Si los jóvenes fallan, todo fallará
«Cada vez que Raúl contacta con los jóvenes, los ojos le brillan; se dinamiza», dijo en voz baja, después de voltearse hacia mí, el desaparecido combatiente revolucionario Jorge Risquet Valdés. El General de Ejército, entonces ministro de las FAR, de visita en una de las unidades del Ejército Oriental, había compartido con jóvenes combatientes, incluidos oficiales, en quienes reconoció la voluntad de continuar elevando la disposición combativa.
Risquet fue un cercano compañero de lucha de Raúl. Su acotación la tuve en cuenta posteriormente, durante las pocas veces que cubrí, como reportero de la prensa militar, recorridos del entonces segundo jefe de la Revolución Cubana por el mando que fundó en 1961. En cada una de esas oportunidades, al intercambiar con jóvenes, reveló absoluta confianza en ellos.
Sin duda, esa es una de las grandes virtudes manifestadas por Raúl Castro en su larga vida de revolucionario, marcada por la coherencia en el pensamiento y las acciones.
José Ramón Fernández, otra de las personalidades allegadas al General de Ejército, escribió: «Su conocimiento de la vida, de los seres humanos, sus convicciones revolucionarias y su confianza infinita en los jóvenes hacen del compañero Raúl un calador profundo en la esencia de la educación de las nuevas generaciones, así como un crítico contundente de formas y métodos que no se corresponden con cada tiempo histórico, con cada nueva etapa del desarrollo de la Revolución, con la realidad, con la vida misma».
Reconoce, añadió Fernández, que los jóvenes de hoy son más exigentes, capaces, instruidos, cultos y, sobre todo, más críticos. «Ha alertado, al mismo tiempo, que lo erróneo es querer llegar a ellos mediante fórmulas esquemáticas, con recursos triviales y argumentos insustanciales. A su juicio, para llegar a la mente y al corazón de los jóvenes, fortalecerlos ideológica y políticamente, despertar su interés y estimular sus motivaciones, el trabajo político-ideológico tiene necesariamente que ganar en extensión y en profundidad, tiene que ser incomparablemente más riguroso y, sobre todo, más moderno».
Al respecto, agregó: «Concibe la educación de los jóvenes con los jóvenes como protagonistas de su propia formación, como participantes activos en su aprendizaje, en la labor transformadora, en llevar siempre a la Revolución a nuevas metas, a nuevos niveles de desarrollo, como herederos de la experiencia de los que le precedieron, pero con luz propia, iniciativa, creatividad y un profundo sentido del compromiso de ser continuadores cualesquiera que sean las dificultades».
Tal vez al lector le parezca que los criterios de Risquet y José Ramón Fernández están profusamente signados por las innegables simpatías surgidas en el batallar cotidiano junto a Raúl. Aun así, toda evaluación que se haga sobre el rol que atribuye al papel de la juventud en la perpetuidad de las conquistas políticas y sociales que hoy disfruta Cuba, despierta fogosidad revolucionaria.
A mi juicio, uno de esos momentos vibrantes protagonizados por Raúl ocurrió en Santiago de Cuba el 26 de julio del 2013, durante la celebración del aniversario 60 de los ataques a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.
Su emoción era evidente y la transmitía a los presentes: «Han pasado los años, pero esta sigue siendo una revolución de jóvenes, como lo éramos el 26 de julio de 1953; los que combatieron y cayeron en las calles de Santiago de Cuba el 30 de noviembre de 1956. Jóvenes fueron en su inmensa mayoría quienes participaron en la lucha contra bandidos durante cinco años, desde 1960 hasta enero de 1965, aproximadamente, que en dos ocasiones, durante ese tiempo, llegaron a tener bandas activas de diferentes tamaños en todas las provincias del país, incluyendo el sur de la capital; jóvenes eran también los que derrotaron a los mercenarios en Playa Girón; los que se sumaron, incluso adolescentes, a la campaña de alfabetización, la mayoría estudiantes; los que se incorporaron masivamente a las Milicias, a las nacientes Fuerzas Armadas Revolucionarias y el Ministerio del Interior; los cientos de miles de compatriotas que cumplieron misiones internacionalistas en otras tierras del mundo…».
Recordó que eran jóvenes la mayoría de quienes han cumplido servicios de educación y salud en otras naciones; los científicos, intelectuales, artistas y deportistas que tantas glorias han cosechado; los que al llamado de la patria cumplen su servicio militar, entre ellos las muchachas que por propia voluntad se suman a esta tarea; los estudiantes de la enseñanza media; los universitarios; los obreros y campesinos que generan en la producción y los servicios ingresos a la economía; nuestros maestros y profesores.
Y tras precisar que en suelo patrio vivimos varias generaciones, cada una con historia y méritos propios, aseveró: «La Generación Histórica va cediendo su lugar a los “pinos nuevos” con tranquilidad y serena confianza, basados en la preparación y capacidad demostradas de mantener en alto las banderas de la Revolución y el Socialismo, por las que entregaron sus vidas innumerables patriotas y revolucionarios, desde los indios y esclavos que se rebelaron contra la opresión hasta nuestros días».
En realidad afianzaba conceptos. El 4 de abril del 2010, al clausurar el IX Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas, ocasión en la que puntualizó que la batalla económica constituía la tarea principal y el centro del trabajo ideológico porque de ella depende la sostenibilidad y preservación de nuestro sistema social, expresó:
«La juventud cubana está llamada a tomar el relevo de la generación fundadora de la Revolución y para conducir la gran fuerza de las masas requiere de una vanguardia que convenza y movilice, a partir de la autoridad que emana del ejemplo personal, encabezada por dirigentes firmes, capaces y prestigiosos, líderes de verdad, no improvisados, que hayan pasado por la insustituible forja de la clase obrera, en cuyo seno se cultivan los valores más genuinos de un revolucionario. La vida nos ha demostrado con elocuencia el peligro de violar ese principio».
A la vez transmitió varios consejos. En uno resaltó: «Hoy más que nunca se requieren cuadros capaces de llevar a cabo una labor ideológica efectiva, que no puede ser diálogo de sordos ni repetición mecánica de consignas; dirigentes que razonen con argumentos sólidos, sin creerse dueños absolutos de la verdad; que sepan escuchar, aunque no agrade lo que algunos digan; que valoren con mente abierta los criterios de los demás, lo que no excluye rebatir con fundamentos y energía aquellos que resulten inaceptables».
De igual forma, abordó la necesidad de fomentar la discusión franca y no ver en la discrepancia un problema, sino la fuente de las mejores soluciones. «La unanimidad absoluta generalmente es ficticia y por tanto dañina. La contradicción, cuando no es antagónica como es nuestro caso, es motor del desarrollo. Debemos suprimir, con toda intencionalidad, cuanto alimente la simulación y el oportunismo. Aprender a colegiar las opiniones, estimular la unidad y fortalecer la dirección colectiva, son rasgos que deben caracterizar a los futuros dirigentes de la Revolución».
A renglón seguido, con la experiencia ganada en tempranas manifestaciones de rechazo a regímenes corruptos y en sucesivas contiendas bajo silbantes balas, así como en tormentas de la naturaleza, amenazas militares con presagios de cataclismo nuclear y severas confrontaciones ideológicas, expuso la línea a seguir permanentemente: «Jóvenes con la actitud y capacidad necesarias para asumir tareas de dirección existen a lo largo y ancho del país. El reto es descubrirlos, prepararlos y asignarles paulatinamente mayores responsabilidades».
Ese día también citó a Fidel: «Creer en los jóvenes es ver en ellos además de entusiasmo, capacidad; además de energía, responsabilidad; además de juventud, ¡pureza, heroísmo, carácter, voluntad, amor a la Patria, fe en la Patria!, ¡amor a la Revolución, fe en la Revolución, confianza en sí mismos, convicción profunda de que la juventud puede, de que la juventud es capaz, convicción profunda de que sobre los hombros de la juventud se pueden depositar grandes tareas!».
El invicto conductor de la Revolución Cubana había expresado la idea el 4 de abril de 1962, en el acto fundacional de la Unión de Jóvenes Comunistas. Mediaban 48 años y la voz de Raúl trasmitía la fuerza y el apasionamiento que únicamente identifica a quienes luchan hombro con hombro por la justicia plena y avizoran triunfos en las contiendas por librar.
Es la actitud sostenida hoy, a punto de dejar, por voluntad propia, la presidencia de los Consejos de Estado y de Ministros. La mayor satisfacción, ha dicho, «…es la tranquilidad y serena confianza que sentimos al ir entregando a las nuevas generaciones la responsabilidad de continuar construyendo el socialismo».
(Tomado de Granma)
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