatario Lyndon Johnson aprobó los bombardeos contra Vietnam del Norte y el envío de tropas al sur. El resultado inicial fue desastroso, porque, si bien continuaron en el terreno por espacio de 10 años, la invasión cohesionó los sentimientos patrios de los revolucionarios de ambos lados, decididos a expulsar al invasor, al que le infligieron la muerte de más de 58 mil soldados.

Muchos jóvenes estadounidenses se alistaban en las filas invasoras porque de verdad creían estar del lado correcto de la historia; que la democracia estaba en el Sur y no en otra parte, y quizá por eso algunos de ellos estimulaban la moral escribiendo en los cascos y en los tanques la frase “Ho Chi Minh ain’t gonna win”: “Ho Chi Minh no ganará”.

Se equivocaron: el Tío Ho y sus ideas fueron bandera y meta. Organizó el Ejército Popular de Vietnam y el Frente de Liberación Nacional (Vietcong). Nada pudo frenar la influencia que ese dirigente sencillo le infundía al pueblo. Ni los superbombarderos B52 con su millón 600 mil toneladas de bombas, ni los 540 mil efectivos enemigos, ni el millón de soldados títeres armados por Estados Unidos.

El pueblo vietnamita pagó un alto precio, con la pérdida de cinco millones de sus hijos, más 300 mil heridos. Sufrió, además, grandes daños ambientales, por la tóxica sustancia conocida como el agente naranja, que todavía provoca malformaciones y enfermedades.

La forja de un líder

Ho Chi Minh.

En mayo de 2018, a propósito del 128 aniversario de su natalicio -el 19 de mayo de 1890-, cientos de medios de comunicación del mundo consideraron que Ho Chi Minh se ganó un lugar entre las 100 personalidades más influyentes en la historia universal del siglo XX, debido a su carisma como dirigente y estadista.

Asimismo, con motivo de su centenario, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), lo reconoció como Héroe de Liberación Nacional y célebre hombre de cultura. Por tales motivos merece reverencia eterna.

Era un hombre ilustrado en todos los sentidos. Sus primeras lecciones sobre qué es ser un patriota se las dio su padre, un oficial que renunció a su rango en protesta contra la dominación francesa. Y aunque modesta, la familia le proporcionó los medios para sus estudios. Fue maestro. Sus tempranas inquietudes políticas lo llevaron a Saigón, donde ingresó en la escuela de obreros marítimos.

Estos pasos le permitieron viajar a bordo de un buque francés como cocinero. Estuvo en Marsella, Londres, París. Y en la Ciudad Luz se unió al Partido Comunista Francés, del que bebió las doctrinas de Marx y Engels. Espoleado su espíritu con esos saberes regresó a la patria, de la que al poco tiempo debió exiliarse, por su pensamiento radical. Partió hacia Hong Kong, donde fundó, en 1930, el Partido Comunista Indochino.

Se le conoce proverbial paciencia, la misma desplegada para tejer, paso a paso, la estrategia de liberación nacional: en 1935 asistió al VII Congreso de la Komintern, en Moscú; en 1938 conoció a Mao Zedong, y lo acompañó en su mítica campaña de Yenan, en China. Por esas tierras lo sorprende la Segunda Guerra Mundial, seguida atentamente por los evidentes dotes de analista.

Su enfoque dialéctico, histórico, le permitió comprender que la conflagración, vista desde las condiciones particulares de Asia, y emanadas de un escenario más grande, podía ser la partera de la emancipación nacional. Contrario al fascismo y amigo de los soviéticos, Ho Chi Minh, no obstante, percibió que la derrota francesa ante Alemania, en 1940, significaba un debilitamiento para el colonialismo galo, ante lo cual decide regresar clandestinamente.

Una vez allí, en 1941 funda la Liga por la Independencia de Vietnam o VietMinh. A los integrantes de esta fuerza popular los exhortaba al combate con la siguiente arenga: “Quien tenga un fusil, que use el fusil. Quien tenga una espada, que use la espada. Y si no tiene espada, que use azadones o palos”.

Los pueblos de la región opusieron una fuerte resistencia contra el fascismo japonés, no así la alta burguesía y los círculos de poder, y cuando Tokio fue vencido, a partir del heroísmo del Ejército popular chino, ya las condiciones subjetivas en Vietnam estaban creadas para la independencia. En mucho contribuyó el ingenio aglutinador del Tío Ho. Por eso el 19 de agosto de 1945, en Hanoi, fue factible declarar la soberanía y la construcción del socialismo.

Como era de esperar, y grosso modo, Francia se negó a aceptar el nuevo escenario creado, pero como la fuerza del líder era tan grande solo pudo retener Vietnam del Sur, dando lugar a la conocida guerra de Indochina (1946-1954). Se pensaron inexpugnables, e incluso creyeron que desde esa posición podían minar la revolución vietnamita. Vinieron años de estoica firmeza, hasta que la batalla de Dien Bien Phu los obligó a firmar los Acuerdos de Ginebra.

Con este tratado Ho Chi Minh (seudónimo que significa “El que ilumina”) buscaba ganar tiempo, seguro de que una vez preguntado al pueblo del sur si deseaba unirse a sus hermanos del norte, la respuesta sería afirmativa, aspiración frustrada por las apetencias estadounidenses. Y ya sabemos cómo acaba esa historia. La luz del Tío Ho les consagró la victoria definitiva.

Hermandad probada

Vietnam está cincelada en la conciencia del cubano luego de que Fidel, en nombre de todo el pueblo, afirmara que por esa nación estábamos dispuestos a dar hasta nuestra propia sangre. Él mismo lo demostró al levantar la moral del combatiente vietnamita en el propio escenario de guerra, allá en Vietnam del Sur.

Con los años la amistad se consolida. Como muestra de esa unión, al presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, le fue conferida la Orden de Ho Chi Minh. Mientras que al general de ejército Raúl Castro Ruz se le otorgó la Orden Estrella Dorada de Vietnam, la más alta condecoración del país.

Este, en ocasión de tan memorable suceso, al rememorar el emotivo encuentro que sostuvo con el legendario dirigente, durante su visita de 1966 subrayó: “Las sentidas palabras de Ho Chi Minh de agradecimiento por la ayuda de Cuba y de Fidel; y acerca de los sólidos cimientos sobre los que forjamos los vínculos que nos unen: “Nuestros países geográficamente son antípodas, pero hay una identificación completa en lo moral”.

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Etiquetas: AniversarioFotografíaHo Chi MinhHomenajeVietnam

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