Fukushima ya ha dejado sin hogar a 155.000 japoneses
“Es triste decirlo, pero esas poblaciones son como ciudades muertas, sin un alma a la vista”. El ministro de Industria japonés, Yoshio Hachiro, se sinceró de este modo tras viajar al entorno de la central nuclear de Fukushima Daiichi. Ayer, a las pocas horas de decirlo, se vio obligado a pedir perdón por sus palabras, que habían sentado como sal sobre las heridas abiertas de la población afectada por la descomposición de la planta atómica. Más de 155.000 personas se han quedado sin casa tras abandonar ciudades como Minamisoma y Namie, según publicó ayer el Mainichi Shimbun, uno de los rotativos más importantes de Japón.
Cuando se cumplen seis meses desde que el tsunami noqueara la central de Fukushima, las consecuencias de la catástrofe comienzan a mostrarse en su forma más cruda, ahora que el sobresalto inicial ha pasado y la relativa estabilización de los reactores permite tomar un respiro para mirar con perspectiva lo sucedido. Ahora se sabe que muchos jamás volverán a ver sus hogares, después de que Naoto Kan, ex primer ministro, reconociera por primera vez la semana pasada días antes de dejar el cargo que el entorno afectado permanecerá inhabitable durante décadas debido a la alta radiación.
Tras visitar la zona una importante representación del recién estrenado Ejecutivo del nuevo primer ministro, Yoshihiko Noda, su portavoz adelantó que Japón tendrá que gastar 2.000 millones de euros en las primeras labores de descontaminación de las áreas residenciales, en la recogida de los residuos y en la limpieza de los terrenos afectados.
Depósito de residuos
Dentro de este objetivo de deshacerse de la basura tóxica, se ha planteado la posibilidad de hacer de la necesidad virtud y aprovechar la situación de Fukushima para convertir el lugar en un depósito de residuos radiactivos. “No tenemos más remedio que pedir a las autoridades de Fukushima que nos dejen establecer una instalación de almacenamiento temporal dentro de la prefectura para almacenar de forma segura los residuos”, dijo la semana pasada el ministro recién encargado de lidiar con la crisis nuclear desde la cartera de Medio Ambiente, Goshi Osono. Ayer, el portavoz gubernamental reconoció que Noda tendrá que explicar muy bien esta medida a los habitantes de la zona.
Junto a los más de 100.000 evacuados forzosos, las autoridades reconocen que a lo largo de estos seis meses otras 55.000 personas han abandonado áreas de la prefectura de Fukushima que no están dentro de las zonas de exclusión establecidas por el Gobierno, sino que han decidido marcharse de sus viviendas por sus propios motivos. Una importante razón por la que estos japoneses han abandonado sus domicilios puede ser la desconfianza.
Por ejemplo, suspicacias sobre la ubicación concreta de las zonas contaminadas y sobre los riesgos reales para la población. La semana pasada el Ministerio de Ciencia nipón desveló que más de una treintena de lugares, también fuera de la zona evacuada, registran niveles de contaminación radiactiva tan altos como los que obligaron a evacuar poblaciones del entorno de Chernóbil.
Kan dimitió la pasada semana por su mala gestión de la crisis, pero deja un legado difícil de remontar a su sustituto. Una encuesta publicada por Associated Press con motivo de su renuncia muestra que la melancolía y la más absoluta desconfianza hacia el Ejecutivo se ha asentado con fuerza entre los japoneses. Un 82% de la población duda de la capacidad del Gobierno para responder ante otro desastre y ocho de cada diez piensan que sus dirigentes no les dicen la verdad.
Para calmar a la ciudadanía, Noda ya ha dejado claro que su intención es que en el futuro, una vez superada la crisis económica, no haya ninguna planta atómica operativa en el país. Pero va a necesitar más que palabras para que los japoneses olviden determinados errores. Por ejemplo, cuando el Gobierno malinterpretó los riesgos de la radiación y expuso a la ciudadanía a lo peor de la contaminación liberada por Fukushima los días en que una desafortunada combinación de lluvias y vientos hicieron que estos materiales cayeran sobre un área amplia en torno a la central.
En los últimos meses, Japón ha asistido a numerosas rectificaciones por parte de los técnicos y las autoridades, que reconocían errores de gestión con mayores consecuencias de las admitidas inicialmente. Ahora sabemos que el total de partículas nocivas despedidas tras el accidente es el doble de lo admitido inicialmente por la empresa y las autoridades (una décima parte de las que emitió el reactor de Chernóbil en 1986).
Y ayer mismo la Agencia Japonesa para Energía Atómica reveló que los niveles de radiación registrados en el mar son más de tres veces superiores a los calculados inicialmente por Tepco: los investigadores de la agencia han elevado la cifra de becquerelios liberados al Pacífico hasta los 15.000 billones frente a los 4.700 billones estimados por la compañía. Según reconocen, la empresa no sumó la contaminación radiactiva que cayó al mar tras ser emitida al aire por los núcleos fundidos de los tres reactores.
Los japoneses recelan de las autoridades porque los efectos reales del accidente se han sabido demasiado tarde y porque cada día tienen noticias de una nueva estratagema de los dirigentes del país para confundir a la población. Una investigación oficial acaba de concluir que altos funcionarios del Gobierno trataron de manipular encuentros y votaciones sobre el futuro de la energía atómica, y recomendaron a las empresas que utilizaran a sus empleados de forma encubierta para alterar los resultados a su favor.
Los héroes
Otra cicatriz que quedará para siempre marcada en la piel de los nipones es el tormento al que se sometió a los operarios de la central, recién premiados con el Príncipe de Asturias de la Concordia. “Además de las condiciones en las que tenían que enfrentarse a esta grave situación, tan severas y hostiles, llenas de trampas, lo hacían con el elemento perturbador de desconocer la situación en la que se encontraban sus familiares, en el entorno de devastación del tsunami y el terremoto”, relata el director técnico de Protección Radiológica del Consejo de Seguridad Nuclear, Juan Carlos Lentijo, el único español que ha pisado Fukushima Daiichi tras el grave accidente.
Lentijo, que visitó la planta entre mayo y junio como experto del Organismo Internacional para la Energía Atómica, recuerda que muchos de estos operarios mostraban un gran deseo de transmitir sus vivencias a pesar de su evidente agotamiento: “Habían dado lo mejor de sí mismos y se les notaba muy cansados, agotados”. No es para menos. Los hombres de Tepco y otra docena de organizaciones, entre empresas del sector y Fuerzas de Seguridad, se enfrentaron a una tarea titánica, nunca antes imaginada: tres reactores derritiéndose a la vez, juntos, sin recursos, sin planes, sin apoyos, sin infraestructuras que permitieran ayuda externa.
Para Lentijo el plan de estabilización de la central va por buen camino, y se felicita por la noticia de que los reactores ya han bajado de los 100 grados de temperatura. El físico nuclear y portavoz de Ecologistas en Acción, Francisco Castejón, lamenta que ese plan de Tepco haya tardado tanto en llegar. “No sabían qué hacer y no estaban preparados para lo que sucedió. Nadie contaba con que coincidieran tantas circunstancias negativas. Pero ya hemos descubierto que con la energía nuclear siempre pasa algo con lo que no contábamos”.
La situación inicial a la que se enfrentaron los 50 de Fukushima fue tan grave que Kan reconoció en una entrevista reciente que Tepco pensó que tendría que abandonar a su suerte la planta por estar totalmente fuera de control. “Si esto hubiera sucedido, Tokio sería una ciudad desierta hoy. Fue un momento crítico para la supervivencia de Japón. Podría haber sido una fuga decenas de veces mayor que la radiación de Chernóbil”, aseguró Kan, quien calculó que, de no haber sido por los héroes, hoy serían 30 millones los evacuados.
(Con información de El Público.es)
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