Brasil se levanta cada mañana sin médicos
Cada día en Sao Paulo es un enigma. Cada imagen impacta. Cada testimonio habla de sensibilidad. Marta Pozzani, quien fuera supervisora de Salud de Ciudad Tiradentes entre 2013 y 2016, guarda en su memoria no pocas historias hermosas y de dolor de pacientes que hacía más de un año no recibían cuidados médicos antes de la llegada de los cubanos.
«Recuerdo el caso de una señora a la que le fue diagnosticado un tumor maligno, que según los doctores era muy grande y llevaba varios años con él. Por suerte, como fue detectado en su momento, pudo recibir el tratamiento adecuado y mejoró. Antes, ella se había consultado con médicos brasileños, pero nadie le dijo nada. Entonces pienso: si no hubiera llegado ese médico no se hubiera salvado ni pudiera estar haciendo su vida normal».
Con esta trabajadora de la Escuela Municipal de Educación Profesional y Salud Pública Profesor Makiguti, quien asumió sus funciones durante la gestión municipal de Fernando Haddad —el académico y político del Partido de los Trabajadores que se enfrentó en las elecciones contra Jair Bolsonaro—, solo pudimos dialogar en una parada distante de su centro porque no la autorizaron a dar entrevistas.
«Es muy complicado, a muchos de mis colegas no les gustaba que hubiera cubanos, pues la población los prefería. Ellos pusieron en práctica su experiencia y su capacidad de atención a la comunidad, relacionado con la promoción, la prevención, el cuidado prenatal, la atención al hipertenso, al diabético, y todo eso generó estabilidad familiar», dice, asumiendo las consecuencias que puede traerle esta plática con los reporteros antillanos.
A 35 kilómetros de la zona este de la periferia se ubica Tiradentes, donde los galenos cubanos ya dejan nostalgia. Esta fue una de las localidades priorizadas con el programa Más Médicos, por sus pésimos índices de salud y porque había instituciones que hacía prácticamente un año no tenían profesionales del ejército de batas blancas.
El día que visitamos la ciudad, las filas de personas a la espera de atención médica se distinguían en algunas Unidades Básicas de Salud (UBS). Los rostros y las miradas de los pacientes causaban un efecto de desamparo. Una pobladora contó que antes de la iniciativa de la presidenta Dilma Rousseff, pocos médicos brasileños trabajaban en el llamado Sistema Único de Salud (SUS).
«Después la situación mejoró bastante y éramos atendidos todos los días de la semana. Los cubanos hablaban nuestra lengua, trabajaban con respeto, tenían una sonrisa en la cara para quienes estábamos enfermos, y eran nuestros amigos», afirmó Aldeir da Silva Souza, quien fue atendida durante su embarazo por nuestros galenos. «Quiero que la Presidencia de Brasil entienda que a esos médicos los necesitábamos».
Hay diferencias
El 80 por ciento de los 230 000 habitantes de Tiradentes —con una población relativamente joven— son usuarios del sistema público de salud. Allí se cuenta con 15 UBS y laboraban nueve doctores antillanos, antes de la decisión de no seguir participando en el Más Médicos. Hasta ahora ninguno ha sido sustituido. La historia se repite.
«Hay un desinterés tradicional de los médicos del SUS por trabajar en la región y entre ellos mismos se desaconsejan, pues dicen que la población es peligrosa y agresiva, pero ya todo eso cambió, porque se realizaron políticas públicas vinculadas con la salud, la educación… Sabemos que los profesionales aquí trabajan por el dinero y con los cubanos fue diferente», aseguró María Claudia Afonso, quien fuera coordinadora regional del programa Más Médicos.
Y al referirse a la posibilidad de completar las plazas vacantes dijo que no confiaba. «Desde el primer momento la experiencia que tenemos es que muchos se inscriben, pero la permanencia es complicada, hay mucha rotación. Lo vivido en Tiradentes demuestra que eso es perjudicial para los usuarios del SUS. Cuando los médicos empiezan a entender los problemas de salud de la comunidad se van, viene otro y empieza desde cero. No hay seguimiento».
«Mi mamá, de 60 años de edad, era atendida por un médico cubano, pues presentaba problemas de presión alta, diabetes, demencia senil… Él la examinaba, le ponía varios tratamientos, y más que eso, conversaba mucho con ella y eso la sacaba un poco de sus enfermedades, de sus cosas», expresa satisfecha Hellen Río Branco, actriz de un grupo de teatro en Tiradentes.
«Yo me consultaba con un médico brasileño y todo era muy diferente. Existía un movimiento de personas en la UBS Profeta Jeremías que querían emigrar para ser atendidos por el de ustedes, pues él tocaba a las personas, les daba mucho ánimo, no se fijaba si usted era blanca o negra, no preguntaba si tenía dinero o no… son muy humanos. La gente comentaba que eso sí era ser un médico», detalla.
La última versión del Mapa de la desigualdad colocó a la ciudad de Tiradentes como uno de los barrios más pobres de Sao Paulo, con una expectativa de vida de apenas 58 años, 25 menos que un habitante del centro del estado. También mostró que el índice de embarazo adolescente es de los más altos de la capital paulista.
«En 2014 llegaron aquí los primeros 15 doctores cubanos, cuya labor impactó en mejorar parte de esos indicadores. Luego tuvimos médicos haitianos, españoles y argentinos. Cuando asumimos las UBS con las atenciones del médico de familia había déficit de más del 60 por ciento de galenos, el mayor de Sao Paulo. Pero logramos que la mortalidad infantil, que era de 17,9 por mil nacidos vivos —de las más altas de la ciudad— llegara hasta 13,1 en los cuatro años del Programa, y además disminuyó la mortalidad materna», asegura Afonso.
Desgraciadamente perdimos ahora a varios médicos y equipos de trabajo, agrega su colega Pozzani, quien antes de nuestro encuentro acababa de tener una reunión con el propósito de pensar en alguna estrategia para absorber, por ejemplo, a la población de Jardin Vitoria, barrio que prácticamente se localiza dentro de un área rural y que se quedó sin médicos.
Atención se traduce en kilómetros
Fui atendida por la doctora cubana Gleicy. Ella llegó en el segundo grupo del Más Médicos. En esa época yo estaba embarazada, recuerda Sonia Aparecida Xavier, contadora y consejera de salud de la región. «Ella era muy sociable. Me acostaba en la camilla, me medía… Cuando terminaba y comenzaba a escribir el informe, me pedía que esperara un poco para ayudarme a bajar de la camilla.
«Era en esos momentos que sentía la diferencia entre ella y la doctora brasileña que me atendía por aquella época. Al inicio fue difícil que las personas aceptaran a los cubanos, pero después todo se normalizó. Cuando Gleicy se fue estuvimos más o menos un año y seis meses sin médicos hasta que nos pusieron uno de aquí. Pero no es lo mismo», dice.
Para recibir la asistencia más básica, los habitantes de esta zona tienen que buscar directamente socorro en los ya superpoblados hospitales de la región, precarizando aún más ese servicio y causando así un gran perjuicio para su salud y la de los que realmente requieren atención hospitalaria. Apunta Alfonso que «tienen que desplazarse kilómetros para ser atendidos en ciudades más grandes por médicos brasileños, que también son pocos».
Probablemente los lugares más céntricos consigan suplir las vacantes dejadas por los cubanos, más no las ciudades con menos infraestructura y los barrios periféricos, señala Pozzani, y añade: «Además no tenemos médicos suficientes en Brasil formados en Medicina de la Familia y Comunidad para suplir toda esa demanda y, en la gran mayoría de las veces, quien asumirá tendrá un perfil más dirigido a la atención hospitalaria, más frío».
Si algo quedó claro durante las tres horas de recorrido por Tiradentes fue lo que nos dijo Dailton dos Santos, empleado de un mercado: «A pesar de los incentivos de Bolsonaro, buena parte de la población continúa durmiendo sin médicos». Entonces, ¿quién pagará las amenazas del mandatario? ¿Quién pagará por el tiempo que se perdió, las vidas que costó y las que puede costar?
(Con información de Juventud Rebelde)
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