La intervención extranjera se convierte en una empresa imperial a la antigua
Por: Patrick Cockburn, Counterpunch
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Salen llamas de los cascos de ocho barcos de la armada libia destruidos por ataques aéreos de la OTAN mientras yacen en puertos a lo largo de la costa libia. Su destrucción muestra que el coronel Muamar Gadafi se encuentra bajo presión militar, pero también el grado en el que EE.UU., Francia y Gran Bretaña y no los rebeldes libios, son ahora los principales protagonistas en la lucha por el poder en Libia.
Es probable que Gadafi acabe siendo derribado, porque es demasiado débil para resistir a las fuerzas alineadas en su contra. Si no terminaran con su régimen sería demasiado humillante y políticamente dañino para la OTAN después de 2.700 ataques aéreos. Pero, como en el caso de la captura de Bagdad en 2003, la caída del régimen puede significar una nueva vuelta de una prolongada crisis libia que continúe durante años.
Todo se ha desarrollado de una manera bastante diferente a lo que los franceses y británicos parecían imaginar cuando intervinieron por primera vez en marzo para salvar a los ciudadanos de Bengasi de los tanques en avance de Gadafi. Si ése era su único objetivo, los ataques aéreos fueron exitosos. El borde de la carretera de Bengasi a Ajdabiya todavía está sembrado de restos de vehículos blindados quemados. Pero meses después de que William Hague sugirió que Gadafi ya iba de camino a Venezuela, el coronel sigue en Trípoli.
Tres meses después de la sublevación libia las tropas de Gadafi no han logrado tomar Misrata, pero los rebeldes parece que no son capaces de avanzar hacia Trípoli. Han roto el sitio de Misrata en parte porque sus milicianos ahora llevan radiotransmisores y pueden pedir ataques aéreos de la OTAN. Este cercano apoyo aéreo es efectivo y sigue las líneas del apoyo aéreo táctico dado por EE.UU. a los soldados de la Alianza del Norte en Afganistán en 2001 y a los combatientes peshmerga kurdos en el norte de Iraq dos años después.
Tanto las fuerzas del gobierno libio como las de la oposición son débiles. Las fuerzas combatientes que se han estado enfrentando en la carretera del desierto entre Brega y Ajdabiya, al sur de Bengasi, a menudo no cuentan con más de unos cientos de combatientes entrenados a medias. Las tropas de Gadafi, con las cuales trata de controlar este vasto país, son solo entre 10.000 y 15.000. Esto no siempre es obvio para cualquiera que no sea un testigo presencial, porque la prensa extranjera sobre el terreno se avergüenza de decir que a veces hay más periodistas que combatientes en el frente.
Un efecto deprimente del levantamiento libio es que cada vez es menos probable que el futuro de Libia lo determinen los libios. La intervención extranjera se está convirtiendo en una empresa imperial a la antigua. Lo mismo ocurrió en Iraq en 2003 y en Afganistán en los últimos años. En Iraq la invasión estadounidense para derrocar a Sadam Hussein, un gobernante detestado por la mayoría de los iraquíes, se convirtió pronto en algo que muchos iraquíes vieron como una ocupación extranjera.
Como en Iraq y Afganistán, la debilidad de Francia y Gran Bretaña es su falta de socios locales que sean tan poderosos y representativos como pretenden. En la capital rebelde, Bengasi, hay pocas señales de los dirigentes del consejo nacional transitorio, lo que es poco sorprendente, debido a que pasan mucho tiempo en París y Londres. En Washington, la Casa Blanca se mostró un poco más cautelosa la semana pasada cuando Mahmud Jibril, el primer ministro interino libio, y otros miembros del consejo llegaron para reforzar su credibilidad y con la esperanza de obtener algún apoyo financiero. De un modo más circunspecto, los dirigentes rebeldes libios trataron de calmar las sospechas estadounidenses de que la oposición libia no es tan adorable como pretende y que incluye a simpatizantes de al-Qaida que esperan su oportunidad para tomar el poder.
Puede que la oposición libia sea débil, pero no es tan ingenua ni inexperta como a veces parece. Sus dirigentes restan rápidamente importancia a la tradición de Islam militante de Libia oriental. En la ciudad de Al Baida, en la larga carretera de la frontera egipcia a Bengasi, vi un gran letrero en francés dirigido a todos los extranjeros de paso que negaba todo vínculo con al-Qaida. Es en parte, pero no enteramente, cierto. Un observador libio en Bengasi explicó: “Los únicos en esta parte del país que tienen alguna experiencia militar reciente son los que estuvieron combatiendo a los estadounidenses en Afganistán, por lo tanto es obvio que los mandamos al frente”.
Las guerras amplían y profundizan frecuentemente las fisuras en una sociedad. El consejo nacional transitorio rebelde trata de restar importancia a sugerencias de que se trata primordialmente de un movimiento de Cirenaica, la gran meseta de Libia oriental en la cual Gadafi siempre ha sido impopular. Pero éste ha resistido en la mayor parte de Libia occidental. Actualmente esas dos mitades de Libia, separadas por cientos de kilómetros de desierto, se sienten cada vez más como países separados.
Los libios sobre el terreno tienen menos inhibiciones en la discusión de esas diferencias. Frente a algunas cabañas de playa en Bengasi utilizadas para albergar refugiados, hablé con trabajadores del petróleo del puerto petrolero de Brega, una localidad de unos 4.000 habitantes que huyeron cuando las fuerzas de Gadafi la capturaron. Un gerente de los campos petroleros dijo: “La gente de Gadafi se apoderó de un libro con todos nuestros nombres porque quería saber quienes provenía de Libia oriental, los cuales a sus ojos serían naturalmente rebeldes.”
Evidentemente, los que se oponen a Gadafi no provienen solo del este. Es justo suponer que la mayoría de los libios de todas partes del país quiere que se vaya. Se aferra a su puesto porque gobierna a través de su familia, clan, tribu y tribus aliadas, combinados con su menguante control del desvencijado gobierno libio y su maquinaria militar. Todo dentro de la parte de Libia que todavía controla depende de Gadafi personalmente. Una vez que se vaya habrá un vacío político que será difícil de llenar para la oposición.
¿Podría terminar antes la guerra por medio de la negociación? De nuevo el problema es la debilidad de la oposición organizada. Si tiene el respaldo de una mayor participación de la OTAN podrá llegar al poder. Sin ella, no puede hacerlo. Por ello tiene todos los incentivos posibles para pedir que Gadafi se vaya como condición previa para un alto el fuego y negociaciones. Ya que Gadafi solo puede ofrecer un alto al fuego y negociaciones significativas, esto significa que la guerra se librará hasta el fin. La partida de Gadafi debería ser el objetivo de las negociaciones, no el punto de partida.
Un aspecto sorprendente del conflicto ha sido que hasta ahora no haya habido un esfuerzo mayor por involucrar a Argelia y Egipto, los dos Estados más poderosos del Norte de África. Esto facilitaría la partida de Gadafi y haría que toda la aventura libia se viera menos como un renacimiento del imperialismo europeo occidental. El objetivo de la intervención de la OTAN era supuestamente la limitación de las víctimas civiles, pero sus dirigentes se han movido torpemente hacia una estrategia política que hace que un conflicto prolongado y considerables pérdidas de vidas de civiles sean inevitables.
Patrick Cockburn es autor de Muqtada: Muqtada Al-Sadr, the Shia Revival, and the Struggle for Iraq
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