La vida de los médicos de la montaña (+ Infografía)

Desde hace más de una década el lomerío cienfueguero mantiene la mortalidad infantil en cero. Autor: Cortesía del doctor Javier Alejandro Hernández Sánchez

Desde hace más de una década el lomerío cienfueguero mantiene la mortalidad infantil en cero. Autor: Cortesía del doctor Javier Alejandro Hernández Sánchez

 

Ahora la doctora Yenia Galván García cuenta la historia con mucha calma, pero aquel día en el asentamiento de Crucecitas, en el camino hacia el famoso salto de agua El Nicho, tuvo el examen más complejo de su vida. Hasta la posta médica llevaron con urgencia un paciente aquejado de fuertes dolores.

«Parecía un sangramiento digestivo y, en efecto, estaba sangrando activamente. Tuve que estabilizarlo sin enfermero, llamar al código rojo y trasladarlo rápidamente», recuerda Galván García.

A cada rato se encorva hacia un rincón y suena un «fotutazo» de salbutamol. Tose ruidosamente, pide disculpas a señas y cuenta otra historia, porque las anécdotas de los dos años de su especialidad como Médico General Integral (MGI) son muchas.

Aquellos días de la tormenta subtropical Alberto el asma se dio gusto con Yenia, pero en medio de tanta agua hubo que salir corriendo en la pequeña ambulancia hasta la comunidad de Cimarrones.

«Había derrumbes, deslizamientos de tierra, hasta que el camino se puso tan difícil que nos fue casi imposible continuar, relata la joven. Insistimos, porque el caso era grave, se trataba de una fractura de tibia expuesta. Y casi somos nosotros los accidentados, pero logramos llegar hasta el paciente y todo terminó bien».

Tales «tejemanejes», como dicen los lugareños, no los soporta cualquiera. Hasta este grupo de galenos que cursaron su especialidad en MGI y Estomatología General Integral (EGI) —como parte del Proyecto de Atención Primaria de Salud y Medicina Rural de la zona— el personal médico en las montañas de Cienfuegos era inestable.

«Hace un tiempo atrás este era un lugar de tránsito, solo estaban unos nueve meses, muy pocos llegaban al año. Con el proyecto hemos logrado mantener a los médicos a tiempo completo, para poder garantizar el mejoramiento de las condiciones de vida de la población en cuanto a la salud», declaró la doctora Yesenia Rodríguez Cardoso, directora del policlínico docente de San Blas, ubicado a unos 700 metros sobre el nivel del mar.

Únicos de su tipo

«Cuando uno sale de la facultad de Medicina tiene ganas de comerse el mundo, de adentrarse en lugares distintos, de conocer nuevas personas, de ser protagonista», comenta el doctor Javier Alejandro Hernández Sánchez, desde su consultorio en Yaguanabo Arriba; y esa es la oportunidad que él, y 17 jóvenes más decidieron vivir con el Proyecto de Atención Primaria de Salud y Medicina Rural.

La idea surgió hace dos años como iniciativa del municipio de Cumanayagua, una forma de ayudar al sistema de salud allí y aportar nuevas experiencias en la formación profesional. De inmediato recibió el apoyo de la Dirección Provincial de Salud Pública y la Organización Panamericana para la Salud (OPS), de ahí que la doctora Lizette Pérez Perea, consultora de Sistemas y Servicios de Salud de ese organismo para Cuba, sea habitual en estas alturas.

«No existe otra región en América, precisó a Juventud Rebelde, donde tengamos centros para formar médicos especialistas en Medicina familiar con la especificidad de trabajar la medicina rural. En otros lugares del mundo estas poblaciones serían vulnerables y aquí se ha visto que pueden acceder y tienen cobertura en el ciento por ciento. El Escambray ha sido un ejemplo de esto».

Solo unos seis días al mes estos galenos bajan de la montaña para visitar sus hogares. Por espacio de dos años se asentaron en las comunidades del Plan Turquino de Cienfuegos, conocieron a sus moradores hasta la raíz, estudiaron, investigaron, sanaron. En este ámbito atípico se graduaron como especialistas.

«Lo primero es tener voluntad para ayudar a estas personas, que muchas veces tienen hasta dificultades para acceder a los servicios médicos. Somos entonces nosotros los que tenemos que personarnos en los hogares», dice la doctora Tatiana Franco Prieto.

La iniciativa incluye los 18 consultorios médicos de familia (CMF) situados en la montaña y el llano que atienden a casi 4 000 familias; entre ellos tres con horario extendido de 24 horas, en Camilo Cienfuegos, La Sierrita y Arimao, que «nunca antes habían tenido residentes de MGI y EGI», dice Rodríguez Cardoso, también coordinadora del Proyecto.

La doctora Alianna García Martínez atendió a 624 pacientes en El Sopapo, una de las poblaciones más dispersas del lomerío. «Residían a cinco, ocho kilómetros del consultorio. Me volví casi experta en la botella, si no el terreno había que hacerlo a pie, porque la ambulancia es solo para los casos».

El Proyecto incluye tres partes que tocan el desarrollo académico, la cobertura asistencial y la infraestructura. En este sentido, se han creado opciones para facilitar la transportación de los galenos. Los consultorios y postas médicas ubicados en lugares cuya población está más disgregada, con caminos escabrosos, disponen de siete mulos y monturas nuevas cuyo costo asciende a  4 000 pesos.

Según indicó la coordinadora, como parte del proyecto también han reparado cuatro consultorios, pretenden intervenir en dos más —entre ellos San José, el único sin fluido eléctrico— y abrir una sala de rehabilitación que incluirá ozonoterapia. Agregó que les han facilitado medios didácticos para trabajar y para el aprendizaje.

«Los médicos reciben tablets para el estudio, cuyos contenidos se actualizan semanalmente. También les entregamos una mochila con toallas, sábanas, una linterna y otras cosas, tratamos de poner la mayor cantidad de artículos. Además, estamos evaluando incluir, a partir de ahora, un módulo de alimentación», explicó.

A la EGI Leidy Laura Díaz Segrea le consta que «siempre hace falta algo: materiales para trabajar, instrumental, pero el recurso humano somos nosotros y estamos, que es lo que se necesita».

Un médico que toca a la puerta

Desafiando no pocos obstáculos, la doctora Tatiana Franco Prieto contribuyó a que hoy el macizo Guamuhaya exhiba indicadores de salud del primer mundo. Foto: Laura Brunet Portela

Desafiando no pocos obstáculos, la doctora Tatiana Franco Prieto contribuyó a que hoy el macizo Guamuhaya exhiba indicadores de salud del primer mundo. Foto: Laura Brunet Portela

«Al paciente rural de montaña hay que salir a buscarlo, a veces ni con problemas de salud preocupantes vienen al médico. Les gusta mucho que los visiten en las casas», asegura con toda certeza el doctor Edgar Díaz Jiménez.

En sus dos décadas de trabajo en Cimarrones, de tanto ir y venir por los caminos, le conoce  a este lugar hasta las entrañas. Poco más de un centenar de personas conforman este asentamiento que cada día se deprime más, pues «la población ha disminuido en más de un 50 por ciento», lamenta.

Aquí cayó por capricho, por empeño, por enamorado de los imposibles. Dice que fue casi una ilegalidad residirse como MGI allí, en el medio de la nada, porque en sus tiempos las especialidades se cursaban solo en el llano.

De tanta obstinación logró el mayor salto de su vida, el que más le enorgullece, desde su natal Rodas hasta aquel grupo de casitas rodeadas de gigantes, en una especie de agujero profundo, con una entrada angosta, sin cobertura ni teléfonos. Ese es su proyecto de vida, así le llama.

Conocer de hierbas, remedios caseros, costumbres locales y hasta dicharachos son los rasgos que, para Díaz Jiménez, distinguen a un médico rural de montaña, y así lo han constatado los jóvenes especialistas del lomerío. «Tienes que saber hablar de forma que ellos te entiendan, sin tantas terminologías de la ciencia, comenta Galván García.

«Además, para poder comprenderlos cuando describen los síntomas y las partes del cuerpo hay que asumir su forma de expresarse, porque te dicen: me duelen los granos (testículos), o un ijar (región inguinal) o el cuadril (zona abdominal debajo de las costillas) y si no sabes a qué se refieren cómo los tratas».

Desde que le correspondió atender un accidente masivo en San Blas a la veinteañera Franco Prieto le quedó claro que «la medicina no es de libro, no sabes nada hasta que estás frente al paciente. La medicina rural enseña mucho. Te obliga a esforzarte más en lo que haces porque eres tu propio maestro. Aquí no hay espacio para interconsultar un caso cuando estás ante una urgencia y tenemos que actuar sin errores».

«Entendemos que la autopreparación es la única arma que tenemos para poder enfrentar todo lo que se presente», admite Hernández Sánchez.

Son altísimas las exigencias profesionales para quienes cuidan de la salud de estos cubanos, pero aún mayores las pruebas que como seres humanos han de superar para lograr especializarse. Todavía falta que aparezcan otros enamorados de la montaña como Edgar, decididos a ponerse, por convicción propia, las batas blancas en el Escambray.

Salud de altura

Mucho ha cambiado la montaña desde aquellos años en que los asentamientos de El Nicho y Crucecitas recibieron tan fatales apelativos. Recuerdan los moradores que por esos lares, muchas personas fallecían por enfermedades curables y prevenibles; quedaban a la vera del camino en busca de asistencia médica. Las numerosas muertes dieron nombre a estas comunidades cuya realidad hoy es otra.

En la actualidad el macizo Guamuhaya exhibe indicadores de salud de países del primer mundo. Desde hace una década reportan la mortalidad materna e infantil en cero. No hay bajo peso al nacer. Un alto número de consultas externas  se llevan a cabo, y hay una atención controlada y constante de los padecimientos más comunes en la zona: hipertensión arterial y asma bronquial.

«Los indicadores tuvieron un comportamiento muy favorable durante 2018. En gran medida lo debemos a la formación del capital humano en el ámbito rural de montaña y su impacto en la calidad de los servicios que brindamos», explica Dayalierky Mesa Pérez, directora municipal de Salud en Cumanayagua.

El Proyecto de Atención Primaria de Salud y Medicina Rural ya acoge a 18 nuevos residentes, ahora por tres años, para que la montaña demore un poco más en volver a desnudarse de los médicos que formó.

La graduada más pequeña

La doctora Rujaine y su hija Katheryn. Foto: Laura Brunet Portela

La doctora Rujaine y su hija Katheryn. Foto: Laura Brunet Portela

Para Katheryn no hay otro hogar que El Mamey, un paraje alejado de los centros urbanos, enmarañado entre la vegetación, donde fue a dar con apenas un año de vida. Para muchos fue contradictoria la decisión de su madre, Rujaine López Sánchez, de cursar los dos años de la especialidad como MGI en «medio del monte», como dijeron muchos.

«Soy de las personas que dicen que cuando nos corresponde algo, no es por gusto. Cuando me otorgaron la especialidad mi niña tenía diez meses y nunca pedí un traslado. Me arriesgué. Ahora ya me gradué, tal como empecé, con ella. Ya tiene tres años y ambas vivimos juntas la experiencia del Turquino», expresa medio llorosa de la mano de la pequeña.

Ser la doctora del consultorio 39, perteneciente al policlínico Aracelio Rodríguez Castellón, «fue una experiencia maravillosa como madre y profesional, comenta. Las mismas personas de la comunidad me ayudaron a cuidar a Katheryn. En ocasiones era mi mamá o mi esposo que subían por unos días, pero la mayoría de las veces estaba sola».

No hay muchas instantáneas de esos años porque la vida allí transcurrió demasiado rápido, pero quedan las anécdotas, las historias que un día volverá a contar a Kathy para que no olvide su primer hogar.

«Muchas veces tuvimos que caminar largas distancias porque el camino es muy intrincado y cuando llueve se pone peor. No pasa ningún transporte. Pero lo más importante es salvarles la vida a las personas. Esa es la tarea de nosotros allí», declara López Sánchez.

«Tuvimos que subir, quedarnos en temporada de lluvias, de ciclón, y allí teníamos que estar porque había que cumplir. Valió la pena para nosotras y para la población que atendí. El Mamey nos enseñó mucho para la vida».

Cuando nació el servicio médico rural

Consultorio El Sopapo, en el macizo de Guamuhaya. Foto: Laura Brunet Portela

Consultorio El Sopapo, en el macizo de Guamuhaya. Foto: Laura Brunet Portela

Una de las primeras y más importantes realizaciones de la joven Revolución Cubana fue la creación del Servicio Médico Rural, en enero de 1960. Por vez primera se prestaba asistencia sanitaria a los más pobres, a los olvidados: hombres, mujeres y niños de nuestros campos, como denunciara Fidel en 1953.

A los más apartados rincones llegaron los 318 médicos de la primera graduación posterior a 1959. Se cumplía así un aspecto esencial en el Programa del Moncada. Fueron distribuidos en las comunidades más densamente pobladas, con dificultades de comunicación y con mayor importancia en la producción económica.

En marzo de 1961, con el tercer grupo de 335 médicos que permanecerían en sus cargos durante 14 meses, comienza una segunda etapa del Servicio Médico Rural, en la que se incorporan estomatólogos. También en esa fecha, comienzan las construcciones de los hospitales campestres, principalmente en las provincias de Oriente y Las Villas, así como dispensarios, lo cual mejoró notablemente el servicio.

Poco a poco, se completaba la red de unidades en las zonas más apartadas del país. Los médicos que laboraban en estas instituciones contaron con exámenes de laboratorio, rayos X y ambulancias. Sus grupos de trabajos se enriquecieron con personal de enfermería y auxiliares de diagnóstico.

Entre los logros importantes se destaca la ejecución masiva de programas de vacunación, el intercambio número de embarazadas atendidas en consultas prenatales y la educación sanitaria, que comenzó a transformar los hábitos y la conducta higiénica en la población campesina.

En 1982, Fidel manifestó la necesidad de revitalizar este servicio y avanzar a una etapa superior. Hasta hoy, esta iniciativa ha cumplido su encargo social, y ahora mismo se mantiene en miles de consultorios del médico y la enfermera de la familia, diseminados a lo largo y ancho de la Isla.

(Tomado de Juventud Rebelde)

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