Martí está en La Habana
Por: Yunet López Ricardo
Lo mira con todo el asombro de sus 11 años, y con la mano hace un techo de sombra para sus ojos. Maikol quiere crecer de pronto y llegar allá arriba, hasta la cima del monumento, donde el hombre de frente ancha resbala de la montura de su caballo entre los gritos de la guerra.
Observa un poco más. Ahí está el dolor de José Martí, el susto de Baconao y la muerte que ronda el último de los días del Héroe durante la primera batalla. Esa es la historia que narra la única escultura que existe de ese momento y supo moldear la artista estadounidense Anna Hyatt. Esta que mira el pequeño en La Habana es exactamente igual a otra que, desde hace más de 50 años, contemplan los neoyorkinos en la Avenida de las Américas del Parque Central, en la Gran Manzana.
«Está muy alto. Yo vine hasta aquí para verlo, porque él fue muy valiente. Luchó mucho por nosotros y para que Cuba fuera libre», dice el niño que, junto a sus dos hermanas pequeñas y su papá, sigue tratando de ver mejor cuando el sol de la tarde está sobre la frente del Maestro.
«Los padres tenemos que acercar a los niños a Martí, que no está solo en los bustos, sino también en los libros, en los museos. Para nosotros, los cubanos, la historia no se puede contar sin él. El mejor regalo para mí es este, que ellos crezcan bien y traerlos a lugares así. Ahora vamos para el Museo de la Revolución, para mostrarles por qué a este país hay que defenderlo tanto», afirma Abraham Pérez, el padre que hoy cumple 35 años.
Vienen los cuatro desde el Cotorro, a más de 20 kilómetros del parque 13 de Marzo, en el centro histórico de la capital cubana, muy cercano al antiguo Palacio Presidencial, el sitio donde descansa desde hace días la estatua ecuestre de Martí que viajó en barco 90 millas.
Una cubana que hace más de 20 años vive en París leyó la noticia en el sitio digital Cubadebate. «Enseguida le escribí a mis hijos que están aquí en La Habana y se enteraron por mí. Hace un par de días llegué a Cuba y de las primeras cosas que hago es venir a verla», comenta Rosa Gómez, de 62 años.
Junto a ella, su amiga de la infancia, Sonia Benvenuto, quien vive hace 30 años en Uruguay, también vino a la Isla para, entre otras cosas, encontrarse con Martí.
«Allá hay una calle con su nombre, un monumento, una plaza para él, lo quieren mucho y conocen de su vida. Este es un amor que sentimos los cubanos dondequiera que estemos. Martí es Cuba, y por eso aquí estamos hoy.
«Nosotras crecimos y seguimos con él. El otro día estaba yo junto a mis cuatro nietos enseñándoles Los zapaticos de rosa. Esa fue mi niñez, y con esos versos quiero que también crezcan ellos», expresa Rosa.
Este Martí de bronce en las alturas, que parece seguir al Generalísimo, quien próximo mira hacia el mar, tiene el ceño fruncido, la mano derecha en el costado y los pies en el estribo. Aún sujeta la rienda; y el caballo, aquel que cuentan le regaló José Maceo, el León de Oriente, con las patas delanteras alzadas da la impresión de que en cualquier momento se desprenderá del bronce para seguir su carrera de torbellino.
«Yo creo que está en el aire. Fíjate bien», le dice un muchacho al otro. Los dos, sentados en un banco y aún con los uniformes de Secundaria intentan descubrir todos los detalles del monumento.
«Desde que salí de las clases quise venir a ver al Martí nuevo, y la verdad es que impresiona mucho, porque es el instante mismo en que murió», asegura Julio Alexis Carol Martín, quien cursa el noveno grado, mientras que para su compañero, Norly Eddy Gómez Rodríguez, es de los hombres más grandes que han nacido en Cuba, «mucho, muchísimo más grande que esa estatua, por eso lo menos que podemos hacer nosotros es seguir su ejemplo».
Tributo a Martí
«A la que está en uno de los laterales del Parque Central de Nueva York la observé un día, y allí le puse flores a aquel Martí. Sentí alegría de encontrármelo allá, y siento lo mismo ahora, porque sé que lo tenemos en ese país donde trabajó, vivió y organizó la revolución, y también aquí, en un parque de Cuba donde yo jugaba cuando era niño», cuenta el diplomático cubano Ernesto Plasencia Escalante mientras, de la mano de su esposa, mira otra vez al Martí que muere en combate.
Aquella vez le llevó flores, y hoy, cuando tiene ante sí otra vez la misma imagen, pero en su tierra, le trae «un mensaje de resistencia, de confianza en el futuro. Son muchas las amenazas y los retos, entonces, hay que resistir y tener esperanza en que el futuro sea mejor. Para eso tenemos lo que dejó escrito, lo que hizo y por lo que murió», asegura.
Y siguen pasando los curiosos frente a la estatua. Vienen de todas partes, de alguna provincia de Cuba o de cualquier rincón del mundo: indios, chinos, europeos.
«Look at this» (mira esto), dice una muchacha con la piel casi de leche, y con una cámara fotográfica retrata a Martí una y otra vez, mientras él sigue ahí, inmutable, naciendo mil veces en el segundo de la muerte.
«Desde que llegó esta estatua muchos turistas quieren venir a verla. Ya he traído a muchos. Es realmente preciosa», comenta el guía turístico Roberto Montero.
Despacio como los caracoles, por los años que ha vivido, Mercedes Rafael Vázquez pasa por el parque. La contempla unos minutos y hasta murmura unas palabras, como si conversara con el José que salió aquel día de mayo al combate, a contraorden, sin miedo al peligro, con deseos de cabalgar, disparar, y luego poderle hablar y convencer a aquel ejército de bravos que lo seguía.
«Para los cubanos, que esté aquí significa mucho; esta es su Isla. Si por aquí hubiese un embarcadero y llegaran los barcos, lo primero que verían sería a Martí; eso sería muy hermoso.
«¿Qué le podría decir yo a él?, que fue un maestro iluminado, algo fuera de lo común, alguien que en pocos años hizo lo increíble en todos los aspectos, en la poesía, en la política… Y lo mejor que me enseñó fue a no perder nunca las ganas de tratar de acercarme a él cada día», dice la jubilada.
Por su lado, con los pasos apurados que la juventud le dio a ella un día, pasa un muchacho. Cuando ha avanzado un poco, se detiene y entonces regresa con las manos en la frente, a causa de un sol que no se esconde y sigue sobre la cara del Apóstol de bronce, como él mismo predijera que estaría a la hora de su muerte.
«Yo quisiera haber conocido a José Martí, en persona. Porque por las cosas que he leído y estudiado, era un hombre de los que nace uno cada mil años.
Tenerlo aquí de ese modo es algo nuevo, ahora el parque es otro. Ha dado un cambio. Este vino del otro lado, pero es nuestro, como nuestro sentimos también a aquel que sigue estando allá».
«Si me lo encontrara le digo que todos los jóvenes tenemos que ser como él, como Fidel, como el Che», dice el joven de 26 años Noel de los Ríos Blanco, quien nació en Granma, la tierra que sintió la caída del Apóstol.
Ya miles de cubanos y extranjeros han visto el monumento antes de su inauguración oficial este 28 de enero. Ahí, en el parque de La Habana Vieja que lo vio nacer, estará por muchos años este Martí de carne y de balas sobre un corcel al que cantó Polo Montañés, inmóvil e inquieto, con el ceño fruncido, la mano derecha en el costado y los pies en el estribo, aún con la rienda sujeta, naciendo mil veces en el segundo de la muerte, dando la impresión de que en cualquier momento se desprenderá del bronce para seguir su carrera de torbellino.
Tomado de Juventud Rebelde
G.R.R.
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