Universidad: ¿Una meta para la familia cubana?

Antes de 1959, ingresar en la universidad era un lujo reservado para muy pocos. Quizás eso hizo que, después, las familias cubanas desearan que sus hijas e hijos se volvieran ingenieros, arquitectos, licenciados. ¿Sigue siendo hoy una meta familiar?

IRAIDA

Iraida nació en Villa Clara, vivió algunos años en Varadero, pero la mayor parte de su vida ha transcurrido en La Habana. Aquí se graduó como Licenciada en Economía. Tres o cuatro meses atrás, revivió sus tiempos universitarios cuando su hijo, Omarito, defendió su tesis en la misma facultad de la Universidad de La Habana en la que pasó una de las etapas más lindas de su vida.

Para ella ser universitaria no fue una novedad; más bien significaba el destino común de su familia: su padre Santiago había sido ingeniero mecánico; su mamá Idalia, a golpe de sacrificios, fue la primera economista de la familia y lo hizo en el Curso por Trabajadores. Sus hermanos, Irely y Santiago, son ingenieros, ella se ha especializado en mecánica y él, en termo-energética. Algunos como Santiago, han encontrado su pareja en especialidades similares, pues Patricia es ingeniera mecánica. Iraida, por su parte, unió su vida con Omar que es licenciado en Ciencias Sociales. Después de semejante rompecabezas, no debe extrañar que representantes de la más joven generación de esta familia se hayan graduado, como Omarito; estén estudiando una carrera, como Mariela que cursa Nutrición o Patricita que estudia Ingeniería Civil, o recién hayan empezado Comunicación Social, como Celine.

«En mi casa siempre se pensó, y se dijo, que graduarse de la universidad era importante. Nosotros vivimos el trabajo que pasó mi mamá para alternar el estudio con el trabajo. Siempre nos inculcaron eso. Ser universitarios en esa época determinaba, no solo una formación profesional necesaria, sino también resultados salariales que te permitían vivir de forma independiente y también ayudar a la familia», comenta Iraida.

Hoy, cuando el título universitario no siempre determina el sueldo justo que debe ganar un trabajador, — a pesar del reciente incremento salarial al sector presupuestado — o una iniciativa cuentapropista ofrece oportunidades laborales con buenos ingresos, sin que medie un certificado; la pregunta es: ¿sigue siendo importante? Al menos para Iraida y su familia, sí. «Estudiar en la universidad ofrece una preparación más amplia: profesional, político, cultural. Son años muy valiosos donde se construyen valores y se fomentan amistades. Es una experiencia útil, necesaria. Por eso, aunque después no ejerzan lo que estudiaron o trabajen en otro ámbito donde ganen más dinero, la formación que recibirán les va a ser útil para toda la vida».

ARIEL

Ariel es camagüeyano y, si nació con la Revolución, por su cabeza nunca pasó que su hijo podría estudiar. Su vida se suscribía al central azucarero. Por eso su hijo, cuando cumplió los 17, no conocía otra realidad que la del guarapo, la caña, el azúcar, la chimenea y el sonido del tren.

«Desde que empezó a trabajar se destacó por su responsabilidad y disciplina. Siempre fue un buen muchacho. Parece que quería cumplir por mí, allí todo el mundo me respeta.

Bueno, para hacer corto el cuento: lo hicieron militante de la UJC, después secretario general de su Comité de Base y tanto le insistieron que empezó a estudiar. ¿Quién lo diría? Se graduó con 27 años de la universidad, en el Curso por Trabajadores».

¿Entonces, la familia no influyó? «Sin que suene a teque, periodista, nosotros nunca pensamos en eso. Y por supuesto, que pa´ nosotros es un gran orgullo. En qué si empujamos, en que fuera un hombre de bien, correcto, para mí es lo más importante».

DEBORAH

«Cuando mi hijo mayor se graduó, en el 2015, yo quería enmarcar su título y ponerlo en la pared de mi casa. Aquí nunca hubo ninguno. Sus abuelos maternos vivían en el campo antes del triunfo de la Revolución y solo alcanzaron el 6to. y 9no. grado. Yo y su papá somos técnicos-medios. Él iba a ser el primero de la familia; por eso mi idea de enmarcarlo. Cuando se acercaba la fecha me dio toda una explicación de que ya eso no se usaba, que era algo “cheo”, que ni se me ocurriera», narra Deborah.

«Me acuerdo que cuando empezó a trabajar tuve que hacerle una fotocopia y cuando fui al lugar donde imprimen, le pregunté a la muchacha si era verdad que ya no se usaba enmarcar los títulos. La señora que iba detrás de mí, le dio la razón a mi hijo, y se armó todo un debate entre los que estábamos allí. Ellos no entienden, pero antes tener un título tenía tremendo significado, no sé ahora, porque los tiempos cambian. Pero para mí, sigue siendo un orgullo».

Dos años después, el hijo más pequeño también se graduó de la Cujae. El orgullo se multiplicó. Le pregunto dónde incorporaron esa vocación, pues nacieron y crecieron en un barrio donde nadie piensa en estudiar. «Gracias a la familia y a los maestros de sus escuelas; ellos pudieron hacer lo que no hicimos nosotros».

VICENTE

Vicente se graduó en la URSS. Estudió Filosofía. Durante cinco años fue profesor de la Universidad de La Habana y después se dedicó a la carpintería; hoy está al frente de una especie de cooperativa. Aun así, nunca visualizó ese futuro para su hija.

«Cuando la niña cumplió 15, quedó encantada con toda esa parafernalia de las fotos, los trajes, el modelaje. Después pasó un curso de Fotografía. Yo, por supuesto, la ayudé económicamente y pudo montar su propio estudio. Ahora, con solo 22 años, es más independiente y gana más dinero que yo cuando tenía 30 y decidí dejar la docencia. Es una mujer emprendedora y trabaja en lo que le gusta. La universidad está ahí; y en este país siempre hay oportunidades. El día que se aburra, quiera cambiar de aire o superarse, que haga sus pruebas de ingreso».

ARTURO Y MARÍA EUGENIA

Ni él ni ella son universitarios. Mary durante un tiempo pintó uñas, pero porque le gustaba; ahora es ama de casa. Arturo es militar. Nunca vieron la universidad como un proyecto de vida.

«Mis hijos o estudian o trabajan, porque yo no mantengo vagos», sentencia Mary mientras conversamos un poco sobre el presente de sus vástagos. La mayor vivió mucho tiempo en China con el esposo. Aquí solo terminó el doce grado, el más pequeño hizo el Técnico Medio en Gastronomía y ahora es Jefe de Turno en un hotel. Los dos trabajan y ganan dinero.

«Son felices, y para eso no necesitaron un título universitario. Con esto no quiero decir que esté de más la universidad, todo lo contrario, solo que no creo que sea esencial en la vida. Importante son los valores, que sean personas honestas, trabajadoras, como lo hemos sido sus padres. Me hubiera gustado que alguno de los dos se graduara solo si ese hubiese sido su deseo, su meta. Eligieron un camino distinto y yo los apoyo», dice con convicción.

EFRAÍN Y ZENAIDA

«Desde que era una niña, su mamá y yo le insistíamos en que tenía que ser la mejor. No desde un punto de vista autosuficiente, sino viéndolo desde el sacrificio. Si sacaban buenas notas, debía estar en ese grupo. Si venían pocas plazas para la Vocacional; una era para ella. Si la carrera que le gustaba se estudia en La Habana y aquí en Holguín daban una sola plaza, tenía que ser de ella. Y así fue, este año se graduó en la Universidad de La Habana y para allá fuimos nosotros. Yo nunca estudié, la madre sí, es médico. Siempre fui medio bruto, pero hombre de bien. Mi mayor orgullo es mi niña, como dicen ahora en la capital… lo más grande».

Gabriela, su hija, estudió en el ISDi. Obviamente fue becada. El salario de sus padres no alcanzó para pagar un alquiler y su novio también es de la beca. El dinero que ahorró su mamá en el tiempo que estuvo de misión, lo tiene bien guardado para decidir.

«Es nuestra única hija y ya nosotros hicimos nuestra vida. Depende de cómo estén las cosas en ese momento, analizaremos como familia qué es lo que vamos a hacer. Vendemos aquí y compramos en La Habana, aunque tengamos que apretarnos; no sé. Cumplió, se hizo universitaria; es feliz y nos hizo feliz a nosotros», cuenta Zenaida, con los ojos casi aguados de la emoción.

ÁNGELA

Ángela y su hijo comparten aula en el Curso por Encuentro (CPE). Se sientan uno al lado del otro. Para el más joven debe ser un poco raro. Muchos no nos imaginamos tener en el aula — lugar libre para la socialización — , la vigilancia perenne de uno de nuestros progenitores. Pero a ellos parece que les va bien. Atienden mucho, se preguntan dudas, incluso, se pasan papelitos.

«Yo fui la de la idea. Nunca quise estudiar; desde los 16 años empecé como técnica en una fábrica de galletas, y de ahí en adelante he trabajado en varios lugares en el sector estatal.

Él me daba muchos dolores de cabeza, pero le insistía y lo tenía con la correa cortica. Cuando se graduó de doce grado no cogió carrera. Entró al servicio. Intentó por segunda vez a través de la Orden 18 y tampoco, entonces empezó a trabajar».

Ángela se ve una mujer fuerte y persistente; de esas que cuando algo se le atraviesa entre ceja y ceja…

«Cuando vi la convocatoria masiva para el CPE le dije, vamos a estudiar. Para mí, entre usted y yo, es algo innecesario. Siempre se aprende, pero a mi edad ya estoy pensando en la jubilación. Lo hago por él, porque conmigo aquí al lado no le queda otra que graduarse. Al final, un título es algo que vale mucho sobre todo para las personas de su edad que están empezando. Además, será algo lindo graduarnos juntos».

(Tomado de Alma Máter)

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