“El yuma”, La Habana y otros temas de cine
Entrevista al actor puertorriqueño Benicio del Toro, a propósito de “El yuma”, corto del filme Siete días en La Habana: «Ahora mismo lo que más me interesa es meterme detrás de la cámara otra vez. Aprendí mucho con el corto, de sus errores, y empecé a cogerle el gusto al jueguito»
Por: Ariadna Ruiz Almanza, La Ventana
Dicen que La Habana es una de las ciudades más cantadas del mundo. Si no, pregúntenle a Gerardo Alfonso por los balcones de sábanas blancas; a Kelvis Ochoa, por las cosas que ha visto en esa ciudad; al Médico de la Salsa, por el solar de la California; a Los Zafiros, por el gemir de violines; o a Beatriz Márquez, por el llanto de su Habana que es feliz y es canción. Pero no solo a músicos y poetas inspira esta ciudad de romanzas y habaneras.
Es, del mismo modo, la protagonista de muchas de las historias del cine cubano y de algunas extranjeras también. Este es el caso de la cinta franco-española Siete días en La Habana, que se estrena en el 33 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.
Para grabar la música de uno de los cortos que integran la película, estuvo nuevamente en La Habana su director Benicio del Toro.
Benicio, luego de actuar en una treintena de filmes, dirige en esta ocasión su primer corto audiovisual: “El yuma”, uno de los siete que conforman el filme Siete días en La Habana. Como director extranjero, ¿qué reto le impuso dirigir a cubanos en una historia sobre Cuba y en Cuba?
―No creas, tengo ventaja en esta cancha. Ya conocía a varios de los actores, muchos de ellos a raíz del filme Che, el argentino; y además visito esta isla desde hace ya unos cuantos años. He estado estudiando al cine cubano y a algunos de sus cineastas más reconocidos desde que empecé en este giro del arte. “El yuma” fue más bien un reto artístico, al situarme detrás de la cámara e intentar dirigir actores lo mejor posible. No me siento en suelo desconocido. Que la historia sea un cuento caribeño, latinoamericano, no me resulta lejano; lejano sería si fuera un cuento de la India o algo así. De hecho, que fuera en este país y con actores cubanos me dio más confianza, pues no hay que dirigirlos prácticamente. Son cinco estrellas. Les das el libreto, tienes algún pequeño encuentro y andando. Entre ellos están: Manuel Porto, Laura de la Uz, Vladimir Cruz, Daisy Granados, Luis Alberto García… ¡Tengo un equipazo! También trabajé con el joven actor norteamericano Josh Hutcherson.
¿Qué lo embulló a iniciarse en la dirección?
―Fue el productor Álvaro Longoria quien me hizo la propuesta. Yo le dije que sí: era muy tentadora. Me dio a leer uno de los textos de Leonardo Padura y con ese mismo me quedé. No leí los otros; fue un buen ejercicio. Una de las cosas difíciles que tiene hacer cortos de ficción, generalmente en menos de 20 minutos, es hilvanar las acciones con organicidad. En los largos uno tiene más tiempo para recrear las situaciones, dar a conocer los antecedentes de la historia, presentar bien a los personajes y luego desarrollarla. Sin embargo, es complicado a veces llevar todo esto a pocos minutos, aún más cuando se trata de una versión de la literatura, como es el caso de los cuentos de Padura, que se leen muy bien, aunque pasarlos a texto fílmico requiere agudeza y experiencia.
«Recuerdo que me encontré con él en Madrid, ya cuando habíamos decidido hacer juntos el corto. Yo tenía algunas notas elaboradas y fue entonces cuando lo llevamos a guión cinematográfico. Después, hablamos alguna que otra vez por teléfono y lo último lo concretamos aquí sobre la marcha. Yo hacía muchas preguntas y era medio testarudo a veces, pero es parte del proceso de aprendizaje. Para ser un buen director uno no puede ser muy rígido; es una colaboración entre mucha gente y lo contrario espanta la creatividad».
“El yuma” cuenta las experiencias de un actor norteamericano que, al llegar a Cuba para participar en un seminario de la Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, sale a conocer La Habana durante su primera noche en la ciudad. ¿Hacia dónde dirige Benicio su mirada?
―Todo comienza por la tarde y termina de madrugada. Se trata de La Habana nocturna y fuimos hacia donde nos dictaba el cuento, porque habanas hay muchas. Es ficción pero con algo de realismo; está narrado cronológicamente ―sin flashbacks― y fotografiado por unos españoles. Lo hicimos en once días: las últimas notas del libreto, la selección del casting, de las locaciones (Hotel Nacional, entre otros lugares). Debo agradecerle a Lily, la directora de casting, quien me buscó a la mayoría de los actores y me rodeó de talento. Me facilitó además el intercambio con personas de la vida real que tienen negocios como los que representamos en el corto; me refiero a una señora que se dedica a cambiar dinero, por ejemplo. La verdad es que descansamos poco y trabajamos fuerte, pero fue muy bueno.
¿Cómo fue el proceso de caracterización de los personajes para evadir típicos clichés y estereotipos sociales?
―Traté de buscar a los mejores actores, esos que no te dan el cliché, que te lo cubren con buenas interpretaciones. No obstante, sí van a encontrar algunos tipos sociales, pues queríamos trabajar un poco la comedia.
Según el propio Padura, la idea del filme es que los cortos sean independientes, pero que se crucen entre sí, reflejando la particularidad de una ciudad donde las personas terminan siempre encontrándose o conociéndose de alguna manera. Cuando yo supe de este proyecto no pude evitar recordar filmes como Paris je t’aime, New York I love you, Love actually…, historias de una ciudad conducidas por el amor. ¿Cuál sería en este caso el común denominador de Siete días en La Habana?
―No la he visto completa; me faltan algunos cuentos y por eso no te podría decir, pero La Habana es un buen punto de partida.
En Siete días en La Habana participan, además de usted, los directores Pablo Trapero y Gaspar Noé, de Argentina; Juan Carlos Tabío, de Cuba; Laurent Cantet, de Francia; Elia Suleiman, de Palestina; y Julio Medem, de España; todos con estéticas, influencias, miradas y formas de entender el cine muy diversas y particulares. ¿Cuánto le aportó esto al filme?
―Diversidad. En la película se va del drama a la comedia y se exploran varios géneros. Los cortos basados en cuentos de Padura tienen de cierta forma algún parecido: potencian la trama, vienen de historias literarias; pero hay dos que son originales de sus realizadores (Noé y Suleiman) y son distintos completamente. Esos sí los vi y me gustaron muchísimo. Duran menos que los otros.
Benicio, usted vino a La Habana para grabar la música de su corto. Tengo entendido que fue un trabajo en conjunto con el trovador Kelvis Ochoa. ¿Cómo diseñaron la banda sonora y dónde la montaron?
―En Madrid. El trabajo con Kelvis fue extraordinario. Es un músico con mucho talento, al igual que Descemer Bueno, quien también participa como asesor musical del filme. Ya te imaginarás: aquí en Cuba para donde quiera que uno va hay música. Lo interesante estuvo en editarla de manera orgánica, que se mezcle con el cuento.
¿Cómo escogieron el festival para presentar el filme?
―Tenía entendido que el estreno iba a ser en Berlín, pero decidimos enseñarlo aquí en La Habana durante el Festival de Cine Latinoamericano. En mi opinión, creo que al menos debería mostrarse aquí primero, pero bueno, a veces no sucede así.
Después del corto, ¿ha pensado dirigir largometrajes?
―Sí, en algún momento. Lo que sucede es que hay que tener un buen libreto. Si un corto es duro, imagínate un largo. El guión es una de las partes más difíciles del cine; se necesita estudiar mucha literatura, o teatro, o cuento. Es eso básicamente: leer y ver mucho cine para ir elevando el gusto y entender mejor los procesos artísticos. En cuanto me caiga uno en la mano…
Recientemente terminó un filme con Oliver Stone. ¿Puede adelantarnos algo acerca de esta producción?
―La película se llama Savelli, y en ella trabajan también John Travolta, Uma Thurman, Salma Hayek, y Taylor, Aron y Bleik Laivy, unos actores jóvenes muy talentosos. De manera general, el filme es un poco violento. Hace mucha referencia al cine de Tarantino y la historia está vinculada a la droga en California. Yo hago de malo (sonríe).
Benicio, usted ha visitado nuestro país por disímiles razones, ha estado vinculado a la industria cinematográfica cubana y, por otra parte, vive en Estados Unidos y trabaja en este mismo medio allá. ¿Qué factores deben intervenir para que realmente se produzca un intercambio cultural próspero y sincero entre ambos países, de equivalente retroalimentación?
―Personalmente creo que el embargo debería desaparecer y crearse un dando y dando honesto de los dos lados. Es importante que la proyección en este sentido sea para mejorar y que la política de intercambio cultural se cumpla con respeto, pues hay grandes artistas ―como, por ejemplo, Silvio Rodríguez― que continúan teniendo problemas para viajar y actuar en Estados Unidos. No debería haber inconvenientes para ningún artista, ni persona.
«No obstante, yo, que visito Cuba desde hace un buen tiempo, debo reconocer que en los últimos tres años esto ha sido más fácil. Hay más viajes que nunca e incluso tengo entendido que habilitaron hace poco uno a San Juan, Puerto Rico. Estamos sobre la cuerda, poco a poco, pero ojalá no demos dos pasos para adelante y tres para atrás, como sucedió de Clinton a Bush. Por su parte, Obama ha tenido progresos en este sentido de que los cubanos puedan viajar y ver a sus familias y viceversa, pero eso no quiere decir que un cambio de gobierno no eche por tierra lo logrado».
Estoy de acuerdo con usted, solo que pienso que un verdadero intercambio cultural no debería quedarse en el solo acto de viajar, sino que pudieran desarrollarse otras estrategias que complementen aún más nuestras áreas de la cultura. Digamos, por ejemplo, en el mundo del cine, las coproducciones.
―Sí, eso sería lo ideal y hemos investigado todas las variantes posibles. Es difícil, pero ―¿quién sabe?— si ya dimos dos pasos para adelante a lo mejor damos otros dos y estamos más cerca de que se pueda, por ejemplo, colaborar con músicos cubanos, o artistas, cineastas, etc.
Imagino que a todos estos inconvenientes tuvieron que enfrentarse para realizar Che, el argentino, la cual, entre otras cosas, no pudo filmarse en Cuba.
―Exacto. Se filmó en España, Puerto Rico, México y Bolivia. Para investigar sí estuvimos viniendo mucho, pero de igual manera fue toda una hazaña: tuvimos que brincar un muro, subir por una escalera, brincar otra verja en Cuba, ir más para arriba… Y eso solo para llegar aquí y ver quién era el Che, saber sobre la historia de Cuba, tan desconocida allá en Estado Unidos e interpretada de tantas maneras. Para buscar información y llegar a la verdad tuvimos que dar muchas vueltas, eso fue muy duro, y luego buscar dinero, filmarla, hacerla, distribuirla, y todos los pasos siguientes. El viaje fue como el del salmón: a contracorriente. Tuvimos que ponernos muy cubanos para hacerlo. Es más fácil decirlo que hacerlo, pero sin dudas fue gran una experiencia.
Fueron siete años, ¿no?
―Bueno, siete para la segunda parte, la de Bolivia, pero de momento Soderbergh decide, con ocho meses de rodaje, hacer la primera; y fue volver para Cuba a buscar información del Che más joven. Sin embargo, yo creía que él tenía la razón y lo apoyé siempre. Aquí en Cuba la película ha sido muy agradecida; afuera hay mucha gente que conoce la historia, otros que no, y de alguna manera no dejan de verla como ficción. Pero a los que saben les gusta mucho. Por ejemplo: yo presenté hace poco en el Festival de Lyon una película japonesa del director Kaneto Shindo que se llama La Isla Desnuda (1960). Por cierto, ¿sabías que tiene 100 años y es el segundo director más viejo vivo que existe en el mundo? Es de la época de Kurosawa, Mizoguchi… Bueno, yo había visto su película y me había enamorado de ella ―isleño al fin―; y él había visto la del Che y le había gustado mucho, por lo que cuando supo que yo estaría en Japón quiso conocerme.
Definitivamente, su interpretación del Che Guevara lo va a marcar siempre.
―Sí, pero el Che está a otro nivel. Fue una experiencia única y estoy muy satisfecho con lo que se hizo. Esto fue una idea mía y de la productora, y cuando se la presentamos a Soderbergh, se atrevió. La película es muy honesta, muy correcta históricamente, y no es pretenciosa. No puede hacerse todo, pero creo que seguimos un esquema muy fiel de acuerdo al estudio realizado.
Al ver las escenas de Santa Clara ―yo soy de esa ciudad― me sorprendió el nivel de rigor escenográfico, por solo mencionar un aspecto.
―Sí, es cierto. Eso lo filmamos en Campeche, México. Ya habíamos ido a Santa Clara a conocer la ciudad y estando en México visitamos esa plaza donde rodamos. Enseguida notamos el parecido. Tienen el mismo aire, aunque aquella es un poco más pequeña y no tiene por supuesto el edificio del ahora Hotel Santa Clara Libre, muy simbólico en el asalto. Soderbergh y yo estábamos en sintonía respecto a la premisa de hacer una película lo más veraz posible. Por ejemplo, otra de las cosas que también me gusta es lo honesta que era la cámara: no manipulaba, se quedaba fija. Eran tiros largos, una o dos tomas y para el frente. Los únicos cortes close, que también se hicieron a la fuerza y rápidos, fueron los de las Naciones Unidas. Teníamos que filmar de un lado para el otro, y eran cinco o seis páginas diarias; sudábamos todo el tiempo. Yo tenía hasta pesadillas de tanto trabajo, pues, aunque el equipo me cuidaba mucho, yo no solo actuaba, sino que escribía escenas además.
Benicio, en 2008 usted fue galardonado con el Premio del Festival de Cannes al mejor actor por su interpretación del Che en esta película, y obtuvo después, en 2009, el Premio Goya por la misma nominación. El actor y director estadounidense Sean Penn, con quien usted ha trabajado en filmes como 21 gramos (2003), expresó cuando recibió el Premio del Sindicato de Actores por su película Milk (2009): “No entiendo por qué en este momento no hay coronas en las cabezas de Soderbergh y de Del Toro… Che es una película sensacional”. ¿Concuerda con Sean Penn?
―Lo que sucede es que Sean Penn vio la película y se volvió guevariano (sonríe). Ese es otro atrevido, al igual que Soderbergh. Y en efecto, hubo algunos premios, pero creo que es el tiempo quién más ayudará a la película.
¿Qué le parece si hablamos un poco de Puerto Rico?
―Muy bien.
¿Ha hecho cine en su país?
―No, pero tengo que hacerlo. No hay opción: Puerto Rico es mi casa. Y creo que hay mucho talento cubano que me puede ayudar allá.
¿En qué situación se encuentra el cine nacional de su país?
―Es muy poco, pequeño. En Puerto Rico no hay cultura del cine como en Cuba, México, Brasil o Argentina. Siempre pueden encontrarse buenas películas como Los peloteros, del fotógrafo y director Jack Delano, que es mi película puertorriqueña favorita. Hay también importantes cinematografías, como la que desarrolló Jacobo Morales. Pero ha sido muy débil ciertamente, aunque de hace un tiempo para acá se nota un cierto movimiento de directores jóvenes, como Carlos Ruiz, por ejemplo, al que ayudé a realizar una cinta llamada Mal de amores.
«Buenos actores sí ha habido muchos: José Ferrer, que ganó un Oscar al mejor actor por su interpretación de Cyrano de Bergerac; Juano Hernández, que hace mucho cine en Estados Unidos; Miriam Colón, teatrista; Raúl Juliá, entre otros. Industria televisiva ha existido siempre, y muy buena. Cuando yo era pequeño hubo un momento de oro en la TV de mi país: había unos actores comediantes fantásticos. Recuerdo bien a José Miguel Agrelot, a quien tuve la oportunidad de conocer. Él es uno de mis actores inspiradores.
«Lo que pienso es que al cine puertorriqueño no lo han sembrado bien y para eso hay que introducirlo primero en la cultura, comenzar por las escuelas, posibilitar que se estudie, porque no hay escuelas de cine en el país. Algunos jóvenes han venido aquí a pasar la escuela de San Antonio de Los Baños, pero eso es todo lo que tenemos. Cambian los gobiernos y a unos les interesa más que a otros. El cine siempre se ha visto en Puerto Rico como algo muy lejano, de Hollywood, y el pensamiento que abunda es el de que se necesita mucho dinero para hacer una película, así como un batallón de talento. Y está demostrado que no es así obligatoriamente».
Volviendo entonces a La Habana: “¡Si bastara una canción…!”, dice el cantautor cubano Carlos Varela en una de sus letras a la ciudad. Y es que tanto misticismo no puede resumirse en pocos versos. Lo mismo pasaría con el cine, ¿no es cierto? Si bastara un filme, comenzaría entonces a perderse el encanto, ese que tal vez lo hace a usted volver siempre. ¿Le ha inspirado La Habana alguna historia propia?
―Últimamente tengo inclinación por hacer cosas que salgan de mí, ya sean originales o no. En estos momentos no tengo ningún proyecto cercano con Cuba, a no ser este de Siete días en La Habana; pero siempre estamos buscando. Ahora mismo lo que más me interesa es meterme detrás de la cámara otra vez. Aprendí mucho con el corto, de sus errores, y empecé a cogerle el gusto al jueguito. Yo admiro el cine cubano. Aquí tengo muchos amigos, sobre todo actores, que no participan en este corto y con los cuales me gustaría trabajar algún día, no solo como director, sino también como actor también. Así que seguramente algo saldrá.
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