Puerto Rico: La dolorosa obligación de elegir el menos malo
Según su propia confesión, expresada a través de la encuesta publicada por este diario esta semana, a los electores puertorriqueños no les gusta ninguno de los dos candidatos a la gobernación en las elecciones del año entrante por los partidos principales.
A Luis Fortuño y a Alejandro García Padilla, la inmensa mayoría de los electores les dieron en la encuesta notas de D y F, lo cual significa que si fueran estudiantes tendrían que repetir el grado. Si fueran empleados de una empresa privada, una evaluación así de su desempeño les habría ganado el trato que Marcos Rodríguez Ema quería para los estudiantes y profesores de la Universidad de Puerto Rico (UPR).
A Fortuño, el público le reprocha todo el desastre de los pasados tres años: el abuso con el costo de la luz, los miles de despidos, el irrefrenable alza en la inseguridad, el empecinamiento con el supertubo, los macanazos en la UPR, eso y mucho más, todo, en fin, lo que ha salido mal durante su turbulenta incumbencia.
A García Padilla, mientras tanto, se le reprocha haberse paseado durante estos tres largos años por el Senado sin que haya producido una iniciativa que valga la pena recordar, el no haber siquiera intentado ser la voz de todos los que han salido perjudicados por las políticas frecuentemente abusivas del actual gobierno, el comodísimo silencio, en resumen, en el que se refugió durante todo este tiempo mientras el país ardía en llamas.
El público, ya hemos visto, está claro en que no quisiera a ninguno de los dos. Pero aún así, en uno de esos vuelcos incomprensibles que tiene la vida en Puerto Rico, le dará el voto a uno de ellos en las elecciones del año entrante.
Nunca, que se recuerde, había sido tan evidente la dolorosa obligación de tener que elegir al menos malo. Hemos tenido gobernantes inservibles de ambos partidos. La mayoría, de hecho, de los que nos han gobernado durante los últimos 40 años no han podido responder a las expectativas del país.
Pero algunos de ellos llegaron a inspirar cuando estaban en campaña, a producir al menos un poco de esperanza. Aunque hubiera resultado después en un espejismo, al momento de votar una cantidad respetable de gente lo hizo a plena conciencia y satisfecho.
Como revela la encuesta, ese no es el caso ahora. Desde ya, el país manifiesta con deslumbrante claridad que ninguno le parece que sirve. Pero, en este momento, mañana nadie sabe, el 39% cree que el menos malo es García Padilla, mientras el 33% lo cree de Fortuño.
Ha habido antes, y de seguro las habrá en noviembre del año que viene de nuevo, otras opciones. Pero por razones harto difíciles de comprender, aunque no de imaginar, muy poca gente las considera con seriedad.
Los otros candidatos, Juan Dalmau, Rogelio Figueroa, el que presenten las otras formaciones que, contra todas las barreras que les están imponiendo los partidos tradicionales, intentan inscribirse, les parecen a algunos buenagente, simpáticos, honestos, hasta capacitados. Pero muy pocos rompen el yugo de décadas que los partidos tradicionales tienen sobre el electorado para darles el voto.
Al doctor Iván González Cancel el país no ha tenido oportunidad de evaluarlo porque, en una movida cuya gravedad no ha sido del todo comprendida, el Partido Nuevo Progresista (PNP), controlado por quien sería su rival en una primaria, está haciendo lo indecible por impedirle postularse.
Así, pues, los electores viven la campaña que apenas empieza a entrar en calor con la desesperanza corriéndole el cuerpo como un escalofrío, convencidos desde ya que, el día de las elecciones, quizás lo mejor que hacen es cerrar los ojos, tragar gordo, elevar tal vez una oración y hacer la cruz con las muelas de atrás bajo el rostro del menos malo que le parezca.
Después de hacerlo, respirarán hondo, saldrán a la calle y a la lucha otra vez.
Tomado de El Nuevo Día
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