Las protestas y el futuro de nuestras sociedades
Por: Lorenzo Gonzalo
Hablando sobre las protestas que han tenido lugar frente a Wall Street decíamos hace unos días que, salvando las distancias con las manifestaciones del Medio Oriente que hicieron renunciar a gobiernos autoritarios y altamente represivos y las marchas y vigilias que ocurrieron en España, estos altercados tienen motivos similares, pero escenarios diferentes.
Las manifestaciones de New York y una decena de ciudades, son una denuncia de la avidez de las grandes corporaciones y las manipulaciones de Wall Street.
Las personas que manifiestan no proponen un programa de reformas. En primer lugar no tienen por qué proponerlo puesto que no reclaman convertirse en partidos políticos, sino que alguien le ponga fin a la corrupción; en segundo lugar, no tienen un programa porque las soluciones que puedieran resolver la crisis no están a la mano; y en tercer lugar el movimiento es una manera, consciente en unos casos e inconsciente en la mayoría, de reclamar presencia en las soluciones y quizás para recordarle a las direcciones políticas que hombres y mujeres de carne y hueso sufren las consecuencias de sus errores y maldades.
No se puede extrapolar de esas protestas el comienzo del movimiento que llevará a nuevas formas de gobernar y mejores administraciones de los procesos productivos y financieros. Esos tiempos comenzaron cuando se desmembró el Bloque Soviético, hecho que terminó con la era de los sueños igualitarios y con el paraíso social al alcance de la mano del hombre y las mujeres.
A partir de entonces la justicia debía buscarse por otros caminos y las desigualdades resueltas mediante métodos que, sin olvidar al necesitado, no graven injustamente a los más equipados, intelectual y técnicamente, para lidiar con la modernidad del medio en el cual todos vivimos.
Las protestas recuerdan que todo está aún por resolver, pero no son sus integrantes los protagonistas y mucho menos los iniciadores de una revolución que se vienen produciendo desde hace muchos años y a la cual le falta mucho aún para concluir.
El criterio de que las revoluciones acontecen de la noche a la mañana ha sido superado y jamás constituyó una realidad generalizada, sino un hecho circunstancial.
El triunfalismo nacido del proceso soviético en el año 1917, esquematizó el concepto de revolución. Marx no llegó a profundizar en todos los órdenes del fenómeno, aunque nos queda claro de sus lecturas, sin mucha profundización, que la evolución es el carro de la eventual transformación a una nueva forma política de gobierno. Sin embargo, no sería poco acertado decir, que sin el Proceso Bolchevique y sin el estudio y las conclusiones básicas de Marx referentes a las concentraciones y el papel del dinero convertido en instrumento financiero, que llegaría a ser capaz de crear virtualidades productivas inimaginables, el proceso de buscar nuevos modos de dirección política se hubiese quizás retardado.
Las confusiones surgidas fueron tales que, si analizamos en reprospecto, la Toma de la Bastilla fue considerada una revolución, lo cual descontextualiza dicho evento del proceso evolutivo que tenía lugar hacía doscientos años en Inglaterra, de la Independencia de Norteamérica y del pensamiento de decenas de años que ya había concebido formas políticas diferentes de gobernar. Cuando Luis XVI fue llevado al cadalso, hacía tiempo que la monarquía había perdido todas sus bases en Francia, porque las relaciones sociales surgidas durante el proceso de crecimiento y acumulación de recursos, de la tecnología y la capacidad potencial de producción disponible en ese entonces, había convertido en obsoletas esas formas de gobernar. La revolución estaba prácticamente terminada. La certeza de lo que acabamos de decir es tal, que ni siquiera la eliminación física de la monarquía significó su desaparición total. No fue hasta que la economía alcanzó cierto grado de desarrollo e integración que en Francia se estableció la primera democracia parlamentaria, ochenta y cinco años después de tomada la Bastilla. En el año 1875 se establece la Tercera República.
La debacle de la Unión Soviética dejó el camino expedito a los ideólogos de la política de estado basada en el capital. Fue un buen momento para profundizar en sus prácticas desenfrenadas de dirección financiera, alentados por el otro sueño que consistió en que el derrumbe “socialista” les otorgaba la razón y sancionaba sus prácticas.
El avance de las sociedades consiste en un choque continuo de los intereses diversos que las componen en cada momento histórico donde cada uno jala la brasa para acercarla a su sardina. Ese tira y encoge es el que precisamente permite halla las diversas soluciones en el transcurrir del tiempo. No son ricos y pobres quienes se enfrentan en esta arena de gladiadores. El enfrentamiento es mucho más complejo, porque la supervivencia toca a las puertas de todos y aún en medio de las terquedades y las bajas pasiones que acompañan estos procesos, continuos en gran medida, históricamente sin interferencias a penas, las piezas van encajando en el sitio que mejor les toca en cada instante.
La falacia a la que muchos pudiera recurrir pudiera alegar que en las protestas no vemos a Bill Gates y a los grandes corporativos que acumulan para sí grande fortunas. Casi mejor sería no contestarlas por obvias.
La gente protesta para hacerse notar y resaltar el desplazamiento al cual han sido sometidos por las incongruencias y corrupciones en la administración de las cosas. Sus integrantes no son las mayorías. En ciudades donde habitan millones de habitantes son por cientos minoritarios los que sufren despidos. Ni siquiera los pocos marginados de las ciudades de los países pobres concurren a estas manifestaciones. Son aquellos que tenían un nivel de vida y deciden marchar a Wall Street para reclamar posiblemente el puesto de corredor de bolsa del que acaba de ser despedido. Por eso decíamos que no hay programa político envuelto en ninguno de esos movimientos. Ni siquiera en los masivos de Oriente Próximo han surgido nuevas propuestas de gobierno. En los países árabes el número de manifestantes es gigantesco porque la densidad del grupo humano que concurre a una protesta es proporcional al número de desplazados. En Medio Oriente esto también está relacionado con la incruente represión de cuerpos militares insensibles que están dirigidos por castas de familias centenarias.
La diferencia de estos movimientos que hoy contemplamos es que ocurren en una dimensión histórica donde ya ha ocurrido otra revolución que no solamente es la de la cibernética, la informática y las comunicaciones, sino también avanza en el orden energético y se extiende a otros renglones de vida. Pero además, existe el crecimiento de los países emergentes y también el de los subdesarrollados, lo cual ha generado una demanda dos veces superior a la existente hace a penas treinta años atrás. Esos procesos de crecimiento y de surgimiento de nuevas fuentes productivas, con requerimientos de empleomanía reducido, cambia la faz social.
Los indignados, las Primaveras, los que reclaman Ocupemos Wall Street y los que vendrán, son los pensamientos que hoy pueden aquilatar las realidades por la inmensa información disponible. Siendo minorías como decíamos, los integrantes de las marchas, sus clamores llegan a quienes mantienen sus puestos de trabajo, porque a ellos, por otras vías también les llegan ráfagas del ciclón. Aun los grandes ejecutivos y dueños de capitales se suman de cierto modo, porque quieren que la maquinaria no se detenga, pero sobre todo, porque algunos de ellos, poniéndole un paréntesis a sus prejuicios, pueden penetrar en el interior de los problemas. De aquí que gente millonaria aparezcan hoy asumiendo posiciones sociales. Son pocos, pero los hay.
Las protestas y los movimientos que de ellas se derivan no son el comienzo de nuevos tiempos sino la reafirmación de que no pueden detenerse los esfuerzos por hallar otras formas de gobierno, otras maneras de administrar la economía y revalorar los criterios sociales de bienestar.
La sociedad del futuro no será nunca como esta, aunque tampoco será radicalmente diferente. No sabemos si los tataranietos de nuestros nietos, nos estudiarán y apreciarán, como estudiamos y apreciamos hoy los comienzos del feudalismo. Pero nuestros nietos, lo más que podrán hacer es compararnos con la época de Cromwell.
Lorenzo Gonzalo periodista cubano residente en los EE.UU. y subdirector de Radio Miami
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