Médicos cubanos contra el ébola: donde habita lo inmenso (+ Fotos y Video)
Por Yailin Orta Rivera, especial para la Mesa Redonda
Fotos: Roberto Garaicoa
Ciento sesenta y cinco cubanos llegaron, en octubre de 2014, a países del África Occidental dolidos profundamente por el ébola. A más de 7 000 kilómetros de su Isla morían miles de personas por este brote epidémico. Y allá fueron, a pesar de paralizantes conocimientos como estos: la enfermedad tiene una tasa de letalidad que puede llegar al 90 por ciento y no existe un tratamiento específico ni vacuna para las personas que la padecen.
También conocían que la infección se produce por contacto directo con la sangre u otros líquidos o secreciones corporales (heces, orina, saliva, semen) de personas que la sufren. El contagio, además, puede generarse cuando la persona sana entra en contacto con entornos contaminados por los líquidos infecciosos de un paciente con el virus, como prendas de vestir o ropa de cama sucias o agujas usadas.
Como los profesionales sanitarios están constantemente expuestos a estos riesgos, los especialistas de salud de otros países se ofrecieron a enfrentar el virus por no más de cuatro semanas, sin embargo, los cubanos estuvieron dispuestos a darse por más de seis meses.
Pero la extraordinaria postura no solo delinea la grandeza y bondad de estos hombres que salvaron 369 vidas y contuvieron la endemoniada escala de muertes disparada en más de 11 mil en aquellas heridas latitudes… sino que define lo inmenso.
Estos cubanos excepcionales merecen, sobre todo, infinitos agradecimientos. Sin embargo, ellos siguen regalándonos su hermosa humildad y comparten, sin estridencias, sus actos en medio de lo que parecía al mundo una desolación sin horizonte.
El Doctor Jorge Juan Delgado fue uno de los tres primeros cubanos que llegó a preparar el terreno, y después fue con la misión de ser el Jefe del equipo que llegó a enfrentarse a la enfermedad. “Hicimos las coordinaciones con el Minsap y la OMS, y cuando llegaron nuestros hermanos lo teníamos prácticamente todo previsto, en países muy deprimidos y hasta con pocas posibilidades de alojamiento. Pero se pudo. En cuanto llegaron comenzó el proceso de entrenamiento, que reforzó lo aprendido en el IPK.
«Además, durante ese mes se entrenó con el equipo de seguridad, y después se tuvo un acercamiento a sobrevivientes, lo que permitió un adiestramiento psicológico. Y por último se visitaron las salas con pacientes infestados de ébola».
Durante la misión, los nuestros trabajaron con varias ONG. En su opinión, «ambas partes aprendimos mucho. Fue muy exitosa la experiencia y la cooperación. Igualmente hacíamos un parte diario sobre la situación del equipo, y se mantuvo un estrecho contacto con nuestras autoridades y con nuestros diplomáticos».
El Jefe de la Brigada Médica Cubana argumentó que la actuación de todo el equipo fue muy positiva. «El impacto fue enorme. Este grupo de médicos y enfermeros se convirtió en un equipo experto en situaciones epidemiológicas de esta naturaleza. Y por cada cubano que estuvo allí se salvaron 2,2 hermanos de Sierra Leona».
El Doctor habla de la angustia que les provocaba la muerte de cualquier paciente. «Fue una experiencia muy sensible, y el trabajo con los niños fue el más delicado. La muerte nos estremecía a todos».
El destacado médico cubano Félix Báez, quien sufrió la infección por el virus del Ébola y sobrevivió a ella, rememoró el difícil instante cuando supo que estaba enfermo. «Cuando no estaba en el entrenamiento, que fue con mucho rigor, uno piensa que nunca te va a tocar. Pero por los azares de la vida esas cosas pasan. Sierra Leona es un pueblo muy humilde, con una infraestructura sanitaria muy endeble. Yo empecé a trabajar el 5 de noviembre, después de un mes de entrenamiento. Atendimos a pacientes altamente infectados. Se recibían cientos diariamente. El día 11 de noviembre, la dirección del Minsap decidió que fuéramos a un distrito con pocas posibilidades de atención médica. Llegamos al centro y se contaba con un solo médico, y había más de 120 pacientes. Del 11 al 16 estuvimos visitando ese hospital. Pero el 16 comenzó la fiebre…
«Primero me hice el test de malaria y dio negativo. Después contactamos para hacer el test de ébola, y el lunes me hicieron las primeras pruebas. A las 11 de la noche supimos que había dado positivo. Pero ya estaba casi convencido de que iba a estar infestado».
La noticia corrió como pólvora. «Todo el mundo estaba muy consternado, visiblemente impactados. Fueron momentos difíciles para toda la brigada. Fui atendido inmediatamente y el 21 me trasladaron para Ginebra. Llegué en muy mal estado y agotado. Sin embargo, la atención esmerada fue vital. Estuve casi 15 días ingresado en Ginebra».
Sin embargo, a pesar de haber regresado prácticamente de la muerte, Félix, una vez se recuperó, volvió a Sierra Leona junto a sus compañeros, a concluir la misión que comenzó. «Tenía un compromiso con ellos, les había prometido regresar. Y el reencuentro fue muy emocionante. Estuve casi tres días visitando todos los campamentos, y allí viví momentos de intensas alegrías».
Otro de los grandes que estuvo en África Subsahariana fue el enfermero Jorge Martínez Cruz, quien explicó las tareas delicadas y riesgosas que afrontaron. «El enfermero debe manipular más los fluidos, porque es quien tiene el deber de canalizar una vena, extraer sangre, bañar a un paciente, cambiar la ropa de cama. Eran labores muy peligrosas. Había que estar muy centrado en lo que estábamos haciendo.
«Llegábamos por la mañana y los profesionales de la salud de otros países que nos acompañaron en esa misión estaban esperando por nosotros. Nos tenían mucha confianza. Hasta que no llegáramos nosotros prácticamente no hacían esos procederes.
«El momento de más tensión era cuando debíamos cambiarnos el traje. Demorábamos 30 minutos y trabajábamos un dúo. Fue una experiencia que nos sirvió de mucho. Revisábamos al compañero, porque no podía quedar un milímetro de piel sin que el traje lo cubriera. Nos ponían la hora de entrada en el traje e íbamos pasando de sala en sala. A veces hasta le dábamos la comida a los enfermos.
«Desvestirnos era lo más difícil del proceso. A la vez que pasas un área roja ya salías con el traje contaminado. Y, además, salíamos con lo último del oxígeno, porque en la atención demorábamos cerca de una hora. Sales muy agotado, y cuando terminas prácticamente te tomas dos litros de agua. Nos desvestíamos con un nacional que nos guiaba. Teníamos que tener mucha precaución. Nos lavábamos constantemente las manos con cloro.
«Félix fue mi compañero de trabajo. Prácticamente los dos primeros pacientes los recibió él. La noticia de su enfermedad nos llegó al instante, porque esa noche nos tocaba el turno. Manteníamos la atención las 24 horas en el hospital. Le estaba pasando un mensaje a mi familia, y cuando lo supe, no pude hablar más en toda la noche.
«El médico Reynaldo Villafranca también era de mi grupo. Después de su muerte, estuvimos un mes sin que casi nadie saliera de su habitación. Fue un momento muy triste. Pero nadie se rajó. Todos los días lo mencionábamos, tomábamos más conciencia de que más teníamos que cuidarnos».
Para Ronald Hernández, la experiencia en Liberia fue única. «Cuando llegamos a la capital era como recorrer una ciudad fantasma. La mayoría de la población se había ido de Monrovia, solo se habían quedado los que no lo podían hacer. Tenían un solo hospital y estaba cerrado. Había un pueblo muy necesitado de atención médica, el que además cargaba aún con las secuelas de la guerra. Nos sorprendió la extrema pobreza de ese país. Gracias a la colaboración internacional pudieron salir de esa emergencia. La situación se controló por el gran esfuerzo de los médicos que allí estuvimos. Y creo que esta es una nueva manera en la que el mundo debe actuar frente a una situación extraordinaria. Liberia fue el primer país en decretarse libre de ébola.
«Mi interacción en las redes sociales comenzó cuando estuve de misión en Venezuela, porque sentí necesidad de decirle al mundo lo que hacía el gobierno bolivariano por su país. Y cuando llegué a Liberia comencé a hacerlo nuevamente, y fue muy interesante, porque me convertí prácticamente en un puente entre los cooperantes y sus seres más queridos».
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