Si el 26 de noviembre de 1868, no hubiese resonado aquella exclamación: “¡Acaben de una vez los cabildeos, las torpes dilaciones, las demandas que humillan: Cuba no tiene más camino que conquistar su redención arrancándosela a España por la fuerza de las armas!”, probablemente, ese mismo día, en la reunión del Paradero de Las Minas, el Gran Camagüey hubiera depuesto las armas, como consecuencia de los planes de los hermanos Napoleón y Augusto Arango, quienes propusieron conciliar la “paz” con la metrópoli.
Entonces, “habría sido terrible para el resto de los revolucionarios, posiblemente no se habría producido el alzamiento en Las Villas, y con toda seguridad España concentrando sus fuerzas habría podido aplastar en un tiempo relativamente corto a los patriotas orientales, si no se hubiese consolidado el levantamiento armado en Camagüey. Y esa fue incuestionablemente obra y mérito de Ignacio Agramonte.
“Arrastrar a sus compañeros a la lucha fue el primer servicio extraordinario prestado por él a la lucha por la independencia”, así reconoció Fidel la grandeza del mayor general del Ejército Libertador, justo cuando se cumplía un siglo de la caída en combate del bayardo camagueyano.
En aquella velada conmemorativa del 11 de mayo de 1973, el Comandante en Jefe aseguró que “¡Ignacio Agramonte no fue nunca anexionista!”. Porque, si bien, en el espíritu de los miembros de la Asamblea de Representantes del Centro había ciertas tendencias anexionistas, y en efecto, el 6 de abril de 1869, suscribieron por su cuenta dos documentos, dirigido uno de ellos a un senador norteamericano, Banks, y otro al general Grant, presidente de Estados Unidos, donde se insinuaba la idea del anexionismo; en la Asamblea de Guáimaro –en la cual el joven abogado fungió como secretario de la misma- no se abordó este punto.
Explicó el líder de la Revolución cubana que fue cierto que una vez integrada la Cámara de Representantes, el 30 de abril, se suscribió un acuerdo en el que se planteaba la anexión a Estados Unidos. A criterio de él, “Una mancha histórica de aquella Cámara (…) Pero ya en esos días Ignacio Agramonte no estaba en ella; se ocupaba de sus deberes militares al frente de las fuerzas camagüeyanas”.
“No existe ningún antecedente histórico en su vida, no existe ningún antecedente en sus ideas y en sus criterios políticos, que permitan la menor sospecha de anexionismo en él. Y quien dijo esas inmortales palabras: ‘Que nuestro grito sea para siempre independencia o muerte’, no podía ser anexionista”.
Como Agramonte, casi un siglo después, el joven abogado Fidel Castro, tuvo total certeza que la libertad de Cuba solo la alcanzarían conquistándola con sus propias manos mediante la lucha armada, pues con el golpe de estado de Fulgencio Batista, en 1952, se cerraron todas las posibilidades de un cambio político por las vías institucionales y pacíficas.
No podían confiarle la independencia de la patria a los burgueses corruptos, que había entregado el país, política y económicamente, a los Estados Unidos. Sería una acción de ¡Patria o Muerte!
Un siglo después del triste episodio histórico de mayo de 1873, Fidel dejó al descubierto su admiración hacia el liderazgo de Agramonte, en cuanto a su valor, genio militar y ejemplo personal.
“A lo largo de su mando, organizó talleres de todo tipo para abastecer a las fuerzas camagüeyanas, organizó, disciplinó y entrenó a la caballería y a la infantería de Camagüey y de Las Villas, dotó a esas fuerzas de un magnífico espíritu de combate y las capacitó para la lucha. No tenía profesión militar; pero desde que comenzó la guerra se dedicó a los estudios militares, y a enseñar a los oficiales y a los combatientes. Es conocido que dondequiera que había un campamento de Ignacio Agramonte, había un centro de instrucción militar, había una escuela.
“Les inculcó a los patriotas camagüeyanos su espíritu, su ejemplo, sus extraordinarias virtudes. Y tan pronto tomó el mando, les hizo ver a las tropas españolas que Camagüey tenía capacidad de combate, que Camagüey no estaba desmoralizado, y que Camagüey se preparaba a desarrollar su espíritu de resistencia, que Camagüey se preparaba a llevar adelante la guerra”.
Ilustración alegórica al rescate de Sanguily.
Ilustración alegórica al rescate de Sanguily.
Al hablar del patriota nacido en la otrora Villa Santa María del Puerto Príncipe, Fidel solía recordar el rescate de Julio Sanguily, según él, una de las más extraordinarias acciones de armas de la historia patria, un hecho que levantó la moral combativa de sus hombres en momentos muy difíciles. Que en aquel entonces despertó, incluso, la admiración de las fuerzas españolas hacia la tropa agramontina.
“Hazaña insuperable aquella en que con 35 hombres, frente a una columna compuesta de fuerzas tres veces superiores, Ignacio Agramonte, tan pronto tiene la noticia de la captura de Sanguily reúne los pocos hombres que están próximos, inicia la persecución del enemigo, instantáneamente lo ataca, y rescata de manos españolas —es decir, de una muerte segura— al general Julio Sanguily”.
El propio Agramonte, admirado de la valentía de sus soldados, comentaría al respecto: “Cargué por la retaguardia el arma blanca y los nuestros sin vacilar ante el número ni ante la persistencia del enemigo, se arrojaron impetuosamente sobre él, lo derrotaron y recuperamos al Brigadier Sanguily y cinco prisioneros más. El enemigo dejó once cadáveres. Mis soldados no pelearon como hombres: ¡Lucharon como fieras!”
Mientras el líder de la Revolución cubana relataba tal hazaña, el pueblo presente en aquella plaza de Camagüey, seguramente recordaba las heroicidades del líder del Movimiento 26 de julio.
Él también tuvo el coraje de detener el yate Granma, en medio de un mar bravío, para salvar a uno de sus hombres: el expedicionario Roberto Roque Núñez.
En su libro, ¡Atención! ¡Recuento!, el Comandante Juan Almeida Bosque relató lo sucedido.
“El Capitán orienta que alguien vea si descubre el resplandor del faro de Cabo Cruz. Ya antes lo había intentado otro, pero como hay tanto oleaje, se hace difícil la observación. Roque dice que él va a ver. Sube al techo. El yate da un bandazo, se escucha crujir un palo y gritan: ‘¡Hombre al agua! ¡Que unos miren por un lado y otros por otro!’
Se ordena una movilización visual hacia el mar (…) Nada. Parece que el oscuro y agitado mar se lo ha tragado, mientras sube y baja el yate, y a veces parece que las olas le cruzan por arriba.
Cuando el momento es más crítico, Fidel dice: ‘¡De aquí no nos vamos, hay que encontrarlo!’
Eso nos llena de alegría a todos. Dicho así, detener la empresa que nos lleva a Cuba, hasta encontrar al compañero. Pensamos en la grandeza de aquel jefe que es capaz de arriesgarlo todo por un combatiente. En esta empresa no habrá jamás abandonados, no habrá jamás olvidados.
De aquel mar bravío surge una voz apagada: ‘iAquí! ¡Aquí!’ (…) Smith grita: ‘¡Aquí! ¡Aquí lo tengo!’.
La multitud allí congregada ese mayo revolucionario de los años setenta, tal vez recordó la osadía del guía de los barbudos, que hizo de estudiantes, obreros y campesinos –sin formación militar de academia- un Ejército Rebelde. Probablemente, también rememoró a aquel grupo guerrillero, insignificante en número y en armas, pero que poco a poco se irguió, hasta llegar al poder.
Fidel en la velada solemne por el centenario de la caída en combate de Agramonte. Foto: Fidel Soldado de las Ideas.
Fidel en la velada solemne por el centenario de la caída en combate de Agramonte. Foto: Fidel Soldado de las Ideas.
El tiempo destinó a Fidel vivir una etapa revolucionaria posterior a Ignacio Agramonte, y con ello la posibilidad de estudiarlo. Aunque muchos hisoriadores consideran al Comandante, cespediano cien porciento, él también se identificó con la personalidad de quien Martí llamó “diamante con alma de beso”.
En su alocución en la velada solemne del 11 de mayo de 1973, se percibe su admiración por El Mayor.
“¿Habría estado de acuerdo Ignacio Agramonte con la destitución de Carlos Manuel de Céspedes? -le preguntó a su pueblo- ¿Habrían ocurrido esos hechos [la insubordinación de Sacramento León contra la jefatura de Calixto García, y la sedición de Vicente Gracía en Lagunas de Varonas], si Ignacio Agramonte no hubiese muerto el 11 de mayo de 1873 en Jimaguayú? (…) ¡No, estamos seguros de que no!”.
“Los que lo conocieron y todos los que hemos llegado a recibir impresiones, informes e ideas acerca de su carácter, de sus virtudes, de su entereza, de su conducta, estamos completamente seguros de que Ignacio Agramonte habría sido un insuperable valladar a aquellas desorientaciones y aquellos errores”.
“Y es por eso que decíamos que la muerte de Ignacio Agramonte constituyó una terrible pérdida para la Revolución Cubana”.
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