El Fidel de la gente

Podría ser esta una página para hablar del Fidel que yo conocí, del que me enseñaron a respetar mis padres, del que aprendí a admirar en la escuela a través de los libros de Historia, del que habló como un abuelo sabio a los pioneros en su Congreso; del que confesó públicamente su amor por los holguineros, firme como un gigante encima de la tribuna, bajo un aguacero torrencial. Podrían ser estas líneas sobre mí y el Fidel que he visto a través de mis ojos, pero no lo serán.

Sé de mucha gente a la que le gustaría contar con un espacio público para gritarle al mundo lo que piensa sobre Fidel y de otros a los que se les quedaron atoradas las palabras en la garganta cuando lo tuvieron cerca, “porque su presencia paralizaba la sangre”, y confían en que ahora sí puede escucharlos, porque hace exactamente dos años se volvió omnipresente.

Es el caso de esta abuela de más de 80 abriles, que con su puño tembloroso y su caligrafía de maestra escribe estos versos:

“En una roca muy dura/Raúl a Fidel colocó/ y entre flores lo dejó/para darle sepultura./¡Mi comandante Fidel!/ para siempre estará allí/junto a Céspedes, Martí/ y otros que lucharon como él./Y con su mente brillante/ él predijo su futuro/cuando le dijo a Maduro / de 90 en adelante/seguirán ustedes solos./ Yo les ayudaré en todo/ no se vayan a olvidar, que lo primero es la unión/ ¡Viva la Revolución!/ y no dejen de luchar”.

O del profe Coloma, que cuenta con sano orgullo de aquel apretón de manos que recibió del Comandante, el día que inauguró la Escuela de Trabajadores Sociales Celia Sánchez Manduley, hoy sede homónima de la Universidad de Holguín. Dicen que Fidel apretaba muy fuerte la mano, como quien olvida el protocolo y saluda con el corazón.

Conozco a un joven a quien estar frente a Fidel le cambió la vida. Fue en el tercer Congreso Pioneril, aquel congreso histórico en el que una niña pidió la palabra para expresar su deseo de abrazarlo y él, cual genio recién salido de la lámpara, se lo concedió. Vino después un aluvión de abrazos a los que no se resistió. Dicen que Fidel disfrutaba mucho la compañía de los niños.

Hace poco tiempo conocí a Cari, una holguinera delegada al Congreso de la FMC. Ella quería hablarnos sobre Fidel y la vez que lo tuvo cerca, pero ese momento es apenas una certeza en su memoria, porque “estar cerca de él producía un efecto electrizante, que después te hacía dudar de lo que realmente hiciste o dijiste”. Ella solo sabe que quería decirle muchas cosas y besarlo y abrazarlo, pero no lo hizo porque la impresión fue muy fuerte. Dicen que Fidel era más alto de lo que se veía en los libros o la televisión y que miraba tan profundo que no hacían falta las palabras.

He escuchado varias veces el relato apasionado de algunos de mis profesores: Eddy de la Pera, Aroldo García, Rodobaldo Martínez… a quienes el ejercicio profesional los llevó a tenerlo cerca en más de una ocasión y todos coinciden en su trato amable y preocupación constante por el trabajo de los periodistas, a los que trataba como colegas. Yo atesoro como algo sagrado aquel obsequio que nos envió a los delegados al Octavo Congreso de la Upec, en cuya dedicatoria decía: “Para mis hermanos los periodistas cubanos. Una colección de diccionarios. Municiones para conceptos claros y honestos”.

No tengo dudas de que cada cubano tiene una historia que contar sobre Fidel, ni de que muchos aún le confían sus asuntos, aunque cueste un poco aceptar su transfiguración. Cada cubano tiene su manera de hacerlo suyo: el niño que dibuja su imagen, el joven que se tatúa su silueta, la abuela que lo tiene en su altar y le pone flores, y le prende una vela… Dicen que Fidel creía en Dios, y que la muerte no es cierta cuando se ha hecho bien la obra de la vida. Yo lo creo.

(Tomado de Ahora)

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