Lo que Obama quiere
Por: Paul Krugman, Progreso Semanal
Fuente New York Times
(La semana pasada) el presidente Obama se reunió con republicanos para discutir un acuerdo de la deuda. No sabemos exactamente qué se propuso, pero reportes noticiosos antes de la reunión sugirieron que el señor Obama está ofreciendo enormes recortes de gastos, incluyendo recortes a la Seguridad Social y el fin del status de Medicare como un programa disponible por completo a todos los norteamericanos, independientemente de sus ingresos.
Es evidente que los detalles son muy importantes, pero es comprensible que los progresistas y los demócratas en general estén muy preocupados. ¿Debieran estarlo? En una sola palabra: sí.
Ahora bien, esto puede ser solo teatro. El señor Obama quizás esté adoptando una actitud anti-Corleone: proponer a los republicanos algo que estos no pueden aceptar. Los informes dicen que el plan de Obama también incluye nuevos y significativos ingresos, una noción que sigue siendo anatema para la base republicana. Así que el objetivo es lograr que el Partido Republicano se acorrale a sí mismo, lo que haría que sus miembros fueran vistos como extremistas intransigentes –que es lo que son.
Pero seamos francos. Se hace cada vez más difícil con fiar en los motivos del señor Obama en su lucha por el presupuesto, debido a la manera en que su retórica económica se ha desviado a la derecha. Es más, si todo lo que uno hiciera fuera escuchar sus discursos, se llegaría a la conclusión que en esencia él comparte el diagnóstico del Partido Republicano acerca de lo que padece nuestra economía y qué hay que hacer para sanarla. Y quizás esa no sea una falsa impresión; quizás sea la verdad desnuda.
Un ejemplo llamativo de su giro a la derecha sucedió en el discurso presidencial del último fin de semana, en el cual el señor Obama dijo lo siguiente acerca de la economía del presupuesto: “El gobierno tiene que comenzar a vivir según sus recursos, al igual que lo hacen las familias. Tenemos que recortar el gasto que no podemos pagar, para así poder poner la economía en terreno más firme, y dar a nuestros negocios la confianza que necesitan para crecer y crear empleos”.
Esas son tres de las falacias económicas favoritas de la derecha. No, el gobierno no debe hacer un presupuesto igual que lo hace una familia; por el contrario, tratar de balancear el presupuesto en tiempos de crisis económica es una receta para incrementar la caída. Los recortes de gastos en estos momentos no pondrían a “la economía en terreno más firme”. Reducirían el crecimiento y aumentarían el desempleo. Y por último, aunque no menos importante, los negocios no se han retraído porque no tengan confianza en las políticas gubernamentales, sino porque no tienen suficientes clientes –un problema que empeoraría, y no mejoraría, con los recortes a corto plazo del gasto,
En sus breves comentarios después de la reunión (de la semana pasada), el señor Obama pareció reiterar la visión al estilo de Herbert Hoover de que lo que es necesario para “hacer crecer la economía” es la reducción del déficit.
La gente me ha preguntado por qué los asesores económicos del presidente no le dicen que no crea en el hada de la confianza –es decir, no creer la aseveración popular entre los derechistas, pero abrumadoramente refutada por la evidencia, de que recortar el gasto frente a una economía deprimida creará mágicamente empleos. Mi respuesta es: ¿qué asesores económicos? Casi todos los economistas de alto perfil que se unieron a la administración Obama al principio se han marchado o se están marchando.
Y no han sido reemplazados. Como señaló recientemente The Wall Street Journal, hay un sorprendente número de plazas vacantes en el campo de la economía. Entonces, ¿quién está definiendo las opiniones económicas de la administración?
Parte de lo que estamos oyendo proviene supuestamente del equipo político, cuyos miembros parecen creer que un desplazamiento hacia las posiciones de los republicanos, reminiscencias de la “triangulación” del ex presidente Clinton en la década de 1990, es la clave de la reelección del señor Obama. Y ciertamente el señor Clinton se recuperó de una gran derrota en las elecciones parciales de 1994 y dos años más tarde ganó por amplio margen. Pero algunos pensamos que la recuperación tuvo menos que ver con su retórico desplazamiento hacia el centro que con los cinco millones de puestos de trabajo que la economía agregó durante esos dos años –un logro que no parece probable que se repita esta vez, en especial debido a duros recortes de gastos.
De todas maneras, no creo que todo sea un cálculo político. Al ver al señor Obama y escuchar sus declaraciones recientes, es difícil no tener la impresión de que ahora está acudiendo en busca de consejo a gente que realmente cree que el déficit, no el desempleo, es el principal problema al que se enfrenta Estados Unidos ahora, y que también creen que gran parte de la reducción del déficit debe provenir de recortes de gastos. Vale la pena señalar que ni siquiera los republicanos estaban sugiriendo recortes a la Seguridad Social; esto es algo que el señor Obama y los que le aconsejan aparentemente desean por sí mismos.
Lo cual plantea la gran pregunta: si se llega a un acuerdo acerca de la deuda, y refleja abrumadoramente las prioridades y la ideología conservadoras, ¿deben votar los demócratas por el acuerdo?
La gente del señor Obama sin duda argumentarán que sus colegas del partido deben tenerle confianza, que independientemente del acuerdo al que se llegue es lo mejor que él ha podido obtener. Pero es difícil aceptar que un presidente que haya hecho lo imposible por servir de eco a la retórica republicana y por apoyar falsa visiones conservadoras merezca ese tipo de confianza.
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