La economía política del militarismo de EE.UU.
Por: Ismael Hossein-zadeh, Global Research
A la luz del hecho de que en las actuales negociaciones presupuestarias el presidente Obama y los dirigentes republicanos comparten el objetivo común de recortar drásticamente los gastos sociales no militares, todos los dimes y diretes entre las dos partes parecen algo enigmáticos. Considerando que los recortes que persiguen en gastos sociales son casi idénticos, ¿por qué riñen tanto?
Cuando demócratas y republicanos tenían posiciones marginalmente diferentes respecto a la política fiscal, era fácil comprender el debate entre los dos partidos sobre temas presupuestarios. Los demócratas partían de centroizquierda, los republicanos de centroderecha, y usualmente se encontraban a medio camino. Era una división muy sutil del trabajo ya que ambos lados proveían la cobertura política para las posiciones o fingimientos de cada cual.
Los altercados durante las actuales negociaciones presupuestarias, sin embargo, son un poco diferentes: no están tan provocadas por un choque de posiciones divergentes de las dos partes como por una competencia por una posición idéntica o similar de ambas, una competencia por ganar los corazones y las mentes de los peces gordos de Wall Street. Los republicanos están enojados porque piensan que el presidente ha roto reglas tradicionales del juego bipartidista y ha ocupado su posición acostumbrada a la derecha. Y el señor Obama está indignado porque los miembros del Tea Party dentro del Partido Republicano no juegan según las reglas convencionales, y no le dan la cobertura tributaria que necesita a fin de justificar sus recortes mayores que los de los republicanos en los gastos sociales.
Desde este punto de vista, el desacuerdo entre Barack Obama y John Boehner es esencialmente similar al desacuerdo entre dos generales o comandantes militares que combaten a un enemigo común –en este caso el público estadounidense– pero no están de acuerdo respecto a las tácticas para derrotar a ese enemigo. En otras palabras, comparten un objetivo estratégico (desmantelar los programas de la red de seguridad social) pero tienen diferentes tácticas para lograr esa meta. Es la esencia del actual intercambio de críticas entre las dos partes.
El techo de la deuda nacional de EE.UU. se ha aumentado muchas veces desde mediados de los años setenta a fin de facilitar los drásticos crecimientos de los gastos militares, las grandes ventajas fiscales para los ricos y, lo más importante, los rescates multibillonarios para los tahúres de Wall Street. Después de haber acumulado de esta manera casi tanta deuda como producto interno bruto (14,3 billones [millones de millones]) de dólares, los sirvientes bipartidistas de la plutocracia afirman ahora que el techo de la deuda llegaría a sus límites de “crisis” el 2 de agosto, y que no puede elevarse más allá de ese límite “crítico” sin desequilibrar los recortes en los gastos sociales no militares.
La dirigencia republicana trató inicialmente de aprovechar la negociación presupuestaria haciendo depender el techo de la deuda de severos recortes en los gastos sociales a fin de sacar ventaja a Obama ante Wall Street. “Esos cálculos, sin embargo, sufrieron un revés, cuando Obama propuso recortes aún mayores en los gastos que los exigidos por los republicanos de la Cámara… Incluso propuso que se discutieran recortes en la Seguridad Social, llevando a quejas de los republicanos de la Cámara de que habían sido ‘aventajados’ por la Casa Blanca.
En una etapa anterior de negociaciones, el líder republicano de la Cámara, su presidente John Boehner, insistió en que la legislación para aumentar el techo de la deuda debería incluir recortes en los gastos (dólar por dólar) igual al aumento del límite. Propuso un aumento de 2,4 billones de dólares del techo, coincidente con recortes en los gastos sociales de la misma magnitud.
El presidente Obama rebatió proponiendo un paquete mucho mayor, 4 billones, que incluía el cobro de algunos impuestos vagamente definidos de los más pudientes. La inclusión de la provisión tributaria hizo que el paquete propuesto por el presidente pareciera más equilibrado y algo progresista. Un escrutinio más cuidadoso del paquete, sin embargo, reveló dos problemas. Primero, el ingreso de impuestos sugerido para ser cobrado a los ricos estaba calculado en solo 1 billón de dólares, lo que dejaba que los restantes 3 billones de dólares se recortaran de los gastos sociales, obviamente más que el recorte de 2,4 billones propuesto por Boehner. Segundo, los presuntos nuevos impuestos a los ricos de 1 billón de dólares no debían provenir de tasas más altas de impuestos a los mayores ingresos, sino del cierre o limitación de algunas lagunas de la legislación tributaria para grandes corporaciones, lo que eventualmente sería recuperado por esas corporaciones mediante tasas de impuesto más bajas:
“Sus propuestas para cerrar unas pocas escapatorias tributarias que benefician a las corporaciones y a los ricos fueron consideradas en gran parte por la aristocracia financiera como un inconveniente menor que suministraría una cobertura política para una reducción general del presupuesto… Además, se ha asegurado a los multimillonarios que cualesquiera pequeños cambios de su riqueza incorporados en un eventual paquete de reducción de déficit serán más que recobrados en propuestas de reforma tributaria que reducirán drásticamente las tasas generales de impuestos a las corporaciones y a las familias de altos ingresos”.
A cambio de su impávido servicio al gran capital, el señor Obama ha sido generosamente recompensado mediante la generosa infusión de contribuciones en dinero a su campaña por la reelección, más del doble de las de todos los candidatos republicanos en conjunto.
A pesar de su éxito en aventajar a sus rivales republicanos en el logro de la confianza y de las contribuciones en dinero de Wall Street, el señor Obama se ha mostrado inusualmente agitado durante las actuales negociaciones presupuestarias. Por ejemplo, se fue indignado de una reunión con los dirigentes republicanos el 13 de julio cuando se rompió la discusión por el aumento del techo de la deuda. En un ataque verbal al líder de la mayoría en la Cámara, Eric Cantor (republicano de Virginia), el presidente dijo abruptamente: “¡no se imagine que me voy de farol!”, y agregó que opondría su veto a cualquier ley a corto plazo que Cantor le enviara. El presidente “inflamó a Eric Cantor como nunca ha sido inflamado”, escribió Joe Klein del New York Times. La pregunta es ¿por qué? ¿Por qué el presidente, tan imperturbable usualmente, ha estado tan inusualmente nervioso durante estas negociaciones?
Sospecho que el motivo es su plan de camuflar sus grandes recortes en gastos sociales envolviéndolos en un aumento simbólico o falso de los impuestos a los ricos que ha sido sacado a la luz por los elementos del Tea Party del Partido Republicano que se oponen inflexiblemente a todo cambio en la tributación, privándolo así de la cobertura que necesitaba para falsear su plan presupuestario: al pretender que estaba combatiendo los “recortadores republicanos del presupuesto” a favor de los trabajadores mientras trabaja febrilmente por servir el sistema de bienestar de las corporaciones.
De esta breve discusión se puede extraer dos conclusiones.
Primero, es obvio, como han señalado tantos otros, que la “crisis” del techo de la deuda es utilizada como farsa por los responsables políticos bipartidistas tanto en la Casa Blanca como en el Congreso a fin de recuperar de la gente trabajadora y necesitada los billones de dólares que dieron (y siguen dando) a los truhanes de Wall Street, a los beneficiarios de la guerra y del militarismo, y a los super ricos (en forma de inmensas ventajas fiscales). De la misma manera, también es obvio que la mayor parte del fingimiento y de los litigios bipartidistas, significativamente aumentados y privados de significado por los medios corporativos, tienen el propósito de asustar a la gente ante una “inminente crisis de la deuda” para ocultar sus verdaderas intenciones de reducir su pan de cada día y granjearse el cariño del gran capital en busca de contribuciones de dinero para su reelección.
Segundo, los partidarios sindicales y liberales del presidente Obama tienen una importante lección que aprender de esas negociaciones presupuestarias: que sus políticas económicas (así como exteriores) no son diferentes de las de sus colegas neoliberales/neoconservadores en el Partido Republicano, que su lealtad y dedicación van primordialmente al sistema de bienestar de las corporaciones, y que es hora de desprenderse de la negación de esos hechos, y no desperdiciar sus votos en Obama en la próxima elección presidencial.
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