Opinión “18F: el silencio versus la política en Argentina”
La gran consigna de la multitudinaria marcha opositora del 18F en Argentina fue el silencio. Los convocantes pidieron que fuera una manifestación no política y a-partidaria, sin banderas de ningún tipo. Pero, si la política se basa en la palabra; si la construcción de identidades políticas necesita de la argumentación, del uso del discurso para construir y disputar poder en el espacio público, ¿por qué la oposición eligió hacer una marcha del silencio? En esta ocasión, miles de personas, en su gran mayoría adultos y ancianos –lo cual no es un dato menor en el proceso político argentino- se movilizaron hacia la Plaza de Mayo en silencio en una marcha que no puede ser atribuida específicamente al poder de movilización de ningún partido opositor ni a ningún candidato. Hasta el momento, no hay proyecto ni programa político en las filas opositoras que logre aglutinar las demandas de quienes están en desacuerdo con el gobierno. Por eso, el espacio que debería haber sido ocupado por la palabra se llenó de silencio. Y por eso, el lugar de la dirigencia política viene siendo ocupado por un sector del poder judicial con intereses espurios que se está poniendo al frente de la embestida destituyente contra el oficialismo en el cual se enmarca esta movilización.
Los concurrentes también pidieron Verdad y Justicia. Suena algo irreverente que esa consigna, que evoca la incansable lucha de los organismos de derechos humanos contra la impunidad de los crímenes del terrorismo de Estado, corone una marcha opositora disfrazada de homenaje. No obstante, es notable que no se haya incluido la palabra Memoria. En realidad, lo apropiado según la verdadera esencia de esta protesta hubiese sido elegir los términos de olvido y desmemoria, porque quienes están detrás de la convocatoria pretenden que la sociedad argentina olvide la trayectoria política de los convocantes y los intereses que defienden. Y es que el poder judicial en la Argentina nunca fue independiente, ni del poder político ni de las corporaciones económicas.
Entre esos miles de manifestantes, la gran mayoría no desconoce el signo desestabilizador de la manifestación, cuyo único objetivo era hacer una demostración de fuerza callejera antikirchnerista. Sin embargo, esta significativa protesta representa a una porción de la sociedad incapaz hasta el momento de conformar una mayoría social que permita alcanzar el gobierno democráticamente. No en el marco de la nueva hegemonía de poder que supo construir el kirchnerismo en la última década, a partir de la cual trazó nuevas coordenadas que marcan límites donde pueden moverse los actores y los discursos dentro del mapa político. De ahí que el verdadero plan de gobierno de las corporaciones mediáticas, políticas y económicas ya no pueda ser explicitado si se pretende ganar elecciones. Y que el golpismo como forma de alcanzar el poder también quede por fuera de lo posible. Lo cual habla de un país más democrático. Por eso el silencio. Porque probablemente la gran mayoría de los asistentes no apoyarían este golpismo suave si fuera enunciado como tal, y porque posiblemente si la marcha hubiera sido convocada en contra del kirchnerismo, o para pedir la renuncia de la presidenta, la convocatoria hubiese sido bastante menor.
Lo que no está formulado explícitamente en ese silencio es la verdadera disputa de poder, que no es enunciable, porque lo que se pretende en Argentina es poner en jaque al proyecto de país posneoliberal impulsado por el kirchnerismo. Los convocantes procuran también que la sociedad argentina olvide las crudas consecuencias del modelo neoliberal -al que condujo al país la misma dirigencia política que hoy encabeza la marcha disfrazada con ropajes democráticos-, que olvide la enorme deuda social heredada que comenzó a ser saldada por el kirchnerismo, las conquistas en derechos sociales y económicos alcanzados en la última década por los sectores populares, pero también por las clases medias, que ayer e históricamente sirvieron como caballitos de Troya de los sectores (antes) dominantes, defendiendo intereses que no les son propios ocultos tras aspiraciones de formar parte de una clase social a la que no pertenecen.
Lo que esconde el silencio del 18F es el verdadero objetivo de los sectores concentrados de la economía, que no es otro que allanar el camino para instaurar en el poder a partir de octubre a un gobierno servil a sus intereses. Esa es la meta de los especuladores del agro, que siguen presionando por una devaluación que no llegó en diciembre ni en enero, acopiando la cosecha de soja en silobolsas (el 44% de la soja del mundo está siendo retenida en Argentina); la burguesía improductiva también apuesta por lo mismo, mientras critican fervorosamente los recientes importantes acuerdos bilaterales con China, se dedican a lo que siempre supieron hacer mejor, fugar capitales hacia el exterior (más de 4000 cuentas de argentinos lideradas por el Grupo Fortabat, Central Puerto y el Grupo Clarín resultan de las revelaciones recientes del escándalo del HSBC). Y ni hablar del monopolio mediático, que ocupó un rol central en la convocatoria de la marcha.
Ya probaron con el ruido -el último gran “cacerolazo” fue en abril de 2013-, que se diluyó rápidamente dejando poco y nada que se pueda contar como logro de la oposición, y ahora lo intentan con el silencio. Igual que aquella vez, nada indica que algo vaya a cambiar en el mapa político de la Argentina después del 18F. Lo que intenta ser el puntapié inicial para articular una opción viable electoralmente para octubre sirve quizás para hacer algo de “ruido” mediático hacia afuera (es insólita la repercusión que el caso Nisman está teniendo a nivel internacional) pero hacia adentro no es más que una demostración del poder de convocatoria de un multimedios, un rejunte de gente con reclamos y aspiraciones diversas, cuyo único punto de acuerdo es el deseo de que comience otro gobierno. Pero ese deseo, ni el ruido de las cacerolas ni el silencio alcanzan para construir una oposición política que hoy por hoy no tiene más proyecto que la agenda mediática que le marca el Grupo Clarín y cuyo único punto de acuerdo amplio es la derogación de leyes del kirchnerismo. Mientras el papel de los candidatos presidenciales opositores se reduzca a hacer lo mejor posible su tarea mediática a la espera de ser ungidos como el candidato de las corporaciones, la balanza electoral estará inclinada indefectiblemente hacia el oficialismo. Porque ni el ruido de las cacerolas ni cualquier mensaje que el silencio del 18F pueda dejar son suficientes para articular un discurso argumentativo capaz de activar las aspiraciones sociales de los no oficialistas e impulsar la construcción de una propuesta contrahegemónica en condiciones de disputar seriamente el poder al kirchnerismo. Hace falta más bien un proyecto con ejes programáticos claros capaz de movilizar y canalizar las demandas sociales de los no-K, del cual la oposición por ahora carece. Lo demás es ruido y silencio que se diluye en el viento. De ahí la desesperación de los sectores concentrados de la economía, el tiempo se consume, y es de esperar que la derecha no cese en intentos de desestabilización durante este año en Argentina, siguiendo el pulso de lo que viene sucediendo en América Latina.
(Con información de Telesur)
Haga un comentario.