Camilo Cienfuegos: Cuba en una sonrisa
Nadie describió a Camilo Cienfuegos de manera tan magistral como lo hiciera la escritora cubana Mirta Aguirre. Ocho versos bastaron para pintar desde la poesía la imagen exacta de aquel hombre de sonrisa ancha nacido en la barriada habanera de Lawton el 6 de febrero de 1932, que la historia patria inmortalizaría vestido de campaña, con la barba de los guerrilleros y coronado con un sombrero de alas inmensas.
Sin embargo, más allá de la pose de guerrero legendario, los recuerdos cuecen la figura de un niño amante de la pelota, apasionado por conquistar el universo del arte una vez terminados los estudios en la Academia de San Alejandro, cuyas horas de infancia transcurrieron en el mundo onírico que traducía en papeles desperdigados por los rincones de la casa; un niño que tuvo que cambiar los pinceles para convertirse en aprendiz de sastre ante los aprietos económicos de la familia.
Mas, creo que ni en el momento más gris su sonrisa desapareció. Tal vez ese era su secreto: sonreír para calmar tribulaciones, como aquel día en que con cerca de 23 años fue apresado por el régimen dictatorial por pronunciarse a favor de tiempos mejores para esta isla en marchas estudiantiles y sufrió las torturas a manos de los esbirros, o cuando lo condenaron al exilio, o la madrugada en que se enroló en la travesía del Granma, o frente a su bautizo de fuego en el combate de Alegría de Pío.
Su mano disparó el fusil, pero ayudó a sus compañeros cuando hubo fatigas en la Sierra. Criticó las malas conductas, pero dio aliento a quien lo necesitó. Alcanzó el grado de Comandante en la guerrilla, y permaneció con la tropa bajo el sereno de la noche. Se convirtió en el jefe del Estado Mayor del Ejército Rebelde, pero era el amigo inseparable a quien el Che le confiaba secretos. Dio discursos a las masas desde las tribunas, pero caminó junto al pueblo por las calles. Así, Camilo se convirtió en el líder mítico, el Héroe de Yaguajay, el Señor de la Vanguardia…, cuya mayor hazaña fue la consagración a su país.
Tal vez porque sabían de la sencillez que profesaba, aquella mañana las musas iluminaron la pluma de Mirta para también perpetuar desde los versos al hombre de carne y hueso que llevó a Cuba en su sonrisa. “Capitán tranquilo, / paloma y león, / cabellera lisa/ y un sombrero alón./ Cuchillo de filo,/ barbas de neón, / una gran sonrisa/ y un gran corazón”.
(Con información de Escambray)
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