«Playareros»… son playas, parecen basureros
Una alfombra de latas y botellas vacías de cerveza, refresco y ron, recipientes usados de comida rápida, hojas de tamales y cuanta otra inmundicia pueda imaginarse, se extiende por los más de tres kilómetros de playa que van desde el Puente de Boca Ciega hasta El Mégano, en el límite con Tarará.
De la Estación de Policía de Guanabo hasta el antiguo puente de madera del río Itabo, donde termina Boca Ciega, hay otros tres kilómetros, y ocurre más o menos igual. Es un «espectáculo» bochornoso. Para verlo en todo su «esplendor», debe llegarse sobre las seis de la mañana, al amanecer, antes de que los trabajadores de Arentur encargados de limpiar la ribera comiencen la purga del «estercolero».
En los tres meses de temporada veraniega (junio, julio y agosto), los desperdicios dejados por los bañistas en la arena de las Playas del Este de La Habana, incluidas la Veneciana y Brisas del Mar, suman por día unos 30 metros cúbicos. Es probable que una cantidad similar se eche dentro del agua.
Sobre las nueve de la mañana, cuando los empleados de Arentur van terminando la faena, Guanabo, Boca Ciega, Santa María del Mar (Mi Cayito, El Atlántico y Tropicoco —Mar Azul—) y El Mégano parecen playas casi prístinas… Mas solo tienen un ratico para lucir así: con el arribo de los veraneantes y el transcurso del día, al caer la noche vuelven a parecer chiqueros.
De cubanos y extranjeros
Eugenio Rodríguez lleva 15 años trabajando en la limpieza de las playas del este de la capital. A pesar de que así se gana la vida (ahora, con el pago por resultados, gana unos 900 pesos mensuales), no se acostumbra a que de junio a agosto amanezcan cada día con tanta suciedad.
«Esto es un asco, sobre todo en las partes donde hay más cubanos, porque donde se concentran los turistas extranjeros siempre está limpio. Estos son incapaces de echar basura sobre la arena; se levantan, la depositan en los cestos y vuelven a coger sol o a meterse en el agua. Los nuestros, al contrario, tiran y tiran, y cuando se van dejan una “pudrición”».
Todos los trabajadores de Arentur con los que conversó este diario y se ocupan de estas faenas, piensan igual. «Es un asunto de cultura», dice Yesel Hernández, quien junto a Eugenio y Leoneski Bravo se encargaba de la limpieza del tramo de Mi Cayito al amanecer del pasado lunes, cuando periodistas de JR estuvimos por allí para recorrer más de siete kilómetros de balneario y observar de primera mano, sin ningún intermediario, cómo despierta después de un domingo de verano.
Una treintena de personas se ocupan del aseo matutino de las Playas del Este. Divididos en dos brigadas (una labora desde la desembocadura del río Itabo hasta El Mégano y otra desde Boca Ciega hasta Brisas del Mar), parecen hormiguitas laboriosas recogiendo latas, botellas, plásticos, papeles, cáscaras de fruta, desechos de comida elaborada…
Solo en el tramo de Santa María a El Mégano acopian cada mañana de verano hasta cuatro carretas, un voluminoso amasijo de despojos que se evacua en el vertedero de Campo Florido, lejos de la costa.
De sol a basura
Roberto Lázaro Benavides, el obrero de Arentur que saneaba el área de playa frente al hotel Atlántico, fue enfático sobre la situación higiénica que deja el bañista al terminar el día.
«A nosotros se nos está abasteciendo con lo necesario para la limpieza. Hay nailons, cestos, medios de trabajo, tractores, carretas, combustible y un personal que trabaja día a día, desde antes de que salga el Sol hasta las nueve de la mañana o más tarde, pero los cubanos no ayudan, tienen los cestos casi al lado, ¡porque esto está lleno de cestos!, pero nada, todo para el piso. Creo que es necesario enseñar, dar cultura… No sé, pero hay que hacer algo».
Danis Díaz Laborut, jefe de la brigada que limpia en Santa María y El Mégano, y a quien encontramos sobre una carreta, vertiendo sacos repletos de basura que le alcanzaban sus compañeros, comentaba que además de arrojar desperdicios, los bañistas arrancan ramas a las uvas caletas y otras especies para «sembrarlas» en la arena y así improvisar sombrillas y toldos para protegerse de la radiación solar.
El piso del vehículo estaba lleno de palos y los laterales también. Deben ser cientos los metros cúbicos de ramas que se cortan a los árboles cada verano, dañando de forma considerable esa vital protección de la playa, lo que a su vez incrementa la erosión, afecta la flora y fauna local y disminuye, aún más, la capacidad de regeneración ambiental de la zona.
La letra con…
Las playas del este están sometidas a una extraordinaria carga humana. Según datos a partir del trasiego de pasajeros, los domingos acuden unas 500 000 personas, informaba Carlos Rudy Santos, responsable de Arentur en el principal balneario capitalino y a quien visitamos sin anuncio previo, con el fin de confirmar algunos datos.
Fuimos con cierto prejuicio, porque «últimamente» a funcionarios empresariales y estatales parece que se les hace difícil atender a la prensa si no se cumple un largo y burocrático proceso. No fue así. En las instalaciones se nos recibió de forma rápida, amable y eficiente. Y con absoluta transparencia.
El directivo nos explicó que en la limpieza de las playas intervienen más de 30 trabajadores, un número que crece en las vacaciones. Todavía no han podido completar todas las contrataciones previstas, pero confiaban en hacerlo antes de que terminara junio: «Las remuneraciones no son bajas; el pago por resultados puede superar hasta los 900 pesos mensuales».
El saneamiento comienza sobre las 6:00 a.m. y termina alrededor de las 9:00 a.m., tras lo cual un grupo de empleados se queda en las áreas hasta que avanza el día.
Sobre las indisciplinas sociales, Santos informaba que, entre otras, y además de arrojar desechos sobre la arena a pesar de que hay suficientes cestos, los bañistas los rompen y hasta los utilizan como soportes para improvisar toldos y hasta como porterías para jugar fútbol.
Preguntado sobre las acciones institucionales para persuadir, educar y enfrentar estos hechos, explicó que durante todo el año, pero más en estos meses, hay una activa participación de la Policía y de los inspectores, pero los primeros se concentran en mantener el orden y enfrentar otras indisciplinas, ilegalidades y delitos, y los segundos se ocupan más de los servicios gastronómicos que se brindan a la población.
«En los años 90 había inspectores para alertar y multar a los bañistas por arrojar y dejar basura en la arena y maltratar los bienes y medios públicos puestos a su disposición. Ya no es así, pero hace falta hacerlo».
Nos vamos, pero regresamos
Durante dos semanas, debido a las lluvias de inicio y mediados de junio, habíamos aplazado la «expedición» por las playas del este para verificar in situ y por nuestra propia cuenta, cuánta basura dejan los bañistas en la arena de un domingo para lunes. El fin de semana pasado, sin embargo, hubo Sol radiante… Ya contamos lo que vimos.
Nuestro objetivo era alertar, porque ahora empieza el apogeo de las vacaciones, sobre la necesidad de mantener una adecuada limpieza en estos lugares, que además de ser espacios multitudinarios de esparcimiento, representan ecosistemas sumamente frágiles, muy vulnerables al cambio climático.
Tres son las conclusiones que nos trajimos de la visita. La primera, que, contrario a lo que tradicionalmente se dice sobre la falta de contenedores de basura y problemas en la limpieza por parte de las entidades estatales, este año hay suficientes cestos y una organización del trabajo potencialmente eficaz. Al menos así es en el inicio de temporada.
Habrá que ver si esas condiciones podrán mantenerse durante julio y agosto, incluyendo respuestas ágiles en la disponibilidad de cestos, con la reparación rápida o reabastecimiento de los que sean dañados o destruidos por la indisciplina ciudadana y también por el efecto de los elementos naturales.
Segunda conclusión: las playas del este sufren una carencia abrumadora de sombrillas fijas (como las de tronco y guano). Sería prudente dotar al balneario de suficientes de estas, tanto para que la población pueda protegerse de la exposición prolongada a la radiación solar, como para cuidar la flora local, que está siendo despojada de ramas para improvisar con ellas sombrillas y toldos.
La tercera y última conclusión que sacamos del recorrido es la necesidad de establecer un sistema de inspección y control que persuada, eduque y, si es necesario multe, a quienes arrojan basura en la arena y en el agua, y violan otras normas de salubridad y comportamiento elemental de la vida civilizada.
Cultura. Nos falta mucha cultura. Es una tarea larga y continua de enseñanza, instrucción, educación.
Por lo pronto, nosotros haremos algo. Un grupo de jóvenes de nuestra Editora, liderados por el comité de base de la UJC, planifican ir alguno de estos domingos para Mar Azul, donde están acudiendo un gran número de vacacionistas, y allí recoger basura, echarla en los cestos y conversar con los bañistas sobre la necesidad de depositar esta en los contenedores.
A pesar de las pancartas educativas (las que también resultan dañadas), las playas del este de La Habana son muy agredidas. Decenas de metros cúbicos de residuos se echan sobre la arena y dentro del agua por los bañistas.
(Tomado de Juventud Rebelde)
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