Los niños iraquíes pagan el precio más alto del venenoso legado bélico de EEUU
Por: John Reynolds, Irishtimes.com
Carta desde Basora:
En los hospitales de la ciudad pueden contemplarse sin ningún género de dudas los efectos del uranio empobrecido entre los más pequeños. El personal sanitario que les atiende está convencido de sus vínculos con el cáncer y las deformidades.
Los modernos, aireados y brillantes pasillos del nuevo hospital Laura Bush para niños con cáncer que ha tenido un coste de 166 millones de dólares, se encuentra situado a un corto viaje en coche desde la colorista y envejecida maternidad y hospital infantil de Ghazwan, en la sureña ciudad iraquí de Basora.
Ambos proporcionan un fuerte contraste con el paisaje urbano marrón-grisáceo de la ciudad, en cuya atmósfera, ahíta de polvo y humo, se alcanzan este verano los 60º, conformando uno de los ambientes más contaminados del mundo.
El brillo y el color podrían inspirar una inicial esperanza en las mentes y en los corazones de los atribulados padres, pero los dos hospitales carecen aún de equipamiento de laboratorio y aparatos esenciales para aplicar radioterapia o diagnosticar las numerosas circunstancias que hacen que al menos mueran diez bebés cada día en la sala de maternidad Ibn Ghazwan.
“Es como si estuviéramos ciegos”, dice el Dr. Ahmed Yafer, un especialista en pediatría. “La nuestra es la única unidad neonatal en esta región pero no podemos diagnosticar con la rapidez debida a qué nos estamos enfrentamos. Nuestros niños mueren de desnutrición, diarrea, tuberculosis, meningitis, leishmaniasis, enfermedades hepáticas crónicas, neumonía, anemia y enfermedades congénitas cardiacas, todas ellas fácilmente evitables fuera de Iraq”.
Añádase a esto la alta incidencia de abortos involuntarios, hasta 40 por semana, las tasas de leucemia infantil, que han subido a más del doble en la ciudad desde 1993 a 2007, y la cifra semanal de tumores y deformidades congénitas –sin ojos y sin extremidades, por ejemplo- con que nacen los niños, hacen que se empiece a aprehender algo de la escala del horror sobrevenido sobre los niños de Basora, y no sólo de Basora, sino de muchos lugares más por todo Iraq desde que se pusieron en marcha las sanciones de las Naciones Unidas contra Sadam Husein durante la I Guerra del Golfo de 1991.
Puede que el Dr. Yafer y sus colegas estén metafóricamente ciegos. Pero la ceguera de Abu Felah Reyal, de dos años –en el ojo derecho, sobre el que se ha desarrollado un tumor enorme- es muy real. Han estado sometiéndole a quimioterapia en el hospital Laura Bush, muchos de cuyos pacientes vienen de la ciudad de Misan, de Zubair y Narariyeh, situadas al sur de Basora, cerca de la frontera con Kuwait.
Mustafa Fareh, de cuatro meses, que tiene un tumor en el hígado que le ha hinchado mucho el abdomen, está también recibiendo agresivas sesiones de quimioterapia. Ahora padece una infección en el pecho y la expresión de su rostro revela un gran dolor hasta cuando duerme en una cama de una esquina tranquila de la sala.
Grandes pegatinas con las felices caras sonrientes de los personajes de Disney –Goofy, Mickey Mouse, el Pato Donald y sus amigos- adornan las paredes, testigos surrealistas del destino de los enfermos.
El equipo médico, de un gran nivel profesional, dice que las armas químicas, incluyendo las que contenían uranio empobrecido (DU, por sus siglas en inglés) se utilizaron extensamente en la región fronteriza en la guerra Irán-Iraq y durante las posteriores guerras del Golfo.
Su venenoso legado continuará llevándose las vidas de los niños durante muchos años.
“En la orina de los pacientes se pueden encontrar pruebas de los efectos del DU o mediante biopsias y establecer claramente la relación. Pero no tenemos instalaciones para poder hacerlo; tenemos pocas dudas de que el DU está vinculado al aumento de los casos de cáncer y deformaciones. También estamos viendo un aumento en los casos de esterilidad en hombres y mujeres, y eso es también muy preocupante”, dice el Profesor Thamer Hamdan, decano del Colegio Médico de Basora.
Tratar de leucemia a un niño cuesta alrededor de 200.000 dólares. En el hospital Laura Bush, el 80% del coste de las caras medicinas es sufragado por el Proyecto de la Lámpara Mágica de Aladino –una institución benéfica con sede en Viena- y sus socios europeos. Por el momento, el gobierno iraquí, a través de las autoridades sanitarias locales de Basora, cubre el resto.
Save the Children y sus socios financieros están también aportando ayuda en los aspectos de formación de profesores, educación, elementos psicosociales, equipamiento de edificios y saneamiento en colegios.
Pero el equipo médico de Basora también señala la escasez de personal con capacidades de liderazgo y control que puedan encargarse y ayudar a mejorar la infraestructura de la sanidad y del agua.
Al visitar uno de los coloridos “espacios acogedores para los niños” de Save the Children, vemos un aula con unos 40 niños y niñas de la localidad –que normalmente están separados en los colegios- jugando y riendo juntos mientras se preparan para hacer una excursión a las marismas situadas en los alrededores de Basora.
Aunque podría ser la ubicación del Jardín del Edén, las marismas son un toque verde en el árido paisaje iraquí. Y en Chibaysh, entre los juncos que crecen en abundancia, los renacuajos, los pececillos espinosos, los pájaros y los búfalos parecen crecer vigorosos gracias a los esfuerzos de regeneración de la comunidad y el gobierno.
Cuando pasamos junto a un alto embarcadero recién construido en hormigón junto a una reserva de la comunidad, algunos niños se zambullen en el agua de color verde pálido de una de las muchas acequias que se entrecruzan por esta inmensa zona. Salpicaduras y risas podrían pertenecer a los sonidos cotidianos de una infancia normal. Pero mientras aquí siga existiendo el venenoso legado de pasadas guerras, hay sonidos que muchos de los niños de Iraq no van a poder conocer nunca.
La visita de John Reynolds a Basora con la directora de cine irlandesa Dearbha Glynn fue subvencionada por Save The Children.
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