No olvidarnos nunca del Plan Bush

Por Yoerkys Sánchez Cuellar

A estas alturas, según los sueños de sucesivas administraciones yanquis, ya Cuba debía ser un país «libre» y «democrático», y tal vez hasta con un Gobernador general al mando de la Isla, como lo proclamó George W. Bush en 2002, a través de su Plan de «Asistencia a una Cuba Libre», más conocido como Plan Bush.

Las intenciones de apoderarse de esta pequeña porción de tierra, que ha enfrentado como David al gran gigante, anteceden por mucho la llegada de la Revolución victoriosa de 1959. Su génesis está en las primeras décadas del siglo XIX, cuando Estados Unidos buscaba todas las variantes para expandirse bajo la famosa Doctrina Monroe: «América para los americanos», entendidos estos últimos como los que habitaban en el norte y no al sur del Río Bravo. Pero, sin duda, el triunfo de una Revolución en sus propias narices, dispuesta a echar la suerte con los humildes, fue un golpe contundente a la mandíbula imperial y agudizó el histórico conflicto.

Un capítulo más en la historia de esa doctrina, reverenciada hace unas semanas por el ahora exsecretario de Estado, Rex Tillerson, resultó el Plan Bush. Aquel manual anexionista firmado por el entonces jefe del imperio, aunque nunca pudo ni podrá ser aplicado, por la firmeza y conciencia del pueblo cubano, forma parte de una mentalidad latente en varios «políticos» recientemente promovidos por Trump, como John Bolton, quien en 2002 llegó a acusar al Gobierno de la Mayor de las Antillas de poseer un programa de armas biológicas y de colaborar con «estados patrocinadores del terrorismo».

¿Qué pretendía aquel documento de Bush y sus asesores? ¿Cuáles eran los enunciados fundamentales de su famoso Plan? ¿En qué ayudaba, como decía, al bienestar de nuestro pueblo? Difícil sería resumir en pocas líneas sus más de 450 páginas de injerencismo visceral, pero basta con leer algunas de sus propuestas para darnos cuenta de su único objetivo: apoderarse de Cuba.

Entre las medidas que propugnaba estaba la devolución a sus antiguos dueños de todas las propiedades, incluidas las viviendas de las que millones de personas serían desalojadas en menos de un año. Washington supervisaría y controlaría este proceso mediante la Comisión del Gobierno de Estados Unidos para la devolución de propiedades.

Igualmente, tenían previsto privatizar la educación, los servicios de salud y todos los sectores de la economía; disolver las cooperativas y restaurar los viejos latifundios; además de eliminar la seguridad y asistencia social, incluyendo las pensiones y retiros. Organizarían, entonces, un programa para emplear a los ancianos mientras su estado de salud se lo permitiese, en sectores como la construcción y la agricultura.

Otro aparato gubernamental yanqui actuaría como responsable de que esto se cumpliera: el Comité Permanente del Gobierno de Estados Unidos para la Reconstrucción Económica.

En el Plan, que incluía muchas más acciones, reconocían que hacer todo lo que tenían previsto no les sería fácil debido a la resistencia de los cubanos,  por lo que tendrían primero que limpiar el camino y barrer cualquier obstáculo. Es por ello que propusieron dar la máxima prioridad a la represión masiva y generalizada contra todos los militantes del Partido Comunista de Cuba, los miembros de las organizaciones sociales y de masas y también «otros simpatizantes del Gobierno». Según planteaban, «la lista sería larga», pero contarían con el apoyo de un aparato represivo «organizado y dirigido por el Departamento de Estado».

Las medidas afectaban también a los cubanoamericanos y sus nexos familiares, al restringirse este concepto, que no incluía a los tíos, sobrinos, primos ni parientes, obviando el hecho de que en Cuba hasta el vecino se considera parte de la familia.

Para colmo, se creó la figura, ya mencionada, de un Coordinador para la transición y reconstrucción de Cuba, al estilo del interventor Leonardo Wood. Para el cargo se nombró a Caleb McCarry, quien tal vez hoy no desee que le recuerden tamaña ridiculez y gran fracaso.

La fecha que escogió Bush para hacer público su Plan fue el 20 de mayo de 2004, claro símbolo de una República que surgió maniatada por la Enmienda Platt.

Al responder a esa provocación, el Comandante en Jefe Fidel Castro, en su discurso conocido como «La segunda epístola», el 21 de junio de 2004, dirigiéndose a Bush, le aclaraba: «En las condiciones actuales de Cuba, ante una invasión al país, mi ausencia física —por causas naturales o de otra índole— no haría el menor daño a nuestra capacidad de lucha y resistencia. En cada jefe político y militar de cualquier nivel, en cada soldado individual, hay un Comandante en Jefe potencial que sabe lo que debe hacer, y en determinada situación cada hombre puede llegar a ser su propio Comandante en Jefe».

Hoy se cumplen 16 meses de la partida física del Comandante. Y la capacidad de lucha y resistencia de los cubanos se multiplica en cada patriota que sigue su ejemplo frente a las amenazas imperiales. Ya no es Bush; ahora es Trump, y mañana será otro, mientras la Revolución sigue firme, y continúa la obra de 150 años de lucha.

Deberá siempre guiarnos aquella idea martiana de que a un plan obedece nuestro enemigo: el de enconarnos, dispersarnos, dividirnos, ahogarnos. Por eso, como nos alertara el Apóstol, debemos obedecer nosotros a otro plan: «enseñarnos en toda nuestra altura, apretarnos, juntarnos, burlarlo».

Lo esencial radica en defender lo nuestro, construir cada día un mejor país, prepararnos para luchar en cualquier terreno, no olvidar la historia y tener presentes siempre las ideas de Fidel expresadas en el concepto de Revolución, por el cual juramos.

(Tomado de Juventud Rebelde)

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