Rosalba, la guajira que amó a Camilo
Hace 19 años, una mujer que tuvo la dicha de amar a Camilo, desnudó para los lectores de Escambray pormenores de aquella pasión entrañable que marcó para siempre sus días.
Aunque ella no lo confiesa, quizás por pudor, despecho o por tremor a una verdad absurda y abrumadora, él sigue intacto en la órbita de su vida. De pie, frente a un raído afiche que cuelga de la pared se juzga cruel consigo misma: “mira eso, yo tan vieja y él tan joven”. Se vuelve y sonríe con una tristeza que se desliza por los ojos, rostro abajo, bien abajo, hasta sumergirse en el pecho con dolor breve, pero desgarrador.
Ya Rosalba Álvarez no es la bella guajira de Juan Francisco de la que hace más cuatro décadas se enamoró Camilo. Vive en el centro de La Habana, en medio de una humildad estremecedora y sin embargo conserva sabor a monte. Esa voz de veinteañera y la ternura que le invade desde las menudas manos hasta el más atrevido comentario, desmienten sus 62 años.
Rosalba antes de Camilo
“Todo el mundo decía que yo era una mujer hermosa, tenía el pelo largo, en verdad yo no me encontraba tan bonita, pero todos lo decían y él también lo decía.
“Entonces había cumplido 20 años y vivía en un bohío con mi familia en un campo total, en lo que es hoy el municipio de Yaguajay, mi padre era montero, sembraba y hacía carbón, siempre tuvo ideas revolucionarias, militaba en el Partido.
“Estudié hasta el tercer grado, enseguida me vinculé a la Juventud Socialista Popular, a principios de marzo de 1958 me seleccionaron para la lucha clandestina, bajo las órdenes de Arnaldo Milián, a quien entonces solo conocía por Alfredo. Yo hacía de mensajera, me mantuve en esa actividad hasta finales de diciembre.
“Para la huelga del 9 de Abril mi papá y yo trajimos los planos hasta el central Narcisa, también introduje un radio y a algunos compañeros comprometidos. Me vestía con sayas anchas y una faja para esconder los documentos y no voy a decir que no tenía temor, sentía como hormiguitas en la cara por el miedo y los nervios”.
ROSALBA DE CAMILO
“Un día mi papá me llamó con mucho misterio, Camilo iba a llegar, enseguida me cayó la inquietud por ver cómo era. Lo conocí el 11 de octubre, esa fecha nunca se olvida, en el campamento de Vergara.
“Entonces lo vi, delgado, ojeroso, con aspecto de cansancio, dinámico, como nervioso. La dentadura parejita, muy linda y unos ojos bastante claros, vivarachos, que hablaban solos. Tenía la barba dispareja y tupida y el pelo largo, medio rubio al parecer por el Sol.
“Llevaba la camisa por fuera y la faja arriba, los bolsillos siempre llenos de papeles y otras cosas. No era ni alto ni bajito y de voz fuerte, no tenía precio para locutor. Allí estuve toda la mañana, Camilo le dictaba varios mensajes a Sergio del Valle y hacía sus chistes también, lo primero que dijo fue que Sergio era casado, que allí el único soltero era él.
“Luego nos sentamos en dos piedras a almorzar, lo veía como nervioso, comía y de buenas a primera fumaba tabaco, en esa gracia se le cayó el plato y tuvo que servirse de nuevo. Después se puso a curarme una herida que me había hecho en la pierna con el pico de una piedra, me llenó toda de Merthiolate.
“Con sus jaranas se puso a decir: ‘Si te cogen presa voy a liberarte y si te matan llevaré flores los domingos al cementerio’, pero ya al final de diciembre, cuando demoraba en llegar con algún mensaje, se preocupaba y salía a averiguar por mí, a buscarme.
“Nosotros nos flechamos, nos enamoramos desde ese primer encuentro, me ilusioné mucho, esa noche pensé en él, soñé con casarme y tener hijos, Camilo siempre decía que íbamos a tener cinco o seis hijos.
“Después estaba siempre atento a si yo iba o venía, se peinaba y lavaba, comienza a preocuparse por su apariencia, conversábamos en el patio de mi casa, donde tenía el campamento, detrás del cuarto, cuando la luna estaba clarita nos daba ahí hasta bien tarde, aunque siempre había alguien rondando, decía poemas y me cantaba.
“Camilo le pidió como permiso a Arnaldo Milián para ser mi novio, en una carta le contó que nos habíamos enamorado, hablábamos mucho, de sus historias en los Estados Unidos, en La Habana, del trabajo de sastre, de los padres, adoraba a los viejos, como les llamaba. Hizo muy buenas migas con papá, le decía Tomaceo por alguna acción que hizo y le causó admiración.
“De él me gustaba todo, era muy apasionado, si lo hubieran dejado, ¡por favor!, habría acabado. Una noche, los guerrilleros dormían en la sala y yo en el cuarto, se coló allí, desperté cuando me estaba besando, di un salto, caí en el medio del cuarto y me desaparecí con tremendo susto, yo no le daba chance.
“Siempre me decía la Guajira, eso no me gustaba ni un poquito, sonaba como si fuera un despectivo. Yo era retraída y seria, tímida, de poco hablar, pero tenía que adaptarme porque él era la candela, me acuerdo un día que hizo una limonada y le echó tabaco dentro, pensé que nadie se la iba a tomar, ¡qué va!, cogían y apartaban todo aquello, se la bebían y ahí van las risas y más risas.
“Creo que lo único en común eran las ideas, en ese momento a lo mejor yo no sabía desarrollarlas, sabía que algo andaba mal, me habían enseñado a luchar y veía que él estaba tratando de cambiar todo aquello, aparte de que nos gustábamos, claro.
“Aprendí cosas de la vida guerrillera, nos ponía en el patio de atrás, en la hierba fina, fue la primera vez que cogí un arma en la mano, me hablaba de la Sierra.
“Se llevaba bien con los campesinos de la zona, muy atento con los viejitos. Para la tropa era bueno, pero exigente, le importaban mucho sus hombres, que se sintieran bien.
“A veces estuvo bravo conmigo, una vez me preparó un viaje a La Habana a conocer a sus padres y coordinar para llevar a mi hermana a un médico. No pude ir porque los jefes míos de Santa Clara dijeron que podía ser peligroso, yo era una guajira, nunca había ido a la capital y allí estaban todos los sicarios de la tiranía, él no entendió que no cumpliera su misión porque, según sus ideas, si la guerra se prolongaba yo debía vivir con sus viejos o seguir en la Columna hacia Pinar del Río. Él comprendía mi militancia, pero tenía rasgos de machismo y como yo era su prometida…
“Los padres vinieron a visitarlo en plena guerra, me presentó como la novia, hicimos una comida en la casa, esa noche bailé con Camilo. Luego fuimos a llevarlos en un yipe.
“De mí se comentaron muchas cosas, en aquella época también había chismes, me decían que tenía otras, que estaba casado, yo solo fui la novia de Camilo y, aunque él quiso, nunca estuvimos. Mantuvimos una relación bastante formal de acuerdo con la época, le pidió permiso a mi papá y una noche Sergio del Valle levantó un acta como si nos estuviera casando en el monte, al estilo de la guerra del 95.
“Ya casi en los finales de diciembre me contó que estaba casado, creo que con una puertorriqueña, sufrí mucho entonces aunque ahora lo diga con naturalidad porque han pasado los años, me aseguró que se pensaba divorciar, había sido algo transitorio de su estancia en los Estados Unidos, ella se había portado muy bien, pero él no la amaba.
“Después vino la batalla de Yaguajay, nosotras íbamos a ir como enfermeras, finalmente se decidió que permaneciéramos en el hospital de la Comandancia. Él no volvió a Juan Francisco, yo debía haber ido con la Columna para La Habana, entonces todo hubiera sido distinto, no lo hice y me arrepiento, eso me ha angustiado siempre. No lo seguí por ese carácter que yo tengo, por miedos, prejuicios.
“Al triunfo de la Revolución las cosas cambiaron, me propuso que fuera a vivir con él a una casita en Ciudad Libertad, no acepté pues yo sabía que era casado y tuve temor de que solo quisiera estar conmigo y después me dejara. Un día nos vimos, fuimos juntos al cine y en plena película lo vienen a buscar porque había alguna dificultad, se disculpó, mandó luego un carro a recogerme y, sin embargo, no entendí aquello, no me daba cuenta de su responsabilidad, él con tantos problemas y yo con aquel ariscamiento.
“Traté de verlo unas cuantas veces, nuca estaba, llamaba por teléfono y tampoco, parecían evasivas, un día apareció otra novia; aquí entre nosotras, él era bastante enamorado. No me gustaba como se iban proyectando las cosas hasta que me llené de amor propio y decidí terminar el noviazgo.
“Una noche me asomé al balcón de la casa, miré al cielo y lo vi todo cubierto de estrellas, cambié la vista un momento y cuando volví a fijarme todas se estaban cayendo, entonces dije: se están cayendo porque él me está dejando de querer.
“Fue en febrero, nunca he querido recordar el día, llegué a Ciudad Libertad y pedí la entrevista, se demoró en recibirme, cuando entré al despacho por gracia se hizo el que no me conocía, conversamos, nos paramos en una ventana de donde se veía el mar, metió la mano en mi cartera y se quedó con todos los poemas y las notas que había escrito para mí.
“Le dije que quería estudiar y trabajar en Salud, creo que se puso un poco celoso y respondió que seguro aspiraba a casarme con un médico. Se derrumbaron todas mis esperanzas y fantasías, todavía me quedaba la ilusión de que iba a buscarme o a llamar, creo que sí, me anduvo procurando por el Quinto Distrito y en un viaje por Yaguajay le comentó a Félix Torres que iba a buscar a la Guajira para casarse.
“Un día estaba en la Academia, estudiando, cuando dan la noticia de las desaparición, las muchachitas salieron corriendo, yo no pude porque me dio como un desmayo, allí nadie sabía nada, nadie sabía lo que estaba sintiendo, todavía lo amaba y fue un impacto muy fuerte, acudí con el pueblo, con todo el mundo, a averiguar, a buscarlo, nunca apareció”.
Rosalba después de Camilo
“Yo me quedé aquí en La Habana, trabajé en Salud, aprendí mecanografía, taquigrafía, recibí los conocimientos elementales, pasé escuelas de milicias, estuve entre las primeras 500 mujeres que se incorporaron a las llamadas ‘Lidia Doce’ donde nos preparamos para la defensa, fui telefonista del Ministerio de Industrias y después en el Minint hasta jubilarme. Nuca me desvinculé de la revolución, milité en la Asociación de Jóvenes Rebeldes, en el PURS, en las ORI y soy fundadora del Partido.
“Conservé por mucho tiempo su diario, cuando la campaña de Yaguajay me dio la mochila para que la guardara con aquellos papeles dentro, al venir para acá se me olvidaron, luego los recogí, traté de descifrar los mensajes porque tenía la letra legible, de molde, pero estaba muy deteriorado y decidí por fin entregárselo a William Gálvez, no me quedé con nada, nadie concibe que no haya guardado un solo recuerdo de él.
“Después que pasó todo no fui una mujer feliz; lo que se dice enamorarse, creo que más nunca volví a enamorarme, tuve algunas ilusiones y hasta ahí. Nació mi hija Rosalbita, después me casé con el padre de los varones, ya hace más de 20 años que nos separamos. Mis hijos viven orgullosos de esta historia, la cuentan e incluso el menor, al que le puse Camilo, hasta intenta parecérsele.
“Trato de no pensar mucho en él, a veces lloro y me deprimo, principalmente cuando llega estas jornada, en que lo ponen tanto por la televisión.
“A pesar de todo todavía me da roña, a veces quisiera tenerlo frente a mí y decirle lo que llevo dentro, siento que me mintió, no cumplió sus proyectos del principio. Algunos días le llevo flores, cuando nadie me ve porque eso pone mal a una.
“Cuando estoy triste, cuando tengo problemas, siempre me acuerdo de él, trato de tomar su fe de la vida, aquella alegría, superar los malos momentos y cambiar. Él es como un estandarte, un guía para la juventud, que debe seguir su ejemplo, esa sencillez y entrega a los demás.
“Creo que ya me conformé con la idea de su muerte, aunque no hace tanto soñé que yo había ido allá a Las Villas, a Juan Francisco, y él venía y me abrazaba, lo veía clarito, así con la barba y todo, me abrazaba y me decía: ‘Yo quise venir, yo quise venir, pero no pude no pude’”.
Nota: Esta entrevista se publicó originalmente el 28 de octubre de 1999, en el suplemento elaborado por Escambray a propósito de los 40 años de la desaparición física de Camilo Cienfuegos.
(Tomado de Escambray)
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