La Guerra Necesaria de José Martí, Máximo Gómez y Antonio Maceo
Aquel 24 de febrero de 1895 comenzaba la “guerra de José Martí”. El Maestro fundió en un solo movimiento y en un solo ejército, dirigido por un solo partido, todo el esfuerzo y el ansia de libertad del pueblo cubano. Fue creación martiana esa epopeya popular que puso fin a cuatro siglos de dominación española en América.
Aquella “guerra sin odios, de conmovedora y prudente democracia”, al decir del Manifiesto de Montecristi, también documento martiano, “no era contra ningún grupo de cubanos, ni contra los españoles, se proponía crear una república de trabajo, con formas de gobierno viables y de sí propias nacidas. Se trataba en fin de dar lugar a una revolución del decoro, el sacrificio y la cultura”.
Como se puede apreciar por el texto del documento rector de esa guerra, elaborado por Martí y Máximo Gómez, la firma de los cuales llevaba, rubricado el mismo día en que salían ambos de República Dominicana hacia Cuba ya en guerra, son las mismas bases de nuestra Revolución Socialista, y es natural, porque se trata de la misma guerra.
Es, como dijera Fidel, “una misma Revolución, la continuación de aquella Revolución iniciada por Céspedes, continuada por Martí y que defendemos hoy”.
Quiso el Apóstol, hombre de paz y amor, que fuera una guerra breve y humanizada, pero cuando tenía preparadas, tras laborioso trabajo, tres expediciones que debían salir del puerto floridano de La Fernandina, con el fin de llegar a tres puntos en la Isla y desarrollar así una rápida campaña, las autoridades norteamericanas se apoderaron de buques y armas y frustraron ese empeño. No obstante, los patriotas estaban listos para la gesta y partieron por otros medios y apenas armas y continuaron la guerra.
A partir de ahí las masas laboriosas y pobres, que dirigieron los jefes patriotas que fueron llegando, Martí, Gómez, los Maceo y otros, la hicieron posible con su valor, audacia y su heroísmo, y con el reconocimiento respetuoso de los pueblos dignos del mundo.
Desde la clarinada de 1868, la Guerra Chiquita y la comenzada en este día, la unión de los dirigentes de las acciones de las masas de esclavos, de campesinos, con la gente trabajadora y honesta de las ciudades, los estudiantes y profesionales, hasta nuestros días, contribuyó a la identidad cultural cubana. Esas son sus preciosas raíces.
La constitución del gobierno interventor norteamericano, frustró el gran objetivo, y el primero de enero de 1899, con el comienzo del siglo XX, quedó suscrita el acta de nacimiento del imperialismo. Cuba tuvo que esperar a otro primero de enero, en 1959.
Sesenta años exactos después, con el triunfo de la Revolución Cubana, inspirada en los mismos ideales y principios de la “guerra necesaria” de Martí, triunfó el proyecto emancipatorio forjado en la manigua insurgente, y la Revolución triunfante redimió al pueblo de aquella frustración de una república mediatizada por la intromisión imperial en contubernio con la oligarquía local entreguista.
Precisamente, ese derecho cubano de liberarse quiso de nuevo ser frustrado. Pero ya todo el pueblo cubano y los pueblos americanos y del resto del mundo, apoyaron la Revolución que amanecía con el año 1959 con su legítimo proyecto esperanzador legítimo. Esta concepción de la democracia, de la participación popular inmensa, es la que nuestros adversarios ideológicos se niegan a aceptar, ni antes, ni aún ahora.
Es tan absurdo reclamar que cambiemos nuestras ideas, como exigírselo a aquellos que no comparten nuestros puntos de vista ni responden a nuestras tradiciones. O sea, que se trata de un “diferendo” que no nació con el triunfo de la Revolución, que lideran nuestros legítimos gobernantes históricos. Es algo que hemos de tener todos muy claro, para defender estas ideas, este tema, en cualquier conversación en nuestros días.
(Tomado de 5deSeptiembre)
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