Los caminos que conducen al magisterio: una historia camagüeyana

Con la naturalidad propia de los niños y sin prestarle mucha atención siquiera a la presencia de visitantes en el aula, los pequeños apuran sus respuestas:

—¿Ustedes quieren a la profe Arelys?

—¡Síííí…!

—¿Y por qué la quieren?

—Porque es buena.

—¿Y por qué es buena?

—Porque nos quiere mucho y nos enseña.

—¿Y qué les enseña?

—A leer, a escribir, a sacar cuentas y a portarnos bien…

Arelys Craillas Bueno tiene apenas dos años de graduada de la Escuela Pedagógica Nicolás Guillén, de esta provincia, y no deja de asombrarse cada día ante las ocurrencias de sus niñas y niños, quienes a ratos la hacen sonrojar con sus halagos y cariños.

“¿Sabe una cosa? Yo nunca pensé ser maestra. Ingresé en el primer curso de formación de docentes y poco a poco me fue gustando por el amor y los sentimientos que te transmiten los niños. Eso ha sido lo que me ha llevado a amar la carrera y ya, a estas alturas, no quiero ser otra cosa”, confiesa.

La joven maestra imparte el tercer grado en la escuela primaria Enrique José Varona, de la ciudad cabecera provincial.

“Cuando llega un recién graduado siempre existe cierto recelo, sobre todo entre los familiares de los alumnos. Es como todo: la preparación, de preferir mejor la experiencia… Al principio sentía miedo de que, por mi edad, los niños no me respetaran y que los padres no confiaran en mí”.

Asegura Arelys que tales “fantasmas” pronto desaparecieron, gracias al empeño personal y al apoyo de la tutora Elena Viñas Fabelo, con más de 20 años de experiencia en el sector.

“Vengo con el mismo grupo desde segundo grado. Creo que el descubrimiento fue mu­tuo. Me fui compenetrando con los alumnos, conociéndolos mejor… a ellos y a su fa­milia. Considero que el verdadero maestro se forja cuando llega a la escuela y se enfrenta a un aula. Es una experiencia única”.

DE CASTA LE VIENE…

A diferencia de Arelys, puede afirmarse que Amarilis Brizuela Verdecia nació entre tizas y pizarrones: su mamá Dagne imparte Lengua Española en la escuela secundaria bá­sica Silverio Blanco.

“Desde chiquita dije que quería ser maestra. En cuanta planilla llenaba siempre ponía, como primera opción, el magisterio. El mejor regalo que pude darme, para cumplir mis sueños, fue ingresar en la Escuela Pedagógica Ni­colás Guillén”.

Vencidos los cuatro años de carrera, Ama­rilis regresa, ya como docente, al mismo centro educacional donde cursó la enseñanza primaria: la Enrique José Varona.

“El día en que me enfrenté sola al aula, ante tantos niños y tantos padres, estaba llena de nervios. Me sentía cortada, con deseos de llorar… Pero esos temores pude superarlos rápido con el respaldo de los propios familiares, de la dirección de la escuela, de los jefes de ciclos y de todos los profesores.

“Cuando usted coge un grupo de niños de primer grado, como me ocurrió a mí, que no sabían ni leer ni escribir, y al finalizar el curso todos podían hacerlo y hasta calcular, eso es algo que colma de satisfacción a cualquiera. Es ese instante mágico en que uno se siente maestro de verdad”.

Al mirar hacia atrás y valorar el trecho recorrido, Amarilis reconoce que, como estudiante de Pedagogía, pudo aprovechar mejor el tiempo, estudiar, buscar información e investigar más en el orden didáctico y metodológico, carencias sobre las cuales ha tenido que trabajar fuerte en el breve ejercicio de la profesión.

Como sabe que un buen docente no deja nunca de prepararse integralmente y enriquecer sus conocimientos, tanto ella como Arelys estudian ahora, a través de la modalidad de cursos por encuentros, la Licenciatura en Edu­cación Primaria en la Universidad de Ca­ma­güey Ignacio Agramonte Loynaz.

DE LA DESILUSIÓN AL ENCANTO

Por un sendero bastante similar al de Ama­rilis, no exento de desmotivaciones temporales, descubre también Mayisleini Ro­drí­guez Basulto el apasionante y no siempre justipreciado mundo del magisterio, carrera de la que está a punto de egresar.

“Al concluir el noveno grado, recuerda, al­gunos de mis amigos me tildaron de loca, porque con el escalafón que tenía podía escoger la vocacional o el preuniversitario. Mi respuesta fue una: ¡me gusta ser maestra y ya!”.

Sin embargo, apenas comienza los estudios se percata de que la Escuela Pedagógica no cubre sus expectativas iniciales.

“Teníamos solo una semana de práctica (ahora ya no es así) y nos ponían una cantidad de ejercicios a cumplir que no nos daba tiempo para interactuar con los niños, que era lo que a mí me gustaba. Fue tal la desilusión, que quise abandonar la carrera”.

Refiere Mayisleini que si no lo hizo fue gracias a sus padres y a los profesores del centro, pues sabían bien que ella sentía real vocación por el magisterio.

“Me gusta enseñar y si es a los niños mucho mejor. Eso me fue motivando hasta dejar atrás toda decepción. Hoy me siento preparada para enfrentar el trabajo. Ahora que estoy a punto de lograr mi sueño, no me siento defraudada”.

Desde febrero pasado Mayisleini realiza sus prácticas finales en la escuela primaria Enrique José Varona y se alista para el ejercicio profesional de culminación de estudios, prueba de fuego que le permitirá demostrar las habilidades adquiridas en el desempeño cotidiano frente al aula.

LO MEJOR QUE SE PUEDE HABER HECHO

Su posición como experimentada directora de escuela, el aval de 36 años en el organismo y ser fundadora de la antigua Formadora de Maestros, les confieren a los criterios de Oda­lys Peña Rodríguez un halo de bien ganada autoridad.

“Retomar la formación de maestros de ni­vel medio, reflexiona, es lo mejor que se pue­de haber hecho, pues constituye una vía más para acceder a la carrera de magisterio, en tanto resulta vital para asegurar la cobertura docente en todos los tipos de enseñanza y el proceso lógico de renovación del claustro.

“Sin embargo, agrega, es preciso continuar mejorando el proceso de selección, atención y seguimiento de los jóvenes que acceden a la Escuela Pedagógica, pues no siempre son los más idóneos, a partir de los resultados académicos, de la formación vocacional recibida y de las motivaciones personales”.

Salida de las últimas hornadas de la “For­madora” en 1995, Norka Morata Rojas sostiene que, en su mayoría, son buenos muchachos, tienen interés y están bien preparados, por lo que corresponde a los tutores en las escuelas moldear en ellos las mejores virtudes y limar cualquier dificultad en el orden profesional.

“Se trata, añade, de acompañarlos durante toda la preparación para llegar a una clase, desde la confección de los medios de enseñanza hasta la búsqueda conjunta de las maneras más atractivas de impartirla y de llegar con el mensaje a los niños. Hasta los más experimentados tuvimos también una primera vez”.

En ello coincide Elena Viñas Fabelo, otra de las tutoras, quien comparte el placer de poder ayudar a los nuevos educadores, como mismo hicieron otros con ella en el nada fácil tránsito de auxiliar pedagógica a maestra, hasta recibir en el 2007 el título de licenciada en Educación Primaria.

“Si yo estoy orgullosa de lo que soy, comenta, ellos igual lo estarán en su momento. Es esta una profesión que exige sacrificio, superación constante, disciplina, creatividad y mu­cho amor en el trato con los educandos, pero también colmada de satisfacciones íntimas no siempre posibles de describir”.

(Con información de Granma)

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