Entrevista a Tokuko Kimura, sobreviviente de las bombas atómicas lanzada en Hiroshima y Nagasaki
La voz de Tokuko Kimura no tiembla. Es potente, pausada y melodiosa. «La mañana del nueve de agosto no fue diferente a la de cualquier otro día —cuenta. La alarma de ataque aéreo había sido levantada, por lo que mi hermano, mi hermana y yo pudimos subir al primer piso de nuestro hogar y jugamos con las muñecas. Luego sentí el sonido de una explosión a la distancia y miré por la ventana, justo en ese momento vi una bola de fuego naranja resplandeciente, rodeada de nubes blancas».
Tokuko estaba allí el segundo día en que el horror cayó del cielo. Ella es una hibakusha, término nipón para los sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki, y que en su lengua natal significa persona bombardeada.
«Yo tenía diez años —dice al mostrar varias imágenes—, era estudiante de cuarto grado de la enseñanza primaria y estaba en vacaciones de verano. Esta es la imagen de la nube que se formó a la caída de la bomba, lamentablemente yo no la pude ver porque estaba debajo de ella».
Ese nueve de agosto, al terror y el desconocimiento de los primeros instantes, le siguió la búsqueda de refugio. «Al momento de salir, el cielo era sombrío como si la noche empezara, aunque aún era de día. En la tarde, el tiempo se puso más húmedo y vi una masa de cuerpos grises que se nos acercaban desde el norte. Eran personas escapando de la explosión (…) Veía desfilar a los heridos uno a uno, pero no había nada que pudiera hacer por ellos».
Es un relato de toda una vida el de la asiática octogenaria, quien vino a Cuba el pasado octubre a bordo del Crucero por la Paz de la ONG Peace Boat, con sede en Japón.
«Unos tres días después de la caída de la bomba —testimonia Tokuko— fuimos a ver otra casa para evacuarnos, que irónicamente se encontraba más cerca del epicentro. Caminando hacia la estación de Nagasaki, vi que había sido destruida y que todo lo que estaba detrás de ella se había convertido en un campo quemado. Cuando finalmente llegamos a la casa, vi que las personas que habían llegado antes estaban muy heridas. Ellos nos dijeron: “ustedes no tienen un lugar para vivir aquí, no pueden vivir aquí, es peligroso, es mejor que se apresuren en regresar”. Con miedo volvimos sobre nuestros pasos corriendo hasta nuestra casa. Todas las personas que conocimos allí, habrían de morir en los cuatro meses siguientes.
«Desde el día que se lanzó la bomba atómica, miles de víctimas fueron cremadas. Incluso terminada la guerra el hedor de los cuerpos quemándose impregnaba la ciudad de Nagasaki».
UNOS SEGUNDOS DE VIDA
«Las bombas atómicas fueron lanzadas en un instante, pero quienes fuimos afectadas sufrimos sus efectos para toda la vida», continuó. En Nagasaki, fallecieron inmediatamente más de 35 000 personas, pero el total de decesos para finales de 1945 sobrepasó los 60 000, y 73 años después, todavía se registran efectos secundarios. Ese día, además, cientos de personas que provenían desde Hiroshima tuvieron que repetir el horror en Nagasaki.
Para una hibakusha la vida no es fácil, pues al dolor físico y emocional se le agregan las secuelas de la radiación, el temor de iniciar una familia que pudiera padecer los daños a largo plazo y la incidencia de un tema tabú como ese dentro de la sociedad nipona.
«Durante mucho tiempo no quise hablar de mi pasado pero ahora he decidido hacerlo para luchar por la eliminación de las armas nucleares (…) La bomba atómica no solo afecta a la primera generación de hibakushas como yo, es un legado amargo que se transmite de una generación a otra. A través de nuestras vidas, el miedo y la ansiedad nos persigue, tanto física como mentalmente. Ese es el verdadero horror de las armas nucleares, lo que la diferencia de las otras bombas».
Por ello, Tokuko integra los Viajes Globales por un Mundo Libre de Armas Nucleares: Proyecto Hibakusha de Peace Boat, que desde 2008 exhorta a los sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki a compartir sus historias, y que forma parte de la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares(ICAN), ganadora del Premio Nobel de la Paz 2017.
«El tiempo de vida de los hibakushas se acerca a su final», casi concluye la señora, segura de que la lucha no termina con la primera generación. El testimonio de los sobrevivientes es junto al recuerdo de los caídos, la más contundente de las protesta frente a los horrores que los hombres hacen caer del cielo.
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